miércoles, 22 de enero de 2014

La ruta de Juárez



A la memoria de Juan Gelman, grande de América.

El pragmatismo y la ambigüedad le están funcionando al gobierno de Enrique Peña Nieto en Michoacán; los Caballeros Templarios están a la defensiva.

Michoacán es ejemplo claro de las deficiencias del neoliberalismo económico y la transición política. El debilitamiento del Estado y del presidencialismo centralista benefició en Michoacán al crimen organizado, que floreció en unos cuantos años utilizando una violencia extrema y mostrando una voracidad sin límites. Su vertiginosa expansión -la Familia nació en 2006 y los Templarios en 2011- fue resultado de la complicidad, ineptitud o indiferencia de los tres niveles de gobierno. Una parte de la sociedad al quedarse sola frente a los Templarios se entendió y prosperó con "ellos", otra buscó refugio fuera de la entidad y la mayoría fue encadenada a la cultura de la violencia y miedo.

Hace menos de un año nacieron las autodefensas. Se les condena por la manera como invaden el espacio reservado en exclusividad al Estado o por la posibilidad de ser fachadas de otros cárteles o títeres del gobierno peñanietista. La opinión pública está inclinándose a su favor independientemente de ideologías. Según Parametría, 57% de la población estaba a favor de ellos en marzo de 2013.

La aceptación tiene cuatro explicaciones: a) la legitimidad inherente a quienes han sido víctimas de una banda brutal arropada por un Estado inepto y omiso; b) la rapidez y alcance de sus éxitos; c) la posibilidad de que sí se autofinancien porque están asentadas en una zona enriquecida por las minas de oro verde (el aguacate y el limón) y d) el pragmático reconocimiento de facto que les ha extendido el gobierno de Enrique Peña Nieto y que exploro a continuación.

Peña Nieto inició su mandato con una estrategia de seguridad a medio cocinar. La claridad sobre la urgencia de una mejor coordinación entre dependencias, de ordenar la relación con Estados Unidos y de priorizar la prevención se empañaba con ocurrencias como las de la gendarmería. La aparición de las autodefensas michoacanas al iniciar 2013 les dio la oportunidad de practicar el pragmatismo y la ambigüedad: los condenaron en el discurso pero los acompañaron en su crecimiento y consolidación.

Con la ocupación del puerto de Lázaro Cárdenas, en noviembre de 2013, se pasó a la etapa de la alianza explícita, que se hace evidente con el cerco conjunto de Apatzingán y el nombramiento del comisionado que sustituye en la práctica a la silueta de un gobernador estampado en papel de china. Cuando termino este texto, los Templarios están a la defensiva y, de mantenerse el actual impulso, su fragmentación es cosa de meses.

Para pensar en la etapa posterior reconozcamos que el negocio de la droga no desaparecerá en Michoacán. Lo más probable es que veamos alguna variación del modelo sinaloense, donde el cártel que domina tiene décadas funcionando y prosperando porque se mantiene dentro de los límites marcados por el negocio de las drogas y porque agravia menos a una sociedad con la cual se imbrica de mil maneras.

En un escenario de este tipo, ¿qué hacer con unas autodefensas empoderadas por sus logros? El camino más sensato y lógico es alguna variante de la Policía Montada Rural de México (los rurales) que fundara Benito Juárez en 1861, de los Cuerpos de Defensa Rurales creados por la Revolución mexicana o de las legalizadas y legitimadas Policías Comunitarias de Guerrero. Repito el elemental principio: legalizar a las autodefensas esclarece lo que pueden y no pueden hacer y podría convertirlas en un muro de contención a la violencia y la corrupción en Michoacán.

En el caso de que el gobierno de Peña Nieto las reconociera (y hay indicios de que están considerando hacerlo), supondría una cesión tácita de poder; el costo de hacerlo es boicotear su objetivo de reforzar el presidencialismo. No sería la primera vez que la realidad condiciona sus deseos. Y aunque les desagrade, Michoacán es un recordatorio de que la violencia tiene una lógica propia que está subordinando la arquitectura del México nuevo.

A reserva de que regrese sobre esta última idea, subrayo la lección michoacana más obvia: ninguna autoridad dará a la sociedad la seguridad que ésta sea incapaz de obtener y defender. La justicia, la equidad y la democracia no vendrán como regalo de alguna cúpula ilustrada. Es la cosecha que se levanta cuando se defienden cotidianamente los derechos.

Colaboró Rodrigo Peña González.

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