Honduras, la dictablanda clintoniana
Guillermo Almeyra
El golpe de Estado en Honduras no sólo tuvo como objetivo liquidar el eslabón más débil de la Alba, Honduras, con su presidente Manuel Zelaya quien, a pesar de su origen conservador, emprendía tímidas reformas sociales y, por motivos económicos, se acercaba a Venezuela, lo que lo hacía aparecer como peligroso revolucionario. También está dirigido para reforzar la desestabilización en Guatemala (cuyo presidente Colom está actualmente en la mira del imperialismo), El Salvador (donde el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional ganó el gobierno, pero no el poder, que sigue en manos de la ultraderecha) y Nicaragua. Estados Unidos, mediante sus servidores, quiere reforzar así, estratégicamente, la soldadura débil istmeña del Plan Mérida, para poner desde México hasta Colombia un corredor para la dominación estadunidense y convertir a este último país, bajo la dictadura de Uribe, en una cabecera de puente, una especie de Israel en América del Sur, para controlar Venezuela, el Caribe, Ecuador, Brasil.
El golpe cívico-militar fue cuidadosamente preparado en la base estadunidense de Soto Cano, con la presencia del embajador Llorens, de Estados Unidos. Este se fue y se llevó su familia, aunque sabía del golpe con anticipación, para no aparecer demasiado ligado a los gorilas hondureños a los que Estados Unidos formó y conoce desde los tiempos de John Dimitri Negroponte y el Irangate (el armamento a los contras nicaragüenses con armas entregadas desde Honduras y pagadas con la droga por la CIA), que fue también jefe directo de Llorens. Negroponte, ex secretario nacional de seguridad de Bush, ex representante en la ONU, ex virrey en Irak, no es el único conspirador de alto vuelo: el fantoche golpista Micheletti, por ejemplo, tiene como asesores a dos ayudantes importantes de Bill Clinton; Lanny Davis (que lo asesoró durante el escándalo provocado por su relación con Mónica Lewinsky, fue el más virulento consejero de Hillary Clinton en la lucha contra Obama y es asesor del Consejo Hondureño de la Empresa Privada, eje de la oligarquía local) y Bennet Ratcliff. Por consiguiente, es absolutamente imposible que el Departamento de Estado (es decir, Hillary Clinton) y el Pentágono hayan sido sorprendidos por el golpe tan cantado y tan toscamente organizado por cuatro gorilas seguros de su impunidad.
Por lo tanto, el golpe es un torpedo bajo la línea de flotación del intento de Obama de distensión con América Latina y con Cuba misma y fue lanzado por la derecha conservadora estadunidense, tanto del Partido Demócrata, como Hillary Clinton y su clan, como republicana (mediante los lazos de los bushistas con los militares y la derecha latinoamericanos). Es el primer debilitamiento serio y desde Washington mismo del propio Obama, para el cual esa derecha reserva el mismo papel que Óscar Arias, ese conocido siervo de Estados Unidos, quiere darle a Zelaya: el de presidente pour la galerie, fantoche y acotado, sin posibilidad de ninguna iniciativa, con una política exterior absolutamente controlada por el Departamento de Estado. En efecto, la opinión de que Obama es un negrito que no sabe nada de nada la formuló el ministro de Relaciones Exteriores de los golpistas hondureños pero, aunque todavía no la expresen abiertamente, es compartida por todos los santos que los gorilas tienen en el paraíso del establishment estadunidense.
El golpe hondureño es contra los países vecinos ligados a Chávez y a Cuba, es contra Venezuela y Cuba, contra todos los gobiernos progresistas de América del Sur y es también un golpe sin Obama y contra Obama. La aberrante propuesta de Arias es funcional para los golpistas. Les permite ganar tiempo para organizar su poder de facto y cansar y desmoralizar a los partidarios del presidente constitucional. Los recompensa además con una propuesta de amnistía aunque dieron un golpe de Estado, asesinaron gente que defendía la Constitución y son infames traidores a la patria, pasibles de fusilamiento. Para colmo, según el Acuerdo de San José, Zelaya tendría que admitir en puestos claves de su gabinete efímero a quienes lo secuestraron, deportaron de su propio país, insultaron, falsificaron su firma en una carta infame de renuncia y están oprimimiendo por el terror al pueblo hondureño, y sería sólo el rehén de esa gente.
Si se aceptase la solución Clinton (solución para los golpistas), se alentarían futuros golpes y dictablandas (dictaduras militares con fachadas legales). La alternativa es difícil, pero es la única positiva: rechazar el laudo Arias-Clinton y encabezar, en Honduras mismo, un proceso de lucha, por todos los medios posibles, para imponer una asamblea nacional constituyente que decida quién y cómo gobernará el país. O sea, intentar crear una brecha en las fuerzas armadas y la policía mediante la movilización insurreccional, como en Bolivia frente a Sánchez de Lozada o en Venezuela, cuando el golpe contra Chávez.
Zelaya, hijo de un asesino de izquierdistas, líder de un partido conservador tradicional, orientado hacia una política más avanzada sobre todo por razones de oportunidad y por no haber calculado las consecuencias que eso podría acarrearle, ha demostrado valentía pero probablemente no pueda encabezar ese tipo de lucha, aunque sí la puede iniciar. El pueblo hondureño y los sectores de izquierda que exigen su retorno irrestricto al gobierno sabrán entonces cómo derrotar a los golpistas y hacerles pagar su crimen contra la Constitución con procesos públicos.
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