Miércoles, 03 de Noviembre de 2010 00:00
Escrito por Manuel Fuentes Galicia
Finalmente Calderón lo logró. Entramos a “su guerra”. Cien años después no ocurrió la revolución cíclica que los agoreros vaticinaban, pero sí inició una guerra encarnizada. Una guerra en la que como suele suceder, los civiles inocentes se cuentan entre la mayoría de las bajas.
Cuatro matanzas en los últimos ocho días no son casualidad, son simplemente el resultado de una conflagración iniciada sin tener la menor idea de lo que significaba declararla.
Lo peor del caso es que ya ni siquiera se tiene la vergüenza para ocultar los errores cometidos. Más aún, se tratan de justificar. El enemigo domina casi una sexta parte de los municipios de nuestro país (400 de casi dos mil quinientos), admitiría Blake Mora. Las matanzas son evidencia de que la estrategia está funcionando, agregaría un par de días después el secretario de Gobernación. ¡Vaya descaro!
Escuchaba una conversación entre dos personas, en la que una de ellas reconocía que la violencia se está volviendo parte de nuestra vida cotidiana. “La violencia se está naturalizando” señalaría una psicóloga en una entrevista. “Ejecutan a tres personas”, se lee en un diario. “Bueno sólo fueron tres”, comenta un lector en la calle… y me aterra.
Circulo en un taxi por Cuernavaca y me topo con un cortejo fúnebre. “Eran los dos carniceros a los que fueron a levantar al mercado”, me comenta el taxista que me lleva. Los rostros de los dolientes me dicen que, a pesar del trasfondo que pudiera existir, no merecían morir así. Finalmente ¿Quién “lo merece”? La escena me sigue erizando la piel.
Apenas iniciada “su guerra”, Calderón nos advirtió que seguramente se derramaría sangre inocente, y entre las muchas promesas hechas, esta sí nos la cumplió. Habló de daños colaterales, demasiada retórica para quien no ha perdido un hijo, un padre, una madre, un hermano, un amigo. En las cifras oficiales no cuentan huérfanos y viudas. Demasiado “rebuscamiento verbal” para quien carece de un cuerpo de guardaespaldas que lo protege las veinticuatro horas del día.
Lo peor de todo es que la sociedad ha comenzado a entender que para defenderse de lo que las autoridades no pueden defenderla, hay que atacar. “A que lloren en mi casa, que lloren en la suya”, diría mi abuelo.
De lo que no se ha percatado Calderón (o al menos parece que no le importa), es que está perdiendo la “otra guerra”, no la que le declaró al narco, sino la que ya le declaró la sociedad ante su evidente ineptitud. Las instituciones están siendo rebasadas y ya nadie cree en ellas. El intento de linchamiento en Tetela del Monte, en Morelos, es sólo un botón de muestra.
“Con las mismas armas que lo llevamos al poder lo podemos quitar”, le diría un día Emiliano Zapata a Francisco I Madero a bordo del tren de Cuautla. “Con los mismos votos que le dimos la presidencia a su partido, se la podemos negar en menos de dos años” (haiga sido como haiga sido), sería la paráfrasis.
Ciudad Juárez, Tijuana, Monterrey, Tepic, Cuernavaca. “Diálogo sobre la seguridad”. Reuniones de gabinete. “Vamos ganando la guerra”. La sociedad civil, la que padece en carne propia los “daños colaterales”, no entiende de discursos ni acepta más mensajes de condolencias. “Las palabras convencen, pero los hechos arrastran”, dijo Benito Juárez hace casi 150 años. Hoy el mensaje presidencial no convence y sus hechos no nos dicen nada. Parar esta guerra o parar este gobierno... sin más violencia. Esa es la cuestión.
Fuente: La Jornada de morelos
Difusión: Soberanía Popular
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