lunes, 9 de septiembre de 2013

La movilización de Morena, para impedir el mayor robo de la historia


Blanche Petrich

En síntesis, la razón que volvió a movilizar ayer a decenas de miles para escuchar el mensaje de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se expresa en las palabras de don Francisco Morales, hombre de campo que llega por primera vez a la capital para participar en una movilización política: El petróleo es para los mexicanos como la tierra es para los campesinos... la vida.

Venía preparado. Cruzada en el pecho una carrillera de mazorcas de maíz que representan la causa agrarista; escopeta de madera, que significa la defensa del campo, y la bandera, que simboliza la paz. Fue uno de miles (¿30 mil? ¿10 mil? ¿Quién los cuenta?) que se identifican con el llamado a no permitir una reforma a las leyes energéticas, porque lejos de mover a México, como dice la propaganda oficial, lo hundirían.

Este domingo no llovió ni relampagueó, aunque quizá sí haya tronado para algunos de los gestores de la negociación que se desarrolló entre los maestros de la CNTE y el círculo cercano a AMLO desde el viernes y hasta altas horas de la noche del sábado, con la explanada del Zócalo como manzana de la discordia entre los dos movimientos de resistencia contra las políticas peñanietistas que dominan la agenda. Finalmente, Morena optó por un espacio alternativo, la avenida Juárez, para realizar su asamblea multitudinaria, presidida por una gigantesca manta que resume la causa soberanista: No al mayor robo de todos los tiempos.

Pero esas palabras no las pudo leer el campesino Morales porque quedó muy lejos del templete. La falta de información sobre el cambio de sede del mitin desorientó a muchos y extravió a otros. Francisco y sus compañeros, provenientes del municipio poblano de San Andrés Calpa, aledaño al Popocatépetl, se dirigieron hacia 20 de Noviembre, con la esperanza de desembocar en la Plaza de la Constitución, pero ahí se enteraron que tendrían que alcanzar a las columnas morenistas hasta la Alameda. Quedaron en la colita de la concentración. Y no fueron los únicos. Ya era la hora del desayuno dominguero cuando se esparció el aviso de que el lugar de la concentración sería el Hemiciclo a Juárez.

Suerte que la logística de López Obrador se movió con celeridad y, a marchas forzadas, logró desplegar durante la noche cinco grúas con sus respectivas súperbocinas bien espaciadas, lo que permitió que el acto tuviera un sonido aceptable, pese a la dispersión, desde la calle de Balderas hasta el Eje Central.

De modo que los jóvenes trepados en los árboles y las familias que acamparon a las orillas de los jardines de lavanda que ahora aromatizan la remozada Alameda pudieron escuchar y aprobar la propuesta de AMLO de multiplicar el movimiento y profundizar las acciones en favor de la soberanía energética para conseguir, ahora sí, una megaconcentración, y esta vez en el Zócalo, para el 22 de septiembre.

Los jóvenes de la preparatoria Salvador Allende de Ciudad Lago, en Neza, también escucharon y festejaron el varapalo que le surtió AMLO al presidente Enrique Peña Nieto, paniaguado, ignorante de la historia, quien, añadió, está a punto de consumar sin exagerar, un acto de traición a la patria, igual o mayor que los que cometieron Antonio López de Santana, Porfirio Díaz y Carlos Salinas. Dicen casi a coro Itzia Orozco y Lizbeth Flores: Obvio. Si el petróleo es lo más importante, es el capital de todos los mexicanos y lo quieren privatizar.

Hasta el andador Ángela Peralta, las maestras oaxaqueñas que abandonaron por un rato sus carpas del Zócalo para sumarse al mitin a título personal, que conste, escuchan clarísimo la representación de Jesusa Rodríguez: No cambiaremos la Vía Láctea por el Canal de las Estrellas. Y el texto literario del actor Damián Alcázar, que interpela a la clase política y le hace un llamado: Señor diputado, señor senador, tenga decoro, no levante el dedo. Y las dos piezas magníficas, un danzón y una big band, con las que abre el acto la banda de niños indígenas de San Bartolomé, Tlacolula, Oaxaca, por supuesto.

En la Plaza de la Solidaridad, entre las fuentes y los maltrechos arbustos, se apretuja la gente y se arman peligrosos empujones muy cerca del anafre donde ya chirría el aceite para freír los plátanos machos. Pero ahí también se oye clarito el discurso de Claudia Sheinbaum, quien recuerda las palabras que pronunció Jesús Silva Herzog, el abuelo, el que condujo durante el gobierno de Lázaro Cárdenas la estrategia que culminó con la expropiación petrolera, el día en que bautizaron al barco Cerro Azul, el primero que tuvo Pemex, allá en 1940: No hay que olvidar que un pueblo no conquista su libertad pidiéndola por favor, sino luchando por ella.

Y los que se acomodan en la explanada de Bellas Artes alcanzan a seguir el balance de lo que han dejado las políticas privatizadoras en las últimas décadas, expuesta por el presidente de Morena, Martí Batres.

El ausente en el acto es el mensaje unitario. López Obrador llama a unir fuerzas con las clases medias y los empresarios, pero en sus palabras no hay ni un atisbo de que en el futuro próximo confluyan los sectores que tienen una misma causa, pero que no caminan juntos. A un lado del templete, Mario Saucedo, impulsor de la Proclama a la nación a la que se sumó Cuauhtémoc Cárdenas y culminó en el mitin del 31 de agosto, no descarta esa confluencia. En eso estamos trabajando. Él y otros, como Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Navarrete y Alejandro Encinas, la promueven.

Pero hasta ahora siguen paralelas, separadas, sin mirarse siquiera, las dos figuras que pelean por una misma causa, que se llaman herederos legítimos de Lázaro Cárdenas y que, para defender el patrimonio natural de México, aún no hacen suyo el viejo y sabio dicho: La unión hace la fuerza.

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