Bajo la Lupa
Rusia abre la llave de su gas a China
Alfredo Jalife-Rahme
Bienvenida al primer ministro ruso, Vladimir Putin (izquierda), por su par chino, Wen Jiabao, el miércoles pasado en PekínFoto Reuters
La mayor joya geoestratégica a inicios del siglo XXI la constituyen los hidrocarburos.
Independientemente de lo que piense en México su kakistocracia (el gobierno de los peores) zedillista-foxiana-calderonista, al unísono de la colusión del sector neoliberal del PRI, los entreguistas del PAN y los desviacionistas del PRD, tanto Rusia como China han definido, por necesidad imperiosa, que los hidrocarburos representan la principal carta geoestratégica en las relaciones internacionales contemporáneas.
Un reciente reporte del Pentágono reconoce la dualidad estructural y coyuntural de China, que ha definido su doble abordaje geoestratégico tanto en la necesidad de obtener petróleo en cualquier rincón del planeta como en su posicionamiento en la seguridad cibernética.
Mientras el México neoliberal se quedó paralizado en el caduco orden unipolar financierista del putrefacto dolarcentrismo, Rusia y China construyen magistralmente el edificio del nuevo orden multipolar menos financierista, al unísono del soporte nuclear-satelital, cuya piedra de toque lo representan las materias primas, primordialmente el oro negro y el oro amarillo para desbancar al dólar unipolar.
Asistimos al deceso del dólar unipolar que le propinó el oro negro multipolar desde la primavera de 2004, cuando se supo que la dupla anglosajona de Estados Unidos y Gran Bretaña, eminentemente financierista, no podía controlar los pletóricos yacimientos petroleros de Irak gracias a las hazañas de la guerra asimétrica de la insurgencia sunnita.
Fenece la alquimia financierista sustentada en el papel-chatarra del dólar unipolar y el hiperbelicismo anglosajón, y retorna la química pura de las materias primas, como adelantamos en nuestro libro agotado El fin de una era: las turbulencias de la globalización (Libros del Zorzal, Buenos Aires, 2007).
Cabe destacar la relevante visita del zar energético (y enérgico), Vlady Putin, a China, donde firmó un acuerdo marco sobre el abastecimiento de gas natural proveniente tanto del occidente de Siberia como de los yacimientos marítimos de Sajalín.
Una serie de acuerdos fueron firmados entre el zar energético ruso y su homólogo chino, Wen Jiabao, que incluyen la cooperación de Gazprom, el gigante gasero ruso, y la empresa estatal Corporación Nacional China de Petróleo (CNPC, por sus siglas en inglés) con el fin de surtir 70 mil millones de metros cúbicos de gas al año a China, más sedienta en energía que nunca (RIA Novosti, 14/10/09).
Durante los tres días de su visita a China, Putin asistió a la reunión del Grupo de Shanghai (SCO, por sus siglas en inglés) donde emergió la propuesta de crear un foro energético.
A Pepe Escobar –estudioso de los juegos de guerra petroleros y gaseros de la dupla anglosajona de Estados Unidos y Gran Bretaña en Asia Central–, no se le escapó la trascendencia de la vista a China de Putin, a quien define como el gran maestro del ajedrez geopolítico (Asia Times, 17/10/04).
A juicio de Escobar, el zar energético ruso no perdió su tiempo en recibir a Hillary Clinton en su visita a Moscú (abandonada a su suerte protocolaria), y optó por su más creativo periplo a China para cerrar acuerdos energéticos de primer nivel geoestratégico.
Es más que notorio que Rusia, ya no se diga los otros visionarios integrantes del BRIC, juega a la decadencia ineluctable de Estados Unidos y se apresta a llenar el vacío geopolítico de Washington en diversos rincones del planeta.
Hace poco, el feroz Dimitri Rogozine, embajador de Rusia ante la OTAN, se dio el lujo de enviar mensajes por Twitter de que Rusia contabiliza ya la derrota catastrófica estadunidense en Afganistán.
Quizá Pepe Escobar sea un poco injusto con Hillary, quien, a juicio del muy juicioso portal europeo De Defensa (14/10/09), obtuvo excelentes resultados de cooperación con su homólogo Sergei Lavrov, a grado tal que aceptó posponer las sanciones contra Irán, lo cual puso en ascuas a toda la propaganda del sionismo financiero-mediático en Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel, que no se cansan en desinformar y Escobar tilda de usual campaña de demonización contra Irán.
En efecto, no puede existir peor demonización que cuando Mefistófeles se disfraza de conductor de televisión o comentarista de radio. Brinquen, pataleen o se flagelen, los vulgares desinformadores a sueldo del sionismo financiero-mediático difícilmente podrán alterar los objetivos geoestratégicos de Rusia y China, quienes no desean imponer mayores sanciones a Irán: la segunda potencia gasera del mundo y la segunda productora de petróleo en el seno de la OPEP.
Escobar no se anda por las ramas y define el juego del zar energético ruso, quien mueve sus oleogasoductos como piezas del tablero de ajedrez geopolítico centroasiático, donde China es un mercado colosal (sic) y la diversificación del abastecimiento constituye una importante dirección de Gazprom (Putin dixit).
Para Rusia y China los oleogasoductos representan el sistema arterial del corazón energético euroasiático, por lo que de ahora en adelante se consagrarán con operaciones conjuntas –en una cooperación estratégica de Gazprom con Pekín– a distribuir el maná de los hidrocarburos a los cuatro puntos cardinales del lejano oriente (que incluye la construcción de refinerías y hasta de 500 gasolineras).
La sinergia es perfecta para cerrar el círculo virtuoso del binomio banca-energéticos –cuya ecuación expusimos en Los cinco precios del petróleo (Ed. Cadmo & Europa, Buenos Aires, 2006) y refrendamos en La desnacionalización de Pemex (Ed. Jorale, 2009): inversiones chinas para explorar y distribuir los hidrocarburos rusos con el fin de perpetuar el crecimiento geoeconómico del noreste de Asia.
A tal gran diseño geoestratégico euroasiático se le conoce como Red de Seguridad Energética de Asia y uno de sus puntales es lo que los rusos denominan Programa Gasero Oriental.
A escala geopolítica, a juicio de Escobar, el pedacito más jugoso (sic) consiste en que Gazprom desea comprometer a China casi la mitad (¡supersic!) del gas que hoy exporta a Europa occidental, mientras China concluye su gasoducto con Turkmenistán.
China recibe 4 millones de barriles de petróleo al día y todavía no importa gas: una necesidad imperativa que Rusia conoce.
Se asienta así la complementariedad bancaria y gasera entre Rusia y China, por cierto, fustigada por Alexander Lukin, director del Centro del Este de Asia y de Estudios del SCO en la Universidad Estatal de Moscú: Rusia se convertirá en un apéndice de China, como se ha convertido para Europa.
Lukin exagera al soslayar que Rusia, que acaba de resucitar del cementerio neoliberal al que la condujo Yeltsin, es todavía una superpotencia tecnológica y pronto deberá operar su esperada gran reconversión integral que contemple el valor agregado de su alta tecnología y el lanzamiento de un sector bancario eficiente y menos dependiente de las finanzas del hoy moribundo G-7.
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