TROPICALIZAR CANADÁ.
PORFIRIO MUÑOZ LEDO.
El Universal, a 26 de noviembre del 2011.
Intensa, cordial y fructífera fue la XVIII reunión interparlamentaria entre México y Canadá que celebramos en Ottawa. La emergencia de las izquierdas y de las minorías étnicas en el Congreso de ese país, con cerca de 40 % de los escaños, contribuyó a un diálogo más exigente, la ampliación de las coincidencias y el replanteamiento de los esquemas conceptuales.
Recordamos el espíritu promisorio que campeó en el inicio de estos encuentros en 1975. Recién había ocurrido la visita de un Jefe de Estado mexicano a esa capital para plantear una alianza estratégica entre las dos naciones. Previamente se habían realizado reuniones de análisis entre académicos y diplomáticos bajo el impulso de Víctor Urquidi, a la sazón presidente del Colegio de México.
Surgió entonces, entre broma y veras, la “teoría del sándwich”: dos piezas de pan con un pedazo de carne en medio. El sueño de vincular dos culturas, dos economías y dos sociedades próximas en la geografía y determinadas por una mutua e insalvable vecindad. Esta ruta de acercamiento nos llevó a invitar a Pierre Elliott Trudeau, primer ministro canadiense, para que copresidiera la cumbre Norte Sur celebrada en Cancún en octubre de 1981.
Nuestro debate fue memorioso y abarcó las dimensiones bilateral, regional y global. La cuestión central es la manera como el TLCAN ha influido en las relaciones entre ambos y en las que tenemos con el resto del mundo. La primera respuesta vino de allá: ahora los dos países estamos más lejos de Dios y más cerca de los Estado Unidos. Al punto que la balanza comercial de Canadá con México es sólo del 1.6%, ínfima respecto del 76% que acumula la potencia vecina y del 89% que nosotros tenemos con ella.
El indecible ASPAN ha incrementado la gravitación y erosionado severamente nuestros ámbitos de independencia. Como afirmó un senador canadiense: un tratado de comercio se ha trasmutado en candado político y en doctrina estratégica. El convidado de piedra se ha vuelto rector implacable de nuestros destinos.
En la relación bilateral se ha instalado la asimetría. Los requerimientos para otorgar visas a mexicanos son ofensivos, cualquiera que sea el pretexto, máxime que a nacionales de 67 países no se las exigen. El acuerdo migratorio signado en 1974 a propuesta de México -cuando yo fungía como secretario del Trabajo- se ha achicado y suplantado por arreglos ventajistas. Se olvida que una clave de nuestro proyecto histórico era demográfica: un país inmenso de 35 millones de habitantes podría acoger innumerables compatriotas, de todas las procedencias y profesiones.
Las posibilidades de inversión canadiense en México son también dilatadas, sobre todo en alta tecnología y nuevas fuentes de energía. En cambio ahora se concentran en actividades extractivas: más del 70% del oro de nuestro subsuelo es explotado por corporaciones de ese país que pagan impuestos irrisorios, celebran “contratos de regalías” con terceros y sostienen litigios con movimientos ecologistas y comunidades indígenas.
La alianza global que nos habíamos prometido durante los años en que impulsamos su ingreso a la OEA se ha esfumado. Propuse un reflexión profunda sobre el papel de ambos como potencias emergentes: nuestro ingreso simultáneo al grupo de los BRICS y la suscripción de una agenda rigurosa en asuntos continentales y mundiales: inclusive su adhesión a la Comunidad de Naciones latinoamericanas y caribeñas. Quebec es la provincia latina más septentrional y las anglosajonas sostienen relaciones fraternales con las islas cercanas del Commonwealth.
En ese sentido lancé la consigna de “tropicalizar” el Canadá. La tarea es de largo aliento y exige la revisión puntual de todos nuestros vínculos y proyectos. El grupo de amistad con México del parlamento canadiense vendrá en enero para abordar las cuestiones más ingentes. El cambio de fondo llegará a resultas de los procesos políticos que se apuntan ya en el horizonte de las dos naciones.
Fuente: El Universal
Difusión AMLOTV
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