lunes, 2 de agosto de 2010

Diarios de una guerra perdida


Diarios de una guerra perdida
Anne Marie Mergier


Errores militares que provocan la muerte de civiles cuyos casos no difunden los medios de comunicación, supuesto apoyo subrepticio de Irán y Paquistán a los talibanes, listas negras de líderes de la oposición armada que son “cazados” por comandos especiales que escapan al control de la OTAN… Tales son algunas de las revelaciones que aparecen en 91 mil informes secretos sobre la guerra en Afganistán que el portal WikiLeaks difunde desde el pasado 26 de julio. Este cúmulo de documentos confirma lo ya sospechado: Afganistán se ha convertido en un auténtico pantano del cual las fuerzas internacionales encabezadas por Estados Unidos no saben cómo salir.



PARÍS, 2 de agosto (Proceso).- Los diarios de la guerra afgana es una compilación extraordinaria de 91 mil informes secretos que dan cuenta de los acontecimientos cotidianos de ese conflicto entre 2004 y finales de 2009. Los reportes describen la mayoría de las acciones letales realizadas por las fuerzas militares estadunidenses; incluyen el número de personas muertas, heridas o detenidas durante cada operativo, así como la ubicación geográfica precisa de cada operativo, el número de soldados involucrados y las armas usadas.

“Los diarios de la guerra afgana es el archivo más relevante sobre la realidad de una guerra en curso que jamás se haya dado a conocer.”

Así presenta Julian Assange, fundador de WikiLeaks, la serie de documentos que ese portal lanzó en internet el pasado 26 de julio al tiempo que dos diarios, el estadunidense The New York Times y el británico The Guardian, así como el semanario alemán Der Spiegel publicaban amplísimas partes de ese material secreto.

En el propio portal de WikiLeaks, Assange precisa: “La mayoría de los informes fueron redactados por soldados y oficiales a partir de datos comunicados por militares desplegados en las líneas de frente. Hay también reportes de marines, de servicios de inteligencia, de distintas embajadas estadunidenses e informes sobre corrupción y diversas actividades realizadas en Afganistán”.

Y agrega: “Estos archivos ofrecen un amplio abanico de miles de pequeñas tragedias que casi nunca aparecen en los medios de comunicación, pero que explican cómo mueren o resultan heridas la gran mayoría de las víctimas de esa guerra”.



“Task Force 373”



Se necesitarán meses de investigación para medir la importancia de esa radiografía de la guerra en Afganistán, pero destacan ya algunos elementos. Entre ellos la descripción detallada de la Task Force 373 que escapa al control de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y depende directamente del Pentágono. Esa fuerza tiene una misión precisa y secreta: cazar a los líderes de los talibanes, ya sea para matarlos, ya sea para detenerlos.

Cada semana un comité de trabajo se reúne para actualizar la lista negra de los “blancos” afganos. En la jerga militar esa lista se llama JPEL (Joint Prioritised Effects List) o Kill and Capture. El grupo de expertos suele borrar los nombres de los ejecutados y encarcelados, así como de agregar nuevos. Los “blancos” son identificados con nombres propios, códigos o simples números.

Todo se vale para matar a los que no merecen vivir y poco importan las víctimas colaterales.

Los talibanes detenidos no tienen un destino muy envidiable. Son capturados de manera violenta y encerrados en el centro de detención BTIF (Bagram Theatre Internment Facility). No se les precisa de qué están acusados ni son sometidos a juicio. Se encuentran encerrados en jaulas localizadas en antiguos cobertizos. Pasan años así. Un informe de diciembre de 2009 precisa que hasta esa fecha y desde 2004, 4 mil 288 afganos fueron detenidos en estas condiciones y 757 de ellos seguían encarcelados.

A partir de una serie de informes codificados, The Guardian relata el intento de captura de un comandante talibán llamado Qal Ur Rahman, cerca de la ciudad de Jalalabad, en la parte oriental de Afganistán.

