viernes, 30 de enero de 2009

La Iglesia y sus Pecados


¡Ojo Norberto!

Por el Cuzko

Pecado proviene del latín Peccatum, que significa “transgresión voluntaria de leyes y preceptos religiosos” o bien “cualquier cosa que se aparta de lo recto y justo”. Por su parte, iglesia proviene del griego eR/essia, que significa “asamblea”, la asamblea de quienes profesan una misma fe. En contexto, pecado es la ruptura entre Dios y el ser humano.

Dos mil años antes de Cristo los judíos concibieron que la relación con su Dios tuviera que ser básicamente a partir de su relación con el otro, es decir, con los demás. La preocupación por los más débiles, entre quienes se encontraban principalmente los pobres, era una manera de estar en comunión con Dios (Contrario a como es en la actualidad).

¿Cuándo se comete pecado? Cuando se ausentaba la solidaridad y la práctica de la justicia aparecía el pecado, la ruptura con Dios.

Mil años antes de Cristo apareció una nueva forma de relacionarse con Dios, esta vez ya mediada por la casta sacerdotal, los escribas y posteriormente los fariseos. El pecado se trasladó a los actos de la pureza, pero principalmente a la legislación que de él hizo la clase sacerdotal. El pecado, como realidad teológica, social y política, pasaría a ser un discurso exclusivo del clero y además el acceso a Dios ya no estaba relacionado con los más débiles, sino con lo que dijeran los sacerdotes.

En la historia de la iglesia católica, la noción del pecado ha jugado un papel central en la relación entre el orden sacerdotal y sus fieles. Pero para Jesús el juicio de Dios esta en lo que hizo con los más pequeños, con los más débiles.

La iglesia católica tiene muy bien identificados sus pecados, claramente definidos a través de la acción de su clero político.

• El pecado de representar a los asesinos de Jesús.

A Jesús lo enjuiciaron y lo mandaron matar quienes desde el poder religioso veían amenazado su poder político y económico, quienes obviamente se habían hecho ricos y poderosos con la religión. Hoy el clero político administra la iglesia puramente con criterios políticos y económicos, como se administraba el templo de Jerusalén.

Como señalaba sin titubeo alguno Max Horkheimer, “quien lee el evangelio y no ve que Jesús murió en contra de sus actuales representantes, ese no sabe leer, es el sarcasmo más increíble que jamás le haya sucedido a un pensamiento”.

• El pecado de adorar el poder, en especial el poder político.

El alto clero católico esta compuesto por religiosos que han hecho carrera política, que saben y se dedican fundamentalmente a hacer política, adoran el poder, se embelesan con él, lo disfrutan, lo administran con astucia y milenaria experiencia, lo consiguen con profesionalismo y lo alimentan con sabia paciencia.

Y ello ha llevado a la iglesia católica a aliarse con los peores enemigos de la justicia, por ejemplo al haber defendido la dictadura de Augusto Pinochet en Chile; guardado silencio ante los hombres y mujeres aventados al mar durante la dictadura en Argentina entre 1976 y 1983; al haber permitido el asesinato de uno de los suyos en El Salvador, monseñor Oscar Arnulfo Romero porque no estaba aliado con los poderosos, guardar silencio frente a la masacre de Tlatelolco en el 68, y los más recientes: haber apoyado la campaña y el fraude electoral de Calderón Hinojosa.

• El pecado de formar fieles ignorantes de su fe y religión.

La Biblia de los creyentes ha estado durante siglos a cargo de la jerarquía Católica. El conocimiento de las escrituras y su interpretación quedo al cuidado exclusivo de la clase sacerdotal.

Los católicos son los fieles más ignorantes de su propia religión, un católico promedio no tiene ni idea de conceptos teológicos, cristológicos o eclesiológicos, no sabe el origen de la liturgia en la que participa, ni mucho menos su significado profundo.

El católico promedio hace ritos, pero apoyado en la búsqueda del consuelo y no en la necesidad de unir su rito con la vida diaria. En su lugar, prefiere refugiarse en las masas ignorantes, fieles controlados justo por la noción del pecado y la amenaza del infierno que ha resucitado una vez más. Delirante y vergonzoso resulta oír muchas homilías dominicales pronunciadas por sacerdotes mal formados que entraron al seminario de niños o adolescentes. Homilías que insisten en una sola cosa: los pecados de la carne.

Hay más pecados acumulados que merecen ser mencionados: la marginación de la mujer en la vida de la propia iglesia; absolutizar el pecado de la sexualidad pero tolerar las desviaciones sexuales de su clero; admitir que sus sacerdotes puedan violar el celibato con tal de que sean obedientes a sus superiores; tener a monjas como sirvientas; vivir con opulencia en sociedades desiguales, entre muchos otros.

Mientras la iglesia siga estando organizada en torno al poder, los pecados estarán en su propia vida institucional y seguirá teniendo poco o nada que ver con Jesús de Nazaret.

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