FERNANDA NAVARRO
En cuestión de días la situación cambió para los habitantes de Ostula. Mientras se preparaban para festejar el segundo aniversario de la fundación del poblado en resistencia Xayakalan, gracias a la recuperación de sus tierras comunales –hecho que les ha costado irreparables vidas de compañeros y constantes agresiones por parte de la delincuencia organizada y de paramilitares que gozan de absoluta impunidad– les sobrevino, como si fuera poco, un desastre más. Esta vez ya no político, a diferencia de los anteriores, sino natural.
En efecto, el huracán Beatriz dejó desolada la población, afectando 300 viviendas y 500 hectáreas de sembradíos, base de su sobrevivencia: árboles frutales y maíz. Esta desgracia se añade al sufrimiento y la indignación y rabia de haber perdido a 20 comuneros a lo largo de su lucha (16 asesinados y cuatro desaparecidos) ante el desdén y sordera de los tres niveles de gobierno con que se han encontrado últimamente las comunidades tanto de Ostula como de Cherán; en contraste con la tolerancia, incapacidad o complicidad oficial frente a los agresores.
Es por ello que las grandes y pequeñas luchas, resistencias y rebeldías que salpican nuestro país, están aprendiendo a voltear su mirada hacia otro lado en busca de la justicia. Pues cada vez que tocan las puertas de las instituciones que supuestamente representan la ley y el derecho, se topan con un revés que pareciera indicar otro camino.
Cada día vamos aprendiendo los ciudadanos que para recuperar la palabra “justicia” del empolvado diccionario, sólo nos tenemos a nosotros mismos; que el abismo de confianza y credibilidad entre la clase dirigente y la sociedad es tal que no queda otra salida más que actuar organizadamente para protegerse. Organizada y solidariamente.
En estos casos, solidaridad debemos a quienes lecciones nos han heredado a lo largo de nuestra larga historia, esa que se remonta más allá de la conquista. Al antes y al después que hoy día se reflejan en las lecciones de resistencia que nos están mostrando Ostula y Cherán con su tejido comunitario, fortalecido por su lucha actual.
Sabemos que una de las cuestiones más arduas y aleccionadoras de la historia de las luchas de los pueblos ha sido cómo resistir al enemigo con realismo y dignidad. Realismo para medir la correlación de fuerzas y no ser exterminados, y dignidad para conservar la propia herencia cultural, costumbres e identidad. Para ello nuestros pueblos originarios han recurrido a su enorme sabiduría de siglos.
Esta herencia y su mayor fortaleza se dejan ver en su organización social basada en la comunidad, a pesar de los intentos divisionistas por parte de los gobiernos. Lo que Floriberto Díaz, de Oaxaca, llamó “comunalidad”; ese lazo social que les ha permitido resistir durante más de medio siglo y que, llegado el momento, ha sido capaz de pasar de la resistencia a la unidad en la acción, demandando y ejerciendo el derecho a la justicia, construyendo su autonomía cuando las autoridades –por incapacidad o complicidad– no han sabido otorgarla. Esos lazos que refuerzan la organización comunitaria se han visto fortalecidos tanto en Ostula como en Cherán cuando, reunidos en asamblea, han tomado la determinación de tomar las riendas en sus propias manos y recurrir a la solidaridad ciudadana ante el silencio indolente de las autoridades.
Cherán y Ostula son un ejemplo de determinación y dignidad tanto para salvar sus bosques de los talamontes apoyados por las armas de los narcotraficantes (en el primer caso) como para ejercer el derecho a recuperar sus tierras comunales y poner en práctica la autonomía y su policía comunitaria, en el segundo. Ambos casos han trascendido sus fronteras
P.D. Si bien estas líneas están dedicadas a Ostula y a Cherán, lo aquí expresado se repite, por desgracia, en gran parte de nuestra geografía. Sólo basta mirar el mapa: Guerrero, Chiapas, Oaxaca, Baja California Sur, y tantos otros puntos de nuestro país, atractivos para el turismo –curiosamente muchos de los cuales pertenecen a pueblos indígenas– pero que acaban en manos de esas exitosas compañías sin nacionalidad, sin identidad propia y sin ética que llevan el nombre de “transnacionales”, conocidas por no cultivar más que voracidad, codicia y turbulencias sin fin.
Fuente: La Jornada de Jalisco
No hay comentarios:
Publicar un comentario