La noche del 11 de junio de 2007, un comando de la Task Force 373 se acercó al lugar donde se encontraba el “blanco”. Todo estaba oscuro. De repente una antorcha cegó a uno de los soldados. Se desató una fuerte balacera. El comando se dio cuenta demasiado tarde que se había enfrentado con policías afganos.

El reporte acaba con una inscripción cabalística: 7xANP KIA, 4x WIA. Traducción: siete oficiales de la policía afgana muertos y cuatro heridos.

El comunicado de prensa oficial sólo aludió a duros combates. No mencionó que la Task Force 373 estuvo involucrada en los hechos ni las bajas de las fuerzas del orden afganas. Tampoco mencionó que Qal Ur Rahman no se encontraba en ese lugar.

La historia sigue: un alto oficial estadunidense que encabezaba el equipo de reconstrucción de la provincia tuvo que presentar disculpas al gobernador de la misma, Gul Agha Sherzai. Arregló el asunto pagando compensaciones a los familiares de las víctimas. Aseguró que semejante “incidente no volvería a ocurrir”.

Una semana más tarde, el 17 de junio, mientras Sherzai intentaba convencer a los líderes tribales de la región que perdonaran a los aliados estadunidenses, una unidad de la Task Force 373 se lanzó en busca de Abu Laith al Libi, un temido combatiente libio. El comando estrenaba un nuevo pertrecho de guerra llamado Himars (High Mobility Artillery Rocket System). Se trataba de seis misiles instalados en la parte trasera de una camioneta.

El comando bombardeó el pueblo de Nangar Khel donde supuestamente se ocultaba el yijadista libio. Resultado del operativo: ninguna huella de Abu Laith al Libi, seis talibanes muertos y 7xNC KIA; es decir, siete civiles muertos. Todos eran niños y sus cuerpos se encontraron entre los escombros de su escuela coránica.

En los informes estadunidenses acerca de ese hecho aparece la inscripción Noform. Eso significa no compartir esa información con las otras fuerzas de la coalición. El comunicado de prensa de la OTAN explicó que los rebeldes usaron a los niños como escudos humanos. Al Libi fue finalmente ejecutado siete meses más tarde en Paquistán.

Sin desanimarse, la Task Force 373 siguió su caza de talibanes en la región. El 4 de octubre de 2007 lanzó otro operativo en el pueblo de Laswanday, a escasos kilómetros de la aldea donde había matado a siete niños. Los talibanes resistieron. El comando pidió auxilio a la aviación militar que disparó bombas sobre el poblado.

El reporte militar es escueto y patético: “Doce soldados estadunidenses heridos; un muchacho de 10 años herido; una niña y una mujer muertas; cuatro hombres civiles muertos, y un burro, un perro y varias gallinas muertos. Ningún enemigo muerto, ningún enemigo herido, ningún enemigo detenido”.



“Sacar del camino”



Los informes de los oficiales estadunidenses encargados de la relación con la población local dejan entrever una creciente hostilidad hacia las fuerzas de la coalición. Sin embargo, esa realidad no aparece nunca en los comunicados oficiales.

Según los expertos de The Guardian y de The New York Times, estos ejemplos son sólo algunos de entre muchos. Insisten en que es obvio que todo se hace para tapar las acciones encubiertas de la Task Force 373.

Los británicos tampoco mencionan las ejecuciones extrajudiciales de talibanes que efectúa su Task Force 55 ni los daños colaterales que provoca.

Un especialista francés, Roger Faligot, analizó algunos de los reportes sobre las Task Force 373 y la Task Force 55 y llegó a la conclusión de que las estrategias de los estadunidenses y británicos para aniquilar a los talibanes divergían.

Según el experto, la Task Force 55 busca ejecutar a los líderes y a los cuadros más extremistas para fortalecer a los moderados, con la esperanza de poder luego negociar con éstos. En cambio la Task Force 373 tiende a ensañarse más contra los moderados.

