Uno de los encabezados decía: “Militares agreden con 50 tablazos a albañil”. Y una fotografía mostraba las lesiones del pobre hombre en piernas, glúteos y tórax.
De inmediato se me vino a la mente el relato de un joven que, allá por 1979, fue secuestrado por agentes de la Dirección Federal de Seguridad (DFS), y que fue llevado al local que tal “dependencia” ocupaba en la calle Circular de Morelia número 8 (siniestro feudo de Miguel Nassar Haro), en donde fue torturado junto a otros dos jóvenes que eran sus amigos.
Parte de la “técnica” de la tortura era igual a la sufrida por el albañil de Torreón: golpizas brutales en todo el cuerpo con una tabla, que producían dolores muy intensos y que a uno de ellos le arrancaron la vida por “estallamiento de vísceras”... Su cuerpo se perdió en el misterio del Campo Militar Número Uno, en cuyos sótanos fueron confinados los otros dos amigos por largo tiempo.
Es terrible lo que pasa en este país en el que la historia de violaciones a las leyes, de corrupción y de impunidad se repite al correr de los años. Es doloroso ver cómo crecen la simulación y la hipocresía y cómo desde el poder se envilece a esa parte del pueblo que se llama Ejército, bajo las órdenes obtusas de intimidación y de maltrato a sus hermanos de clase.
Treinta años han pasado desde los “tablazos” recibidos por aquellos jóvenes, y hoy este pobre hombre de Torreón sufrió lo mismo y, aparte, lo violaron.
Otro de los recortes de periódico dice: “La noche del martes se activó el código rojo porque se reportó la desaparición de tres hombres, uno de ellos policía municipal. Los levantaron los militares”.
Por si esto fuera poco, recibí, no de manera anónima, sino en escrito dirigido a mí, la denuncia de la desaparición de dos jóvenes veterinarios, Isaías Uribe y Juan Pablo Alvarado Oliveros, también de Torreón, que fueron secuestrados, heridos, por soldados que dispararon al vehículo en el que viajaban.
Es larga y emotiva la descripción que del suceso hacen los familiares de Juan Pablo, así como el recuento de cuanto han hecho para encontrarlos, las instancias a las que han acudido, y doloroso el reclamo que hacen a las autoridades castrenses por el temor de que tanto Juan Pablo como Isaías estén graves, pues la camioneta que tripulaban fue encontrada con varios impactos de bala y había sangre en los asientos.
La familia de Juan Pablo ha pedido que la “dejen entrar a las instalaciones del 33 Batallón de Infantería y de la 11 División, con domicilio conocido en carretera Torreón-Matamoros, ejido La Joya”, o que cuanto antes liberen a los dos jóvenes.
Del archivo de mi memoria salta el recuerdo, también de hace 30 años, al leer las palabras La Joya, pues en ese lugar, en un campo militar al que llaman así, estuvieron muchos de los desaparecidos que nuestra terca lucha logró liberar. Ojalá que la tenacidad de los padres y hermanos de Juan Pablo Alvarado y la de su amigo logren liberarlos del injusto cautiverio que sufren, ya que dicen quienes les conocen que ambos son personas honradas, dedicadas al ejercicio de su profesión, que no han cometido delito alguno.
Los familiares de Juan Pablo dicen que si cometió algún delito, “que lo pongan inmediatamente a disposición de autoridad competente”.
Ojalá, como expresan también los familiares de Juan Pablo, llenos de buena fe, ojalá —repito— se trate de “una confusión por parte de los elementos del Ejército”, y ojalá sean liberados pronto.
También esperan ellos y esperamos muchos en este país que no siga habiendo desaparecidos, que se erradique la tortura, que se libere a los miles de presos políticos que llenan las cárceles de todo el territorio, y que el Ejército vuelva a sus cuarteles para calma y tranquilidad de todos: de ellos, los soldados, y de nosotros.
En el gobierno quisieron cambiar la palabra desaparecido por la de levantado, pero de nada le sirvió, porque la gente dice cuando secuestran, cuando desaparecen a alguien: “Lo levantó el Ejército”...
Dirigente del comité ¡Eureka!
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