martes, 30 de junio de 2009

Aguas Blancas, el entorno

SALOMÓN GARCÍA JIMÉNEZ (La Jornada Guerrero)

Aguas Blancas, el entorno

De impunidades, venganzas y traiciones está lleno el transcurrir social por estos pueblos guerrerenses. En estas tierras, los valerosos yopes resistieron la dominación mexica y el entrometimiento de los españoles. Los independentistas Morelos, Alvarez, Galeana y Guerrero, representando a las mayorías de indios y mestizos, lucharon por este territorio de Coyuca de Benítez. El nombre del municipio y a la vez cabecera municipal es en honor a doña María Faustina Benítez –esposa de don Juan Alvarez–, quien nació en el Barrio de San Nicolás de Coyuca, hoy ciudad de Coyuca de Benítez.

En Acapulco se dio el movimiento encabezado por Juan R. Escudero, a principios del siglo XX. Luego, se vino la influencia de la Revolución de 1910-17, las luchas campesinas zapatistas lograron el ejido y las comunidades agrarias. Se fundaron las uniones de pequeños productores de maíz, de copra, de café, cooperativas forestales, de pescadores, etcétera. Pero los caciques políticos, terratenientes regionales y grandes comerciantes nunca han aceptado que la riqueza se distribuya más equitativamente y hacen lo propio para defender sus intereses.

En el año 1967 –igual en el puerto–, el gobierno en turno ordenó la masacre de más de cuarenta copreros, sólo por impedir su derecho de reunión. En ese mismo año, pero en Atoyac se da la otra masacre para reprimir una asamblea de maestros y padres de familia inconformes por el maltrato a los alumnos por parte de una mala maestra. Entonces, el profesor Lucio Cabañas Barrientos se hizo guerrillero, lo siguieron muchos campesinos. Y también lo persiguieron numerosos soldados. Una de sus proezas –a principio de los setenta– fue haber retenido al candidato a gobernador del PRI, Rubén Figueroa Figueroa y exigir por él un rescate.

En el 74, muere Lucio en combate, sus compañeros se repliegan. No así sus enemigos, al contrario, aumentan sus operativos y coordinación para perseguir, detener, torturar y desaparecer a los ex guerrilleros y simpatizantes, lo que se llama la “guerra sucia”.

Es además, la justificación de las autoridades para contrarrestar las protestas y demandas de las organizaciones sociales y sus dirigentes. Acusarlos de radicales –y ahora de narcos–, es la manera más fácil de criminalizar su labor social en las comunidades y anularlos del escenario político. Al parecer, los que detentan y ejercen el poder sobre el pueblo, lo hacen con el talante del otrora reconocido general Gabriel de Armijo, enemigo acérrimo de Juan Alvarez, quien ante la menor sospecha de los ciudadanos de ser proclives a los rebeldes, sin ningún miramiento los mandaba fusilar. Yo me pregunto si el general enviado del virrey Apodaca ya estudiaba a Nicolás Maquiavelo, porque tenía fama de sanguinario.

La matanza en el vado de Aguas Blancas: 28 de junio de 1995. Hoy se cumplen 14 años de aquella masacre y de su impunidad. Por ello el impulso de escribir esta nota, que clama justicia y se suma al homenaje por los 17 campesinos asesinados y los 33 heridos por armas de fuego, disparadas por decenas de agentes de la Policía Motorizada y Judicial del estado de Guerrero, en una irracional emboscada a miembros de la Organización Campesina de la Sierra del Sur (OCSS), que bajaban de Guapinolar, Tepetixtla, Colonia del Río, Atoyaquillo y Paso Real, pueblos pertenecientes al municipio de Coyuca de Benítez.

¿Por qué los mataron? Si los militantes de OCSS sólo se dirigían a un mitin para exigir a las autoridades de Atoyac la presentación con vida de Gilberto Romero Vázquez, uno de sus compañeros detenido y desaparecido hacía poco más de un mes. Todos los comisionados viajaban en dos camionetas pasajeras, iban a una protesta pacífica, nadie llevaba armas. Absurda celada ese miércoles por la mañana. Tratemos de atar cabos.

