lunes, 15 de febrero de 2010

México. Congruencia de Calderón

México. Congruencia de Calderón
Escrito por Eduardo Ibarra Aguirre

De muchas cosas se puede criticar al titular del Ejecutivo federal menos de ser incongruente.


Observe usted, paciente lector, si me asiste o no la razón. Primero tomó posesión como presidente de la República rodeado de militares vestidos de civil y de gris, apostados incluso como francotiradores en el Palacio Legislativo de San Lázaro. Enseguida sacó a los soldados a las calles con motivo del inicio, inconsulto e ilegal, de la llamada Guerra contra el narcotráfico y el crimen organizado que, tres años después, los especialistas subrayan como su verdadero origen legitimar a Felipe de Jesús Calderón Hinojosa como primer empleado de la nación frente al muy precario e impugnado resultado en las urnas que, casualmente, había previsto y anunciado en privado Carlos María Abascal Carranza, actualmente en proceso de beatificación.



Por si todo lo anterior fuera insuficiente, el protagonismo militar en tareas y asuntos que competen exclusivamente a los civiles, llega a niveles y prácticas que sólo Calderón Hinojosa y el grupo gobernante aplauden ilimitadamente.



Me refiero, por supuesto, a la más reciente incursión de Guillermo Galván Galván, el general secretario del Ejército, institución del Ejecutivo que tiene expresamente prohibido por la ley de leyes la deliberación en materia política. Lo hizo con el apoyo explícito del comandante supremo de las fuerzas armadas, con un discurso pronunciado el día 9 y que constituye una intolerable presión a los senadores y diputados que, en forma mayoritaria y soberana, se oponen todavía al decálogo de Calderón Hinojosa en materia de reforma política. Ni los panistas se atrevieron a dar la cara.



El secretario de la Defensa se sumó a la intolerancia del grupo gobernante para criticar a los “detractores de México que quieren dividir a soldados de aire, mar y tierra”. Los más 200 mil desertores del Ejército bajo la conducción de Calderón y de Galván, con todo y el aumento de 60 por ciento en sus ingresos, coloca en sus justos términos la fraseología castrense y las loas que con frecuencia expresa el abogado y economista, como lo hizo en el Día de la Fuerza Aérea.



Resulta claro que para la última parte del sexenio, Calderón no tiene la capacidad política ni institucional, las alianzas sociales, productivas y políticas para cumplir un mandato insuficientemente respaldado en las urnas, pero holgadamente por los poderes fácticos e instituciones que ahora padecen una aguda crisis de credibilidad y de funcionamiento. Por ello se refugiará cada vez más en las fuerzas armadas, como no lo había hecho ninguno de sus antecesores, Gustavo Díaz Ordaz incluido.



Es una apuesta que le costará demasiado a la frágil democracia mexicana, sobre todo si las organizaciones de la sociedad civil y el creciente movimiento social, acompañados por partidos cada vez más divorciados de los anteriores, no interponen su capacidad para impedir la militarización del país, con su siembra de atropellos a las garantías individuales, el despliegue del terrorismo gubernamental y la destrucción de la esperanza por la vía de criminalizar el reclamo social como se observa hoy, 100 años después de la dictadura porfirista, en la mina de Cananea, Sonora. O con el robo de la antena de radio de comunicación portátil de la Policía Preventiva de Orizaba, Veracruz, por elementos del 64 Batallón de Infantería.



Los llamamientos de Felipe del Sagrado Corazón de Jesús a los actores políticos para hacer de 2010 “el año de la reconciliación nacional” o para “firmar otro pacto social”, como los denominó en el 93 aniversario de la Constitución, no dejan de ser invitaciones a misa, porque o se gobierna con el Ejército amenazando a los opositores o con las instituciones.



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