■ Nadie asume la responsabilidad por las devaluaciones del peso
■ Historia de justificaciones y autoexculpaciones
En el México “moderno” de los últimos 27 años, en prácticamente todas las devaluaciones sufridas por la heroica moneda nacional, que no son pocas, sus autores culparon a su antecesor, y a la “circunstancia externa” y/o al “entorno internacional” cuando la depreciación monetaria se dio con el sexenio andado. Ninguno de los cinco integrantes del club de presidentes devaluadores y devaluados (de MMH a FCH) asumió su responsabilidad. Los errores, excesos o desviaciones fueron heredados, y de otras latitudes llegaron los males.
En 32 años y pico el tipo de cambio peso dólar pasó de 12.50 a 14 mil 500 por uno; en ninguno de los seis gobiernos involucrados (cuatro priístas, dos panistas) en la feria devaluatoria, el tipo de cambio registró un descenso favorable a la moneda nacional, por mucho gasto de saliva (“¡se recupera el peso!”; “¡el tipo de cambio es sólido!”) invertido por cada uno de los seis inquilinos de Los Pinos participantes en el circuito.
Como lo mencionamos días atrás en este espacio, el trofeo de campeón de campeones corresponde a Miguel de la Madrid: 3 mil por ciento de devaluación acumulada en el sexenio; de 70 pesos por dólar que le heredó José López Portillo, pasó la estafeta con un tipo de cambio de 2 mil 810 de los nuestros por cada billete verde.
¿Qué dijeron de y cómo justificaron las devaluaciones que los seis inquilinos de Los Pinos tuvieron que afrontar durante su estadía en la ex hacienda de La Hormiga? Va un recuento sobre tan creativa actividad, basado en sus informes de gobierno (en la entrega de ayer referimos la exposición de José López Portillo).
El campeón de campeones, Miguel de la Madrid, lo resumió así: “factores internos y externos se conjugaron para producir una de las peores crisis en la historia del país. El nuevo gobierno encontró una economía caracterizada por el desplome y el retroceso de la producción, con hiperinflación, desempleo creciente, aumento explosivo del déficit público y del circulante, caída del ahorro canalizado a través del sistema financiero, devaluación aguada del peso y pérdida de soberanía monetaria, agotamiento de las reservas internacionales, una deuda externa de magnitud sin precedente y la virtual suspensión de pagos a nuestros acreedores internacionales, con la consecuente interrupción de nuestras relaciones económicas con el exterior.
“Estos elementos de la crisis interna se conjugaban con una situación internacional caracterizada por la inestabilidad, la incertidumbre, el temor y la imposibilidad de mantener la dinámica económica y el empleo en la mayoría de los países, independientemente de que fueran capitalistas, socialistas o de economía mixta. México resintió particularmente la baja en la demanda y en los precios del petróleo en el mercado internacional, el estrechamiento de las disponibilidades financieras y las alzas en las tasa de intereses. Un peso sobrevaluado respecto del dólar indujo fuertes fugas de capitales. Después de reconocer desde diciembre de 1982 la realidad del tipo de cambio, con una drástica devaluación (la primera de MMH) que ajustó nuestra moneda a las condiciones del mercado, hemos mantenido una política de ajuste cambiario gradual, evitando variaciones abruptas”.
En 1983 arrancó operaciones el generosísimo Fideicomiso para la Cobertura de Riesgos Cambiarios (Ficorca, a cargo de Ernesto Zedillo), por medio del cual se subsidió, a costillas del erario, dólares baratos para las grandes empresas. Miles de millones de dólares pagaron de las arcas públicas pagaron el festín. De la Madrid supuso que con el perro muerto la rabia era cosa del pasado: “la especulación ha disminuido considerablemente… la historia no puede, no debe volver atrás”, dijo.
Pero sí. “En 1987 fue el derrumbe de las cotizaciones en los mercados bursátiles del mundo. En el caso de la Bolsa Mexicana de Valores, el efecto se vio magnificado por las condiciones prevalecientes de sobrevaluación de las acciones. Se desató así la especulación contra el peso en los mercados cambiarios, a pesar de la fortaleza de la balanza de pagos del país y de la acumulación de reservas internacionales. Había desconfianza generalizada en el sistema financiero del país. Habíamos perdido el control de los mercados cambiarios”. Resultado, 3 mil por ciento de devaluación.
A Carlos Salinas de Gortari no le fue tan mal: 23 por ciento de devaluación acumulada en el sexenio, producto, según él mismo, de la “confianza” en su administración. Lo cierto es que se negó a devaluar y heredó tal responsabilidad al gobierno entrante, que al hacerlo le explotó en la cara. Decía el hijo predilecto de Agualeguas que “en el marco del pacto concertamos un mecanismo de deslizamiento gradual. En noviembre de 1991 eliminamos el control de cambios que se encontraba vigente desde 1982 y, de manera simultánea, establecimos una banda de flotación del peso frente al dólar. Esta nueva estrategia otorgó mayor flexibilidad al tipo de cambio en el corto plazo y fomentó una mayor estabilidad en el largo plazo”. Y también encubrió la devaluación acumulada: le quitó tres ceros al tipo de cambio, y cada dólar dejó de costar 3 mil y cacho de pesos, para mágicamente amanecer en 3 nuevos pesos y algunos centavos.
Así lo explicó: “los avances alcanzados en la recuperación económica con estabilidad de precios son la base para introducir, a partir del primer día de 1993, una nueva unidad monetaria que se llamará nuevo peso, y será equivalente a mil pesos actuales. Esta medida, que no altera en nada las decisiones económicas, permitirá simplificar procedimientos y facilitar transacciones. Propondré a esta soberanía la acuñación de una nueva moneda de plata equivalente a 20 nuevos pesos con la efigie de don Miguel Hidalgo para honrar la memoria del Padre de la Patria y recobrar aquellas monedas de plata que tanto nos enorgullecieron”. Más de 20 mil millones de dólares en reservas internacionales se sacrificaron a lo largo de 1994 para sostener artificialmente el tipo de cambio. Pero llegó diciembre y con él los “errores” y el “nuevo” gobierno, sobre lo que abundaremos en la siguiente entrega.
Las rebanadas del pastel
No perteneció al club de “modernos” devaluadores, pero el político-empresario Miguel Alemán Valdés hizo lo suyo. En su segundo informe de gobierno (1948) explicó: “hubo otros que se apresuraron a adquirir dólares para cubrir sus necesidades futuras en moneda extranjera, o simplemente para ponerse a cubierto de una devaluación previsible, en vista de las noticias provenientes del exterior que hablaban de devaluación de otras monedas… El gobierno no ignora que la devaluación afecta adversamente a grandes grupos sociales, sobre todo a los de ingresos fijos y especialmente a los asalariados, y por eso quiere declarar que considera que en el futuro inmediato el deber mayor del país está en defender a esos grupos” (en la crónica parlamentaria del día a pie de texto se aclara: “la asamblea tributa de pie clamorosa ovación y el público lanza vítores al primer mandatario”).
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