Los mensajes destapados por WikiLeaks explican que altos responsables de los servicios de inteligencia afganos ayudan a la Task Force 373 a llenar su lista Kill and Capture señalando a quienes se debe “sacar del camino” (take out). No se sabe si esa expresión significa ejecutar o detener.

También aparecen precisiones interesantes sobre la logística de la Task Force 373. Cuenta por lo menos con tres bases en Afganistán: una en Kabul, otra en Kandahar y una tercera en Khost. Existe además una cuarta en Alemania. Oficialmente debería trabajar de forma coordinada con las otras fuerzas especiales estadunidenses y con las de la coalición de la OTAN. En realidad sus unidades, que pertenecen al Séptimo Grupo de las Fuerzas Especiales de Fort Bragg, Carolina del Sur, se mueven aparte.

Otra revelación de los documentos filtrados: La importancia del arsenal bélico de los talibanes. El hecho parece preocupar cada vez más a las autoridades militares estadunidenses, pero nunca se menciona en los comunicados oficiales.

Los talibanes siguen utilizando misiles tierra-aire que Estados Unidos les entregó en los ochenta cuando luchaban contra la invasión soviética. El Pentágono consideraba que estas armas eran obsoletas, pero en 2007 un helicóptero Chinook, en el que viajaban siete soldados y un reportero, fue derribado por uno de esos misiles Stinger. El hecho no salió a la luz pública. Y al parecer ocurrieron muchos más incidentes de ese tipo.

Pero lo más asombroso es, sin duda, la cantidad de Artefactos Explosivos Improvisados (IED, por sus siglas en inglés) fabricados en Afganistán. Su número no deja de crecer. Según los reportes analizados, en 2004 se habían contabilizado 308 bombas caseras. En 2009 se mencionó 7 mil 155. En los últimos cinco años estas bombas mataron a 7 mil afganos.

En mayo de 2009, el Molah Omar, líder de los talibanes, ordenó un uso más prudente de las bombas caseras para evitar la muerte de civiles. Sus tropas no le hicieron caso. Sólo en agosto de 2009, 429 personas murieron o fueron heridas por los IED.

Al igual que la Task Force 373, los talibanes sólo se interesan en sus “blancos”. En febrero de 2008, un kamikaze se hizo explotar en medio de una multitud que asistía a un combate de perros. Su meta: eliminar a un líder tribal. Logró su cometido, pero también mató a 100 personas más.

Estados Unidos ya desembolso 17 mil millones de dólares para neutralizar a las IED. Estos gastos exorbitantes no parecen surtir mayores efectos. Según cálculos que aparecen en los documentos secretos, desde 2004 se habrían desactivado 8 mil 582 bombas caseras, mientras que 7 mil 553 explotaron. Especialistas de Estados Unidos explican que desde 2006 la táctica de los talibanes está cambiando. Evitan los combates frontales con las tropas de la coalición y privilegian el uso de IED.



El doble juego



La creciente injerencia de Irán y de Paquistán en la guerra de Afganistán es otro elemento de suma importancia que destaca en las filtraciones de los documentos del Pentágono. Ello provoca espanto en todos los niveles de la jerarquía militar y civil de Estados Unidos.

Aparentemente, el Irán chiita dejó de lado su hostilidad ancestral hacia los sunitas con la idea de acercarse a los talibanes. Los analistas de The Guardian recalcan que los documentos consultados no les permitieron establecer si la alianza entre iraníes y talibanes era realizada por sectores extremistas iraníes que actuaban a escondidas de su gobierno, o si se trataba de una política decidida por el presidente Mahmud Ahmadinejad.

Como quiera que sea los contactos son frecuentes y de toda índole, según los servicios secretos estadunidenses y afganos.

