Fausto Fernández Ponte
05 abril 2010
ffponte@gmail.com
Abusos de la CFE
Por Faustófeles
Más de trece mil usuarios
Han demandado a la CFE;
pues simula que no vé
los cobros estrafalarios.
Asimetrías
Detener la Guerra (1/2)
Por Fausto Fernández Ponte
“El Ejército Mexicano sigue las órdenes del Presidente de la República”.
Rafael Rangel Sostmann,
Rector, Instituto Tecnológico de Monterrey.
I
Quienes no han conocido la guerra, como la inmensa mayoría de los mexicanos, incluiodos los gobernantes formales (aunque no por ello representativos) de México, carecen de conciencia de sus efectos corrosivos en la población civil, en la sociedad.
Y es que, en efecto, esas consecuencias en los nobles y leales habitantes de nuestro México, son un agente dramática, si no es que espectacularmente, caústico de la urdimbre institucional y societal; aquél se está desintegrando; éste empieza a destejerse.
Tales consecuerncias se acentúan exponencialmente cuando esa guerra es fraticida, como ocurre en México: erl Ejército Mexicano, surgido de los pueblos de México según la mitología oficial, y la Armada, combaten a otros mexicanos.
Algunos de esos mexicanos son, verismo resulta, delincucuentes, pero la inmensa mayoría, por lo que se sabe y ha trascendido en los últimos meses, son ciudadanos inocentes de la comisión presunta o sospecha ninguna de delito alguno.
Pero los mexicanos estamos ya, como sociedad, conociendo la guerra, una desatada por el titular de facto del Poder Ejecutivo, Felipe Calderón, y la anuencia tácita, brutalmente cómplice, de los otros Poderes, el Legislativo sobre todo, y el Judicial.
II
Dados esos componentes constituyentes del contexto de la guerra, ésta es, indudablemente, una del poder político panista, pri´’pista, perredista, etc., del Estado contra el pueblo de México. La guerra, ya la estamos viviendo; ésta es atroz.
En sólo tres años de guerra, la estadística oficial es de espeluzno: más de 19 mil muertos, cifra que se acerca a la de 20 mil, sin contar, dicho sea con precisión, los miles y miles de heridos. Saldo: miles de viudas y huérfanos y madres doloridas.
La experiencia de la guerra, en particular cuando ésta es entre hermanos y no contra otro Estado o un invasor o fuerza ocupante, es terrible. Quienes hemos estado en guerras --como éste escribidor— sufrimos, en lo individual, traumas de pesadilla.
Más el trauma mayor es colectivo; es decir, es social. El trauma social, si bien es el acúmulo de millones y millones de equimosis –o de llagas— que, por su profundidad, dan morfología a una desolladura en vivo que disloca y descalabra. Es fractura honda.
Hace tres años, una mayoría de mexicanos, aun sabedores de que el señor Calderón había obtenido su investidura mediante burdo fraude de su predecesor, Vicente Fox, y los magistrados electorales, celebró el advenir de la guerra. Le dio el beneficio de la duda a don Felipe.
III
Pero el supuesto envés acerado –puño de hierro— de don Felipe exhibió, desde ese diciembre de 2006, no sólo dureza de mano, sino obviamente de cerebro. Es insensato, si no locura, hacer la guerra sin discernir ni identificar objetivos y diseñar tácticas.
¿Padece demencia el señor Calderón? Pensaríase que sí, independientemente de que un examen psiquiátrico lo confirmare, pues sólo un individuo sufriente de patologías que van de la psicopatía a la sociopatía habría lanzado a todo un país a la guerra.
Sólo un individuo así habría sido capaz --como lo es, presumiblemente, don Felipe— de llevar a México a una guerra sin prever las consecuencias ni discernir prospectivamente sus alcances. Secuela mayor de esa guerra es la ocurrente derrota del Ejército.
Y, por inferencia válida, la derrota de la Armada y los cuerpos policíacos. Esa derrota se evidencia en el descrédito y desprestigio de las Fuerzas Armadas, instituciones coactivas del Estado otrora admiradas por la ciudadanía; hoy son tenidas.
Por supuesto, las Fuerzas Armadas no desobedecerán a su comandante supremo, por demente que éste parezca y/o fuere actualmente. La mística revolucionaria y popular del Ejército se ausentó en 1968. Hoy exhibe penosa y peligrosa magritud de misión social.
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