jueves, 19 de febrero de 2009

Ricardo Rocha - Detrás de la Noticia


El modelo y la crisis

El gobierno está siendo el peor de los ciegos al no querer ver el desempleo, la deuda, las movilizaciones


El presidente de Estados Unidos, el mero mero del Banco Mundial, el rector de nuestra UNAM, nuestro gran escritor, el principal empresario mexicano y el más significativo líder social de nuestro país coinciden: hay que revisar el modelo económico. Y los señores Obama, Zoellick, Narro, Fuentes, Slim y López Obrador lo plantean como una tarea urgente e impostergable.

Por el contrario, el gobierno calderonista se opone autista y sistemáticamente a la necesidad de un replanteamiento de fondo. En su lugar, ha optado por puros ungüentos de superficie. Por ahí andan sueltas las 25 medidas unilaterales de principio de año que se anunciaron como un Acuerdo Nacional, que en realidad nunca lo fue porque no le preguntaron nada a nadie. Luego por ahí y por allá algunas otras aspirinitas para una gripe que ya se reconoce oficialmente como neumonía y que en la realidad ya requeriría de terapia intensiva ante la gravedad de los síntomas en todo el cuerpo social del país.

El gobierno está siendo el peor de los ciegos al no querer ver: el aumento incesante y doloroso del desempleo, aun con sus propias cifras; la explosividad de la cartera vencida; las movilizaciones de transportistas en todo el país; las protestas callejeras por la presencia del Ejército; la debacle del peso; el abandono del campo y el deterioro sistemático en los niveles de ingreso y poder adquisitivo.

Eso sin contar con la despiadada espiral de violencia e inseguridad que se manifiesta en las calles de numerosas ciudades, que son ya verdaderos campos de batalla entre el Ejército y un crimen organizado que cuenta con 4 millones de jóvenes desempleados como un potencial inacabable para su reclutamiento. No se necesita ser muy listo para suponer que hay dos razones de la enfermiza ceguera gubernamental: la cercanía de las elecciones de julio y la negativa a reconocer la magnitud de la crisis como justificación para no discutir el modelo económico. Seguramente operan también las presiones de quienes quieren seguir manteniendo sus privilegios aun a riesgo de reventar una liga de contingencia social que ya no puede seguir estirándose más.

Así que en lugar de entrarle a la búsqueda de soluciones verdaderamente estructurales, el gobierno ha optado por dos vías igual de peligrosas: una, la de la línea dura de mantenerse inflexible, por ejemplo, en lo del precio del diesel mientras se beneficia a unos cuantos con la colocación de dólares que sirven para pagar deudas internacionales privadas y para las arcas de las matrices extranjeras de los bancos que operan en México; la otra es un discurso ya muy añejo “en beneficio del país”, “por la unidad de los mexicanos”, “hacia un futuro mejor”, que no tiene efecto alguno en la búsqueda de soluciones.

En cambio, la intolerancia absoluta a toda crítica que atente contra la verdad oficial. Lo que desprende un cada más intenso tufo autoritario, que sería lo único que nos faltaba para acabar de ensombrecer lo que ya es, de por sí, un oscuro panorama.

Sin embargo, el mayor de los riesgos es desperdiciar una oportunidad histórica para replantearnos el país que podemos y debemos ser. Para abatir la pobreza como el más pesado lastre del pasado, la más infame realidad del presente y el más grave impedimento para el futuro.

Es urgente, pues, una gran convocatoria, de verdad, a la que concurran los más importantes y representativos dirigentes empresariales, sociales, partidistas y del gobierno para reconstruir el México que todavía es posible.

Mañana ya será muy tarde.

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