Un informe de febrero de 2005 menciona a un grupo de ocho líderes talibanes radicados en Irán donde que planeaban ataques contra las fuerzas estadunidenses y sus aliados afganos. Altos responsables iraníes les habrían prometido 100 mil rupias (mil 740 dólares) por cada soldado afgano muerto, y el doble por cualquier miembro del gobierno de Karzai.

Un segundo documento menciona la presencia de agentes secretos iraníes en ciertas regiones de Afganistán. Su papel: asesorar a los talibanes en sus ataques terroristas y fomentar rebeliones contra el gobierno de Karzai y las fuerzas de la coalición.

Un tercero describe campos de entrenamiento militar para talibanes en la región de Birjand, en Irán, y menciona la entrega de explosivos y de autos bomba. Un cuarto asegura que talibanes heridos son atendidos en hospitales de Teherán.

Varios reportes sugieren que yijadistas de distintos países atraviesan Irán para ir a combatir en Afganistán y sostienen que existen campañas de corrupción para comprar políticos y diputados afganos.

La situación se está convirtiendo en un verdadero rompecabezas para Washington. Por un lado fuerzas iraníes, ligadas o no al gobierno, ayudan a los talibanes; por otro, Karzai insiste en la importancia de afianzar lazos con Ahmadinejad.

Lo mismo pasa con Paquistán. Los informes filtrados enfatizan con lujo de detalles el doble juego de Islamabad: por un lado, se proclama aliado de Washington en su lucha contra los talibanes y se presenta como miembro activo de las fuerzas de la coalición; por el otro, parece estrechar cada vez más sus lazos con la oposición armada afgana.

Esta ambigüedad ya era conocida, pero lo asombroso es el gran número de contactos entre los servicios secretos paquistaníes (ISI) y los talibanes.

Según los analistas de The Guardian, por lo menos 180 informes están dedicados a la intervención de Paquistán en Afganistán. Los expertos británicos se muestran bastante prudentes con el cúmulo de datos que acusa a Karachi, pero toman muy en serio análisis de diplomáticos estadunidenses y ciertas fuentes que les parecen fidedignas.

Reportes de julio y agosto de 2008 insisten en que el ISI presuntamente planeó un atentado contra el presidente Karzai y entrenó a combatientes palestinos y árabes para realizarlo. Otros documentos mencionan frecuentes reuniones entre los servicios secretos paquistaníes y jefes talibanes para organizar ataques contra las fuerzas de la coalición.

El nombre del general Hamid Gul aparece en ocho informes. El militar encabezó los servicios secretos paquistaníes durante dos años (1987-1989). Al parecer, Gul entregó grandes cantidades de minas magnéticas a los talibanes para sus ataques contra las fuerzas de la OTAN.

También intentó organizar secuestros de responsables de Naciones Unidas con el propósito de negociar la liberación de presos paquistaníes en Afganistán. En enero de 2009 supuestamente organizó el envío de autos bomba a Afganistán con combatientes árabes.

Los analistas no logran determinar si este ideólogo fundamentalista radical estuvo involucrado personalmente en esos hechos, o si lo hicieron sus subordinados.

El papel del narcotráfico en la guerra de Afganistán es también tema de numerosos informes. Varios suenan ambiguos. Si bien queda claro que el tráfico alimenta las arcas de los talibanes, no se puede afirmar que las fuerzas de la coalición se dediquen sólo a destruir los productos ilícitos que confiscan.

Un reporte fechado en marzo de 2007 relata un hecho insólito. La policía afgana descubrió a narcotraficantes en posesión de dos contenedores de las fuerzas de la coalición. No se asienta si existe una denuncia por el robo de éstos. Los policías afganos abrieron uno de ellos. Estaba repleto de hachís y de bebidas alcohólicas por un valor de 5 millones de dólares. No abrieron el otro contenedor. Llegó la orden de devolverlo a las fuerzas de la OTAN.


Fuente: Proceso
Difusión AMLOTV

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