Queridos papá y mamá.
Han pasado dos años y medio desde que recuperamos nuestra libertad, mismo tiempo en el cual no les hemos escrito. Pero esta es una fecha importante para nosotros y por eso creo que vale la pena hacerlo. Sé que los órganos de seguridad del Estado leerán esta carta y que tal vez, porque ya lo hicieron antes, expresiones de afecto plasmadas en ésta sean utilizadas cuando nos amenacen nuevamente, sin embargo estoy convencido que ese hecho no puede desvirtuar nuestros sentimientos ni nuestras palabras.
Como ustedes seguramente recuerdan ya pasaron diez años desde aquél día en que fuimos detenidos, torturados y encarcelados en el penal de máxima seguridad que se llama “Altiplano”: qué días aquellos de incertidumbre, de temor, pero también de certezas, de saber, de estar convencidos de que lo más importante es la dignidad del hombre y de que nuestros actos son lo que nos definen.
Hay cosas que no olvidamos, hay cosas que no olvido: la tortura, las amenazas, lo que decían el militar y el policía que nos interrogaron mientras nos torturaban. ¿Cómo olvidar los argumentos que justificaban la tortura? ¿Cómo olvidar esa voz que me decía que me torturaba porque ellos sí querían que hubiera pobres, sino, quienes les iban a lavar los carros?
Así como hay personas que luchan con total entrega por la justicia, por acabar con esta realidad que nos lacera a todos o por la paz; hay personas que luchan con total entrega para mantener el estado de las cosas, hay personas sin ningún dejo de compasión, capaces de torturar, de asesinar, de desaparecer a otras personas y hacerlo, además, desde las instituciones del Estado, de un Estado que se supone debe velar por el respeto de los derechos humanos de toda la población.
Hay quienes piensan que tanta maldad en una persona o en muchas no es posible y que todavía tienen algo bueno en su ser. Yo pienso que eso es negarse a ver la realidad, es negar el dolor infligido premeditadamente a otros seres humanos, es negar que hay planes y estrategias cuyos métodos implican la destrucción por medio de la sevicia de otros seres humanos; es como negarse a ver una realidad cruel, tan cruel que es necesario aferrarse a la posibilidad de que las personas se vuelvan buenas o recuperen la bondad que han perdido hace mucho tiempo y han enterrado junto con los derechos humanos violados de forma sistemática y permanente de millones de personas. Quién sabe, tal vez pienso así porque las cárceles federales de máxima seguridad son escuelas para entrenar violadores de derechos humanos y en donde nosotros, los presos, las personas que estuvimos ahí y las que continúan estando somos o fuimos con quienes los custodios aprendieron a violar los derechos humanos.
No puede haber bondad donde no hay compasión, no puede haber humanidad, donde los hombres se afirman negándola, la de otros y la suya misma; donde unos hombres son tratados como cosas o animales y por ello quienes los tratan así tienen el derecho e incluso la obligación de hacerlos sufrir.
Y si la cárcel es tan sólo un ejemplo de esta deshumanización creciente el resto de espacios sociales también lo son, salvo los pequeños esfuerzos que se aferran con actos a la posibilidad de desarrollar nuevas formas de relación entre los seres humanos.
Estoy convencido de que sólo la unidad de esos pequeños esfuerzos puede cambiar la realidad injusta y cruel en la cual vivimos. Sí, la unidad, esa palabra tan fácil de escribir, de pronunciar, pero tan difícil de construir, sobre todo cuando se nos olvida qué es lo importante: y en este caso lo importante, lo verdaderamente importante, es detener esta maquinaria de muerte y desolación que han echado a andar en nuestro país, sin olvidar que la única garantía de que no vuelva a funcionar es resolver de raíz las causas económicas, políticas y sociales que hacen posible que funcione.
Los extrañamos mucho queridos viejos, más ahora que la familia crece y no hay posibilidad de disfrutar del hecho juntos; sin embargo siempre que pienso en ese asunto de la distancia física, irremediablemente, inevitablemente pienso en las miles de familias que ya no pueden estar juntas, a las cuales la necesidad económica o la violencia impuesta desde el Estado ha fragmentado, cuántos hijos sin ver a sus padres, cuántos padres que han enterrado o lloran la desaparición de sus hijas, de sus hijos ¿acaso ese es el destino inevitable de nuestra sociedad? Llorar a nuestros muertos, a nuestros desaparecidos de manera forzada, a nuestros ejecutados extrajudicialmente, ¿no bastó con el horror de los campos de concentración nazis? ¿Con los cientos de desaparecidos y masacrados de la décadas de los sesentas, setentas, ochentas, noventas? ¿Qué dios bárbaro no se sacia con la sangre de miles de personas? Pero no hay nada místico ni teológico en este asunto, todo se trata de dinero, de capital, de que una pequeña parte de la población siga exprimiendo al máximo a otra, que siga viviendo a costa de otra, que siga afirmando su inhumanidad negando la humanidad de otros y la suya misma.
