Homenaje a Rogelio Naranjo
Hubo una época en la que criticar o, peor aún, caricaturizar al Presidente de la República, implicaba un serio riesgo a la integridad física, y aun a la vida de quien osara hacerlo. Eran los tiempos del régimen de partido de Estado. Precisamente entonces, Rogelio Naranjo centró su arte en caricaturizar a ese emperador sexenal que se creía dueño de las vidas y las honras de sus vasallos. Como él se asumió ciudadano, y no súbdito, reiteradamente ignoró una de las principales reglas no escritas del régimen autoritario mexicano.
Consecuente con esa tradición nacional que en otra época enarbolaron Posadas y Orozco, Naranjo aportó su talento a la causa de la desacralización del poder, y junto con Rius —y no muchos más—, abrieron camino a nuevas generaciones de cartonistas que hoy ven normal esa caricaturización de la figura presidencial. De hecho, en el México actual —ironías de la vida— lo riesgoso ya no es criticar y ridiculizar al ocupante de Los Pinos, sino defenderlo.
¿Cómo olvidar tantos y tantos cartones de trazos finos y mensajes contundentes? Recuerdo en particular uno que, por el momento del país y el personaje, muchos temimos lo peor. Incluso la revista Proceso, en la que ha publicado desde sus inicios hace 34 años, puso en riesgo su subsistencia por ese trabajo de Naranjo. Sólo una concesión del periodismo sin concesiones evitó males mayores: el espacio habitual del cartonista junto al directorio del semanario, en las primeras páginas, fue enviado a partir de las siguientes semanas, y hasta la fecha, a la sección editorial, ubicada a la mitad de la publicación. Sólo así fue posible disminuir la furia de Los Pinos. Empero, lo importante fue que Proceso no censuró aquel cartón que desnudaba por completo al personaje en cuestión: un Salinas sonriente portando en su pecho no la banda presidencial, sino otra con la leyenda “impostor”. Era diciembre de 1988 y se había consumado el fraude electoral.
El artista, dialéctico como es, podría citar a Hegel: “Todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos, dos veces”. Y luego a Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte: “Una vez como tragedia y otra vez como farsa”. Salinas fue la tragedia del México contemporáneo; Calderón, la farsa. Lamentablemente, una farsa demasiado sangrienta. Pero Naranjo dice, con modestia, que las palabras no son lo suyo. Los dibujos sí, aunque duelan, como duele el México de hoy. Eso no lo eximió del discurso que tuvo que pronunciar el lunes pasado, durante el justo homenaje que le rindió la UNAM a su vida y obra. En la ceremonia, realizada en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, el rector José Narro anunció que el caricaturista donó a la institución universitaria sus primeros 10 mil 400 cartones. El homenajeado, por su parte, dijo que el acervo está clasificado y digitalizado, y sólo falta que las autoridades universitarias decidan dónde ubicarlo.
Sé que Heberto Castillo Martínez hubiese querido estar presente en ese homenaje, como lo estuvieron tantos otros amigos y compañeros de batalla, que aún no han concluido su ciclo de vida. Seguramente habrían recordado los tiempos idos. Por ejemplo, aquéllos en los que Naranjo también donó al PMT, como lo hace hoy con la UNAM, parte de su obra. Muchos de quienes militamos en el Partido Mexicano de los Trabajadores recordamos con cariño esa época en la que había valores, honor, mística, compromiso. Cuando la corrupción no había roto el candor de tantos líderes naturales, que luchaban por la utopía de la igualdad, la justicia y la democracia en México. Hubo una campaña que se basó prácticamente en los cartones y grabados que Naranjo donó al movimiento. Los candidatos del PMT, acostumbrados al boteo, a las pintas y pegas, de pronto tuvieron un acervo valioso para obtener los recursos que requería el proselitismo. Menudo dilema.
Imposible resumir en este breve espacio todo lo que Naranjo es y ha significado en la vida de millones de mexicanos. Su talento, su capacidad creadora, su arte son reconocidos ampliamente. Sus seguidores somos legión. Estas palabras, además, se formulan desde el afecto y una añeja relación familiar, surgida de afinidades, compromisos y lealtades con las mejores causas del país. Enhorabuena.
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