martes, 1 de septiembre de 2009

La diferencia




La diferencia
Pedro Miguel

Sabrá Dios cómo va a terminar eso, pero el asunto de Juanito será recordado, a lo sumo, como una anécdota menor. La descomposición del régimen y las bajezas personales fermentan en una suerte de picaresca sin humor poblada por muchos personajes como ese. Pero el dominio de la izquierda en la capital de la República, con todos sus errores y sus miserias, va mucho más allá de esos episodios tristes y exasperantes: se concreta en obra pública y vialidades, en pensión para adultos mayores, en promoción del desarrollo económico incluso en tiempos de crisis, en útiles escolares gratuitos, en la fundación de universidades, en cultura y recreación para las mayorías depauperadas, en dignificación de las personas. No es fácil eludir el nudo en la garganta cuando uno se entera que en el Festival por los Derechos LGBT (Lésbico, Gay, Bisexual, Travesti, Transexual y Transgénero), que tuvo lugar el sábado anterior en la glorieta del Metro Insurgentes, el Gobierno del Distrito Federal mandó poner una manta con esta leyenda: Sal del clóset, el GDF te apoya.

El hecho es conmovedor, en primer lugar, por razones locales: hasta hace cosa de una década, la autoridad capitalina, representada en patrullas de policía, no tutelaba los derechos de los ciudadanos no heterosexuales, sino que se dedicaba a cazarlos en razzias infames, a extorsionarlos en las barras del Ministerio Público, a tolerar y alentar la discriminación de género y de preferencia sexual, a sospechar por inercia que cualquier homosexual asesinado en un crimen de odio se merecía la muerte. Esos hábitos mentales horrendos distan mucho de haber sido erradicados de los niveles inferiores de la administración, pero se ha operado una revolución en las tendencias generales de la autoridad capitalina que obedece a la transformación cultural y cívica de la ciudadanía y acusa recibo de las añejas luchas sociales. El Distrito Federal conmemoró en abril pasado el segundo aniversario de la despenalización local del aborto. En los 28 meses transcurridos desde esa reforma legal histórica, la sociedad no se ha caído a pedazos, como auguraban los jerarcas eclesiásticos de varias religiones, las cifras de interrupción de embarazos no deseados se mantienen estables y siguen sin abrirse los restaurantes en cuyas mesas, según los peores augurios, habrían de ofrecerse fetos al orégano. En cambio, miles de mujeres se han salvado de una muerte injusta y estúpida, de las secuelas irreparables que solían dejar los abortos sucios de la vieja clandestinidad, y de la imposición, en sus vidas, de transformaciones indeseadas, prescritas por una moralina hipócrita y rancia.

Sin caer en la autocomplacencia y cerrar los ojos ante los rezagos, las insensibilidades, las injusticias y las corruptelas que prevalecen en las oficinas públicas del Distrito Federal: cuando la autoridad pública envía un mensaje de aliento y respaldo a un sector de la población que ha sido perseguido, despreciado y encarnecido por siglos, es momento de ver lo que hemos logrado. La opción preferencial por los diversos, por las oprimidas, por los desampara- dos de la economía y por los discriminados, es un logro institucional histórico del que pueden enorgullecerse los chilangos. Sería mezquino atribuir la obediencia de ese mandato social a uno solo de los gobiernos de izquierda que han administrado la ciudad a partir de 1997: todos ellos, independientemente de simpatías personales o de desvíos lamentables de sus protagonistas, ha hecho su contribución.

Esta manera humanista de gobernar es una seña inequívoca de diferencia frente a los gobernantes reaccionarios federal y locales –panistas y priístas son básicamente lo mismo– que pretenden negar, como si siguiéramos en el Virreinato, la soberanía personal y los derechos básicos (empezando por los reproductivos) de los individuos, que se roban el dinero de la obra pública y los programas sociales y que dejan al arbitrio de la beneficencia privada el reparto de patitas de pollo para que subsistan los más hambrientos.

Más allá de episodios miserables, está a la vista la diferencia de actitudes entre la siempre insatisfactoria y exasperante izquierda y una derecha multicolor que existe para el beneficio personal de sus miembros y para preservar el poder y el principio de autoridad. En quince estados de la República los legislativos estatales han creado o reforzado prohibiciones totales contra el aborto que, entre sus consecuencias más extremas, llegan a condenar a las mujeres violadas a escoger entre la cárcel o una maternidad forzada. Y todavía los panuchos, los tricolores y los verdes, se dan el gusto de horrorizarse ante los talibán afganos por lindar con la barbarie. Qué diferencia.

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