Como en 2006
Era de esperarse. La marcha de los electricistas por la desaparición de Luz y Fuerza del Centro congregó a mucha más gente que los 42 mil trabajadores que fueron echados a la calle y sus familias.
Con ellos caminaron por Paseo de la Reforma los tranviarios –que pidieron la renuncia de Felipe Calderón–, los telefonistas, los universitarios, los “ultras” de la Asamblea Popular de Pueblos de Oaxaca y del Frente Popular Independiente, y las brigadas del movimiento que encabeza Andrés Manuel López Obrador.
También se les unió la Unión Nacional de Trabajadores, que de paso marchó en la mañana por el cierre de las secretarias de estado y el despido de burócratas.
Fue una marcha que unió a diferentes grupos de izquierda, como en el cardenismo de 1988 y multitudinaria, como las que se vieron en 2006, por el proceso de desafuero de AMLO y el conflicto postelectoral.
Sin embargo, esta manifestación tuvo una carga distinta. No fue una batalla por la democracia, sino por algo más profundo: el derecho fundamental a una vida digna, a través del trabajo. Lo que se reclamó ayer, de fondo, fue la necedad de una política económica que tiene al país con la mitad de la población debajo del rango de la pobreza, y a otro tercio, que forma la clase media, aproximándose peligrosamente a ese estadio.
Lo que hubo ayer en Reforma fue un grito cargado de angustia y de coraje. No fue, como en 2006, una marcha festiva y alegre derivada del ánimo de defender una causa justa, sino una furiosa expresión de hartazgo por los agravios acumulados.
¿Y qué esperábamos? Felipe Calderón está haciendo todo lo necesario para provocar esa reacción en la gente. Su gobierno no ha mostrado la menor sensibilidad a lo que viven los ciudadanos de a pie, y parece creer que cualquier conflicto se puede resolver con una campaña de televisión.
dpastrana@elperiodicoenlinea.com.mx
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