viernes, 10 de julio de 2009

Sin compasión







Sin compasión
MARTA LAMAS

La herida de lo ocurrido en la guardería ABC sigue abierta, no sólo por las devastadoras consecuencias que provocó el incendio, sino por el pésimo manejo gubernamental con el que se ha tratado la desgracia. La sensación de amplios sectores de la ciudadanía –en Hermosillo y en otras partes del país– es que tanto el gobierno federal como el estatal han estado echándose la culpa para “salvar” a sus responsables. Ambas autoridades parecían sordas al clamor de justicia de los familiares de las víctimas: “¡Por favor! Asuman el tamaño de la tragedia y tomen medidas de una magnitud equiparable”. La tardada resolución de la PGR (nueve órdenes de aprehensión) alcanza al delegado estatal del IMSS en Sonora, a los dueños y socios de la guardería y a la arrendadora del terreno. Acusados de homicidio culposo, lograrán salir bajo fianza. ¿Eso apaciguará el reclamo de justicia?
Justicia no es la Ley del Talión, que implicaría que los culpables inmolaran a sus propios hijos. Los enfurecidos parientes de las criaturas muertas y quemadas no piden eso; sólo exigen que los máximos responsables sean penalizados. Es evidente que en esta tragedia hay culpables directos y responsables indirectos. Mientras se define la situación de los primeros, muchos se preguntan: ¿Por qué la cabeza del IMSS no ha sido “tocada”? ¿Acaso se definen localmente la política y los lineamientos de subrogaciones del IMSS? Me asombra que la PGR considere que toda la culpa está en Sonora, y que no aluda a la parte de responsabilidad federal. Quienes piden que renuncie Daniel Karam, ¿buscan un chivo expiatorio? Recién llegado a ese puesto, ¿de qué es responsable? Además, su dimisión no le devolverá la vida a las 48 criaturitas fallecidas, ni hará menos doloroso el proceso de curación de las quemadas. Sin embargo, todo nombramiento conlleva responsabilidades simbólicas, y su destitución expresaría que el gobierno federal comprende y asume la dimensión de lo ocurrido. No sé si la presión ciudadana haga que “caiga su cabeza”, pero a mí me da vergüenza que Karam no haya renunciado motu proprio, antes de que la ciudadanía lo exigiera.
No es posible devolver la vida a los chiquitos fallecidos, ni quitar las quemaduras a los sobrevivientes. Pero dimensionar lo que significa perder a un hijo en las espeluznantes circunstancias en que esas muertes ocurrieron debería haber provocado una respuesta más contundente de ambos gobiernos, en lugar del ridículo jaloneo en que se han enzarzado. Tal vez lo que más me impacta de la actitud de las autoridades ha sido precisamente su brutal ausencia de compasión.
Compadecerse es padecer con el dolor del otro. Para que haya compasión se necesita reconocer a los otros como seres humanos dolientes, y no como clientes o derechohabientes o fichas en un litigio PAN/PRI. Compadecerse supone entrar en contacto con el padecimiento ajeno, en vez de huir de él. Cuando hay compasión, el sufrimiento es diferente. Un psicoanalista argentino, Luis Kancyper, señala que “la compasión funda una lógica horizontal que contrarresta el abuso autoritario de un poder vertical y reabre una esperanza posible basada en un proceso de trabajo, transformación y esfuerzo mancomunados”. Y en el caso de la guardería ABC no se vislumbra ningún proceso, transformación o esfuerzo mancomunados que reabran algún tipo de esperanza.
Todo duelo requiere no sólo un trabajo personal para elaborar el tremendo dolor de la pérdida, sino también una reparación simbólica. Dicha reparación posibilita pasar de la situación donde el dolor se mezcla con el resentimiento y la ira a un momento donde sólo impera la memoria del dolor. Para que el sufrimiento se tome con resignación hay que aceptar lo que pasó como algo inmodificable pero resignificable. Los afectados por el drama de la ABC podrán resignificar esa durísima realidad que les tocó siempre y cuando se le otorgue la importancia simbólica debida. Por eso es alucinante que las autoridades no comprendan que los gestos simbólicos son indispensables.
Por último, todos sabemos que los accidentes suceden cuando menos se los espera. Pero hay de accidentes a accidentes. El ansia de lucro económico de un puñado de personas, unida al descuido irresponsable del IMSS, hicieron de la ABC una pesadilla infernal. Pero si nos vamos al fondo del asunto, lo que verdaderamente provocó la fatalidad es el menosprecio por el cuidado de los hijos/as de las trabajadoras. Es justamente ese desprecio a los usuarios de un servicio del Estado lo que ha radicalizado la protesta ciudadana, como se ha podido ver en la marcha de la semana pasada en Sonora y en la marcha del sábado 4 en la Ciudad de México.
Es indispensable que las autoridades, y no sólo las del IMSS, formulen una propuesta sólida y cuidadosa respecto a qué se piensa hacer con el cuidado infantil a que tienen derecho los/as trabajadores/as. Me abruma pensar en lo difícil que la deben estar pasando las madres (¿y padres?) a las que les han cerrado otras guarderías subrogadas. Esta medida “preventiva” golpea, y no resuelve el problema. La responsabilidad del IMSS no puede ser subrogar servicios, sino abrir los necesarios. El desafío impostergable de todo el gobierno, incluyendo a los gobiernos estatales, es la conciliación trabajo-familia. Y el silencio al respecto es desolador.

Este artículo se publicó en el número 1705 de la revista Proceso que empezó a circular el pasado 7 de julio.

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