miércoles, 18 de marzo de 2009

El visitante incómodo

El visitante incómodo

OLGA PELLICER

Al igual que otros presidentes de México, Felipe Calderón ha insistido en la diversificación en su discurso de política exterior. Con escasa simpatía hacia Estados Unidos, rasgo frecuente en los militantes del PAN, Calderón ha volteado la mirada hacia otros horizontes. Francia fue una de sus primeras metas. Su visita a ese país, en junio de 2007, estuvo cargada de promesas sobre el fortalecimiento de las relaciones mexicano-francesas. Se crearon con ese fin mecanismos especiales, como el Grupo Binacional de personalidades notables encargado de hacer propuestas para el fortalecimiento de áreas específicas de la relación. 
El trabajo a llevar a cabo no era fácil porque, a pesar del gran gusto por la cultura francesa entre ciertos sectores de la élite mexicana, las relaciones Francia-México no sobresalen por su densidad. Francia ocupa un lugar modesto en el comercio exterior de México, el sexto dentro de los países de la Unión Europea, inferior al que se mantiene con Alemania o el Reino Unido. La balanza comercial entre los dos países es crecientemente deficitaria para México. El monto de las inversiones francesas no se coloca en un primer lugar. 
Había pues muchos terrenos donde trabajar para fortalecer y mejorar las relaciones entre los dos países. La visita del presidente francés no reflejó esos esfuerzos. Por el contrario, puso en evidencia el poco significado que tienen para las relaciones exteriores de México los “aliados estratégicos”, como los llama Calderón. 
Empecemos con la agenda. Es comprensible que se quiera vacacionar en las bellas playas del Pacífico mexicano. Pero poco serio que la visita presidencial haya tenido un solo día de trabajo, en que se acumularon todos los encuentros posibles con las instituciones de educación francesa, los empresarios, los legisladores, los funcionarios de las secretarías de Estado, etcétera. 
No hubo tiempo para un encuentro con la prensa y, con su tradicional deficiencia en materia de comunicación, ni la cancillería ni Los Pinos pusieron en sus páginas un comunicado donde se resumieran los resultados de la visita. Es necesario remitirse a notas de prensa para tener más detalles sobre los acuerdos económicos que se anunciaron. Todos fueron de poca monta, incluido el proyecto para la fabricación de helicópteros en Querétaro, el cual, después de haberse elucubrado que superaría los mil millones de dólares, quedó reducido a 550 millones de dólares. 
El asunto que dio el tono a la visita fue el de la ciudadana francesa acusada de secuestro. Se sabe que Sarkozy ha ido por el mundo defendiendo a franceses perseguidos por la justicia. Su petición para que la secuestradora sea trasladada a Francia –bajo las disposiciones del Convenio sobre el Traslado de Personas Condenadas firmado en Estrasburgo en 1983, al que México ha accedido– no era sorpresiva. Lo sorpresivo fue no prever la manera de abordar el problema para evitar que se convirtiera en motivo de enojos por parte de la opinión pública, mexicana y francesa. 
Todavía no conozco un documento oficial mexicano que enumere, con rigor, la situación de la sentencia y las posibilidades, o no, de aplicar el acuerdo de Estrasburgo. Si, como se sabía, el problema estaría presente, adelantarse a las elucubraciones y fijar una posición seria y rigurosa hubiese ayudado a detener los dimes y diretes que abundaron en los medios de comunicación.
Por su parte, Sarkozy hizo gala de falta de sensibilidad al dar a conocer en el Senado que le habían solicitado no hablar del tema. Cierto que tenía todo el derecho a tratarlo; pero no así. El estilo diplomático, aunque recuerde maneras del siglo pasado, ayuda a evitar sentimientos de hostilidad y mal ambiente, lo último que se desea para una visita de Estado. 
Otros dos temas surgidos durante la visita merecen una mención. Uno se refiere a la participación de México en las Operaciones de Mantenimiento de la Paz. Siempre he sido defensora de tal participación, y encuentro desafortunadas las voces que se oponen a ello dentro del gabinete. Sin embargo, el comentario de Sarkozy en el sentido de que “una gran nación debe enviar soldados para garantizar la paz en los cuatro rincones del mundo, una gran nación es aquella que asume todas sus responsabilidades”, poco ayuda a las decisiones que se tomen en el futuro. Ahora, se enfrenta el problema de no dar la impresión que se acepta una presión externa. 
El segundo tema es el llamado a actuar conjuntamente en el G20, que se reunirá a comienzos de abril en Londres. El presidente francés ha sido un defensor de la participación de las llamadas potencias emergentes, como México, en las deliberaciones y decisiones sobre la nueva arquitectura financiera internacional. Eso es bueno. Pero, mientras no se tengan detalles sobre los temas que se van a tratar y las posiciones, tanto de México como de los otros dos países latinoamericanos que participan allí, Argentina y Brasil, es poco conveniente asumir una relación especial con Francia. Es necesario ser más explícitos acerca de los intereses específicos que nos unen para dar por sentado que se trata de una alianza benéfica para México. 
 En resumen, fue una visita incómoda que una vez más despierta desilusión y falta de expectativas para quienes buscan la diversificación. Después de la estancia de Sarkozy en México, pocos desean gritar “Vive la France” y muchos desean exclamar: “Preparen mejor una visita”. 

Este análisis se publicó en la edicción 1689 de la revista Proceso que empezó a circular el pasado 15 de marzo.

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