06 de febrero de 2009
Entre los dislates a los que Fox nos tiene acostumbrados, el último es particularmente revelador respecto al abandono de la institución presidencial: “Yo encargué por seis años la oficina de Los Pinos a alguien. Muy poco estuve ahí; se puede hacer eso”. Confesión retrospectiva que ilustra el descabezamiento del Estado.
Llevado por el impulso de su verdadera vocación —de vendedor ambulante—, a poco de acceder al gobierno de Guanajuato se dio a recorrer el mundo y a urdir fábulas sobre inversiones foráneas inexistentes. Pronto confió a sus allegados que, siendo aburrido e infructuoso el oficio de gobernar, prefería ausentarse para intentar una nueva aventura electoral.
Quien fuera secretario particular de la Presidencia, Alfonso Durazo, ha descrito tanto la incapacidad del mandatario para concentrarse en una reunión de trabajo como su regocijo pueril al dejar la oficina y decirle: “Ahí te encargo el changarro.” También las nefastas consecuencias de un “activismo presidencial sin dirección ni visión de conjunto”.
En su libro Saldos del cambio subraya la ausencia de un concepto de Estado y la práctica casuística, publicitaria y parroquial de la autoridad. “En ese páramo —afirma— Marta Sahagún y Ramón Muñoz se convirtieron en la brújula intelectual del gobierno y en sus ideólogos de cabecera”. Más tarde, en los depositarios efectivos del Poder Ejecutivo federal.
La declaración es oportuna. Exhibe la degradación ontológica de los gobiernos panistas y esclarece el extravío aberrante de su heredero en las montañas de Davos. Acudir en solitario a un encuentro que concentra las prepotencias financieras generadoras de la crisis no es sólo escapismo necrófilo sino contumacia reaccionaria. Postularse como exégeta tardío de las más nocivas prácticas neoliberales es signo de un insondable desamparo cultural. Erigir a Zedillo en alternativa teórica de Keynes es un grito de orfandad. Proponer como receta del futuro la réplica global de Fobaproa es una afrentosa apología del despojo. Tal vez no fue por error tipográfico que la agencia austriaca de noticias lo llamó “Felipe Caldillo”.
Se ha dicho con razón que es faena de “pozolero económico” mezclar restos de cadáveres sociales insepultos para seguir alimentando la injusticia. Desde esa temperatura moral es explicable la desesperada autocondena: “Gobernar es un infierno”. Llamar a sus diminutos colaboradores “jinetes en la tormenta” y calificarlos como “el mejor equipo del mundo” es síntoma de autismo o de desequilibrio mental.
Lo es también la pretensión de hablar a nombre de “nuestros hermanos de América Latina”, cuando los más conspicuos dirigentes de la región asistían —en búsqueda diametralmente opuesta— al Foro Social de Belem do Pará. Resulta más ominosa la propensión a evadirse para confirmar, en la ausencia recurrente del país, la vacancia del Ejecutivo. Textualmente: “Cargo o empleo que está sin ocupar”.
La reforma perpetrada por el PAN y sus cómplices autoriza el abandono del país por el presidente sin control parlamentario. La limitación de siete días consecutivos es una torpe coartada, ya que bastaría que volviera a pisar el territorio para continuar viajando indefinidamente. En rigor, sólo necesitaría permanecer en México 54 días al año para ajustarse a la ley.
Hasta el trágico avionazo era claro que la suplencia presidencial correspondería al primero en la jerarquía del gabinete, en el afecto y en la confianza: el secretario de Gobernación. Ahora y habida cuenta de la militarización del país, el encargado de facto sería el secretario de la Defensa, lo que entraña una defección inconsciente o deliberada del poder civil.
Cobran relevancia los pronunciamientos de las agencias duras del gobierno de EU en el sentido de que México y Paquistán “son hoy las mayores amenazas” a su seguridad. Con la diferencia de que aquél es un país geográficamente distante y el nuestro es “colindante” y que mientras en la nación asiática impera “un régimen castrense” en el nuestro todavía no ha ocurrido. El debate sobre el “Estado fallido” no es una veleidad académica sino una clasificación internacional que podría desencadenar una “intervención justificada”. La soberanía nacional, del modo más estricto, se encuentra en grave riesgo.
Es esta circunstancia definitoria para la supervivencia de la nación. Razones sobradas hay para una movilización de la conciencia pública que, como en 1913, tendría por objetivo común la deposición constitucional del gobierno espurio y la reconstrucción, desde sus cimientos, del Estado mexicano. No podríamos fallar a esa misión.
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