Se entiende que la ejecución sumaria fue cuidadosamente planeada por el entonces gobernador Rubén Figueroa Alcocer, hijo de aquel senador que fuera rehén de la guerrilla en los años setenta. Se sabe que el martes 27 en la tarde, un día antes de la masacre, el gobierno estatal giró instrucciones para que “los responsables del hospital municipal de Atoyac estuvieran preparados para cualquier contingencia en las próximas horas”, también “para que varios grupos de policías salieran por la noche hacia Coyuca de Benítez”. Y que el gobernante habló por teléfono (a las 20:15 horas) con la alcaldesa de Atoyac, María de la Luz Núñez Ramos, y le dijo que no iba a permitir que el grupo de la OCSS llegara a la manifestación programada, “son gente muy violenta”, expresó.

Y lo que se sabe, por los videos y sobrevivientes, los victimados fueron encañonados, bajados de los vehículos y puestos “pecho tierra”. Y se dio la orden de dispararles a sangre fría, los agresores desde sitios estratégicos descargaron sus armas por varios minutos sobre los indefensos. Y entre el gobernador y los policías falsearon los hechos: que “fue un acto de contrainsurgencia del EPR”, que “uno de ellos los agredió a machetazos”, que “alguien disparó primero” y que “otros alzados les querían quitar sus rifles”, que “la fuerza pública actuó en defensa propia”. Después se aclaró que a los aniquilados también les habían “sembrado armas”.

“¡Venían a la guerra y guerra tuvieron! ¿Somos o no autoridad?”, horas después de la matanza, en una segunda llamada telefónica (a las 18:20 horas), Figueroa le decía a María de la Luz Núñez con tono de satisfacción. Tal parece que ordenó la letal frase de “Mátenlos en caliente”, con que el dictador Porfirio Díaz sentenciaba a los grupos de personas que se sublevaban contra él.

Para el crimen de Estado hubo supervisión desde un helicóptero: a bordo iban el secretario de Gobierno, José Rubén Robles Catalán y el director de la Policía Judicial del Estado, Gustavo Olea Godoy. Abajo, el comandante Manuel Moreno González, que dirigía el operativo. Muchos funcionarios más y policías, incluido el ex gobernador Figueroa, son autores intelectuales y materiales del asesinato en masa. Que no escapen al juicio político y penal correspondientes. Que se haga justicia a los deudos de los ejecutados y víctimas sobrevivientes.

Nombres de los 17 campesinos ejecutados: Tomás Porfirio Rondín, Amado Sánchez Gil, Fabián Gallardo García, Francisco Rogel Gervasio, Paz Hernández González, Daniel López Castañeda, Victorio Flores Balanzar, Climaco Martínez Reza, Efraín Vargas Zavayo, Mario Pineda Infante, Florente Rafael Ventura, José Rebolledo Gallardo, Francisco Blanco Muñoz, Heliodoro López Vargas, Anacleto Ahueteco Coyote, Simplicio Martínez Reza y Gregorio Analco Tabares. Están escritos allí en el vado, en una lápida blanca.

Algo preocupante...

Yo pienso que cuando un déspota gobierna sin credibilidad, trata de obtenerla con medidas coercitivas y hasta perversas. Entonces utiliza a la institución del Ejército para hostigar a la sociedad civil, para desquitarse con el pueblo, para hacer “guerra sucia”. Y entonces, sin paz democracia y justicia, pues menos se hace caso a las demandas de servicios básicos, salud, educación, agrarias, abasto, derechos humanos, proyectos productivos, precios del café, el maíz o coco, frijol...

Don Hermenegildo Galeana también perdió la vida cerca de Coyuca, en El Salitral. En ese paraje Tata Gildo dio su última pelea el 27 de junio de 1814, enfrentando a 14 dragones enemigos comandados por el realista Armijo. A un año de los festejos del bicentenario de la Independencia, los restos mortales del más valiente insurgente todavía no se han recuperado. ¿O será que el héroe nos sigue esperando en las montañas para una mejor celebración?

El Lamento coprero de José de Molina, entre otros versos dice: “A nuestras autoridades, / yo les vengo a preguntar: / ¡los crímenes cometidos, / cuándo se resolverán? / El llanto de tus palmeras / no se escuchó aquí en Los Pinos, / ¡será que los que murieron / eran puros campesinos! / ¡Lloren huérfanos y viudas, / la justicia ha de llegar!”. In memóriam. n

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