En este contexto tan adverso a veces, muchas veces, es más difícil ver la esperanza de que es posible vivir de otra manera; en este contexto tan adverso es más fácil dejar de luchar por lo esencial y comenzar a luchar únicamente por lo posible; en este contexto donde lo que se pone en juego es la supervivencia física de miles de personas es más fácil cruzar los límites éticos y morales para salvarse uno solito como individuo o sólo salvar a quienes se tiene cerca, porque los lazos de la solidaridad y del afecto se van haciendo delgados y débiles, sobre todo cuando se le pierde aprecio a la vida colectiva y se deja de sentir el dolor ajeno como propio.
En este contexto el camino de la congruencia se hace más difícil, porque ser congruente a veces significa, si no la soledad, por lo menos verte reducido en tus posibilidades de establecer relaciones humanas con base en la verdad, en la sinceridad y en búsqueda común de soluciones colectivas a problemas comunes…y sin embargo, creemos en el ser humano, en su capacidad de luchar, de resistirse a seguir viviendo en la enajenación total, en su capacidad de amar y de pensar en función de todos o, por lo menos, en las mayoría de la sociedad, de nuestro pueblo. Creemos en el ser humano no como un acto ciego creemos porque existen otras personas que nos han demostrado con sus actitudes que vale la pena creer, porque ellas nos han acompañado muy de cerca o de lejos en este andar que desde hace diez años continuamos en otras circunstancias.
Que la cárcel te marca es cierto, así, tan profundo como nos marcaron sus enseñanzas, de eso que el viejo decía era amar al pueblo…y por amor resistimos y por amor resistiremos, pero también por otro sentimiento tan humano y legítimo como lo es el odio, porque también nos enseñaron a odiar la injusticia, el abuso, el hambre que provocan unos pocos sobre muchos, la miseria económica, pero también la moral…
Hace diez años, queridos viejos, los más grandes temores que me asaltaban eran no ser lo suficientemente fuerte para aguantar lo que en ese momento era incierto; era no ser digno, era no ser fiel a mis convicciones y a lo que yo entiendo que es mi pueblo, era perder a mi familia y derrumbarme y no ser capaz de continuar con dignidad lo que me tocara vivir si me tocaba estar vivo. Hoy no les puedo decir que no tengo miedos, los tengo, porque este monstruo que come gente no tiene llenadero, no ha saciado su sed de sangre, la cuota de dolor de la que vive, porque pueden lastimarnos (como lo siguen haciendo con cientos de personas) y otra vez, nos pueden arrancar todo de pronto y nuevamente comenzaremos casi de cero con nuestro caminar si es que podemos.
Queridos viejos: aunque lejos seguimos juntos, el afecto que nos tenemos jamás podrá ser destruido, los seguimos amando y así será mientras haya vida para hacerlo…tal vez la vida y las circunstancias no nos permitan nuevamente estar todos juntos, pero estoy seguro que todo habrá valido la pena si la congruencia nos acompaña en cualquier lugar, momento y forma en que nos toque morir o en que otros decidan y ejecuten nuestra desaparición física.
Diez años queridos viejos…cuídense mucho…intentaremos seguir fieles a nuestro camino eso es lo único que les podemos asegurar… Besos y abrazos para ustedes.
Los ama Antonio y Emi, Francisco, Héctor, Alejandro y el más pequeño, aunque ellos no hayan escrito…
PD. Papá y mamá, hoy seguimos tratando de no romper aquella famosa regla: “no dejar de ser nosotros mismos”. Emi.
Mexico DF a 30 de agosto de 2011
Esta carta se publica y envía a través del Comité Cerezo México, debido a la imposibilidad de que los destinatarios de esta carta la puedan recibir de cualquier otra manera, los puntos de vista de esta carta no representan el punto de vista del Comité Cerezo México, sino única y exclusivamente de quien la escribe.
lunes, 5 de septiembre de 2011
Carta de Antonio Cerezo: Queridos papá y mamá.
Etiquetas:
Caso Cerezo
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