Pandemia
La directora de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Margaret Chan, anunció ayer el paso a la fase 6 de la alerta declarada ante el surgimiento de la nueva especie de virus de influenza, el A/H1N1, detectado por primera vez en nuestro país, toda vez que los contagios se han expandido por buena parte del mundo: hay brotes de la enfermedad en 74 países, además de que en África se sospecha de la existencia del virus en otros seis. Las casi 30 mil personas cuyo contagio ha sido confirmado y las 144 fallecidas son sólo la punta del iceberg, habida cuenta que, según el estadunidense Centro de Control de Enfermedades, por cada enfermo diagnosticado y registrado podría haber 3 mil no detectados, lo que lleva a una estimación de millones de infectados en todo el planeta. La humanidad hace frente a una pandemia de gripe, la cuarta desde 1918.
Es importante comprender lo que significa el paso de la fase 5 a la 6 en la alerta sanitaria del organismo mundial con el fin de evitar alarmismos y acciones erráticas: el virus A/H1N1 no se ha vuelto más letal ni la enfermedad es más grave, sino que se encuentra más extendida, ha alcanzado un ritmo sostenido de propagación y es preciso reorientar los esfuerzos para contenerla. A estas alturas, los cercos sanitarios y las barreras al movimiento de personas resultan prácticamente inútiles, aunque sí puede llegar a ser necesario suspender temporalmente actividades en locales que propician las aglomeraciones, como se hizo en nuestro país desde fines de abril pasado y hasta mediados del mes siguiente. Para los gobiernos, la directiva de la OMS implica pasar de la etapa de detección y contención a la de atención de los enfermos para reorientar esfuerzos y recursos a esa prioridad. Ello implica preparar espacios clínicos, multiplicar centros de diagnóstico, hacer acopio de fármacos diversos y, desde luego, desarrollar una vacuna específica para el nuevo virus.
Aunque Chan formuló la advertencia para todo el mundo, la singularizó para el caso de México, pues aunque haya logrado estabilizar la propagación de la enfermedad, debe prepararse para el futuro, toda vez que la influenza puede volver en una segunda oleada, fenómeno que suele ser más peligroso y letal que la etapa de surgimiento del virus.
El señalamiento es preocupante porque en abril y mayo pasados el sistema nacional de salud mostró vicios y carencias graves que se tradujeron en burocratismos absurdos, en carencia de materiales sanitarios, en atención médica rezagada y tardía y también, posiblemente, en fallecimientos que habrían podido evitarse; a este respecto, son numerosas las historias trágicas y exasperantes que familiares de fallecidos han contado a los medios: atención denegada en hospitales públicos, diagnósticos errados, falta de insumos y de equipo, altos cobros de los tratamientos, descuidos y atropellos en diversos nosocomios.
Como se dijo en su momento en este espacio, esos episodios denotan el alarmante deterioro sufrido por las instituciones estatales de salud a consecuencia de una política económica que ha privilegiado y alentado el desarrollo de instancias médicas privadas y ha ejercido un implacable hostigamiento presupuestal contra las públicas, que ha buscado atenuar o desaparecer las obligaciones del gobierno hacia la población en materia de salud y que ha colocado progresivamente el bienestar físico y las necesidades de atención médica de los habitantes en el ámbito del libre mercado.
De abril a la fecha, el ritmo de los contagios no se ha acelerado y el virus A/H1N1 no se ha vuelto más mortífero ni más contagioso –podría ocurrir, si se toma en cuenta el alto grado de probabilidad de una mutación o de una combinación genética con otros virus–, pero esos hechos no son motivo para el triunfalismo: el peligro sigue presente y no hay indicios de que el sistema de salud pública del país esté mejor preparado hoy que hace dos meses para enfrentar la segunda oleada a la que se refirió la OMS, y tal vez ni siquiera para atender los casos rutinarios que siguen presentándose. En estas circunstancias, es necesario que las autoridades federales reordenen su lista de prioridades y pongan en el primer sitio la atención médica suficiente, abastecida y digna a los enfermos del futuro próximo. Sobre advertencia no hay engaño.
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