Como diría el inolvidable cómico político Jesús Martínez Palillo, está haciendo tanto frío porque algún político tiene una fábrica de cobijas y quiere venderlas a como dé lugar.
Con las cuatro palabras que encabezan la columna puede resumirse el sentimiento con el que entramos los ciudadanos mexicanos al año 2010. El incremento al precio de los energéticos, el alza en impuestos, el nuevo IVA y el aumento en cascada –catarata- de mercancías y servicios, aunado a los magros aumentos salariales, provoca que en lugar de empezar el año con renovados bríos, lo comencemos con la sensación de que somos poca cosa y que estamos inermes ante una clase política a la que le valemos madre los ciudadanos de a pie.
-No me gusta que nos definas a los simples mortales como ciudadanos de a pie, se presta a que los políticos –oh dioses odiosos- nos clasifiquen en la categoría de peatones, es decir, que no usamos automóvil y por lo tanto, en su sabia opinión, no nos afecta el incremento al precio de la gasolina.
-Bueno, de hecho algo por el estilo dijo el senador Gustavo Madero al comentar que el aumento a la gasolina no afecta a los pobres porque éstos no tienen automóvil. En la lógica del Senador, el dueño de un vocho modelo 91 es un potentado al que no le perjudica dicho incremento. Además, el Senador, de ilustre apellido, al asegurar que las alzas en los combustibles no generan inflación, pasó por alto que todo lo que se consume se transporta, por lo tanto, el fomento en el costo de la gasolina repercute, irremediablemente, en el valor de cualquier artículo.
-Menos en el que estás escribiendo que aún tiene el precio del año pasado.
Cordero de Dios que borras las promesas de Felipe
- Felipe Calderón prometió que durante el 2009 no subiría el precio de la gasolina. La promesa presidencial fue rota, en dos ocasiones, en la última semana del año. El responsable de la ruptura es Ernesto Cordero, flamante Secretario de Hacienda.
- Cordero tiene un jefe. Seguramente él le dio la orden, pensando que somos tan desmemoriados que nadie recordaría su promesa.
- O tal vez, el jefe de Cordero es tan desmemoriado que olvidó lo prometido.
- Haiga sido como haiga sido, ahí están los aumentos con su nociva carga para la economía popular.
- Y con su desfavorable efecto en la imagen del funcionario -el favorito de Los Pinos para el 2012-.
- Eso de que Cordero sea el predilecto de Calderón para sucederlo no lo creo.
Si así fuera, ¿por qué quitarlo de la Sedesol, Secretaría dadivosa, para mandarlo a la mezquina Hacienda, dónde va a estar, constantemente, en el ojo del huracán?
- Lo mandó para foguearlo.
- ¿Y si se le pasa de fuego y lo quema?
Pobre por un día
-Entre los buenos propósitos de Año Nuevo de esta columna está el de hacer propuestas de interés general. Algo que hemos criticado mucho aquí es la falta de sensibilidad social de los funcionarios públicos. Aislados en su burbuja de poder, no sienten, no sufren las aflicciones y conflictos cotidianos que viven los ciudadanos comunes y corrientes, sobre todo los más pobres.
-Es por ello que esta columna lanza su programa “Pobre por un día”, dirigido a aquellos gobernantes que realmente estén interesados en saber y sentir en carne propia cómo pasa un día de su vida un pobre. Para explicar en qué consiste el programa elegiremos, como ejemplo, a un funcionario de primer nivel, un secretario de Estado, ¿qué tal Gilberto Ruiz Mateos, de Economía? Lo escogimos, entre otras cosas, porque casi nadie lo conoce y así sería fácil mezclarlo con los pobres sin ser reconocido.
-Lo primero que le sugeriríamos sería abstenerse de afeitarse y bañarse durante dos días –si puede tres, mejor-. Los pobres tienen un fino olfato para reconocer a las primeras de cambio a los que no son de su índole. También es importante, el día indicado, vestirse con la ropa más jodida que se tenga a la mano. Como esto es difícil –no me imagino el clóset de un funcionario con ropa vieja y que no sea de marca- le sugerimos mande a uno de sus ayudantes a la estación del Metro Guelatao, afuera de ésta, los miércoles, venden ropa usada de la peor calidad.
-Ya caracterizado de pobre, saque usted de su caja fuerte o su cartera –lo que ocurra primero- la fabulosa cantidad de 56 pesos con 50 centavos –4 centavos más que el salario mínimo-. Sólo con esa cantidad en la bolsa, no se vale llevar celular, reloj ni nada que delate su estatus económico, ordene a su chofer y escoltas que lo depositen a las 6 en punto de la mañana en la estación El Rosario, del Metro. Y que lo recojan en ese mismo punto 14 horas después -8 de la noche-, procuré llevar un morral deshilachado que contenga una cuchara de albañil, un marro, en fin, cualquier herramienta que lo haga parecer obrero de la construcción.
No cene la noche anterior para que a esta hora desfallezca de hambre. Por sólo 10 pesos, cómprese una deliciosa y energizante guajolota –torta de tamal- bájesela –a la panza- con un nutritivo Boing de guayaba. –Si un Boing bajó las Torres Gemelas, que no baje una guajolota-. Diez pesos de la torta de tamal y 8 del chesco y ya desayunó. Invierta 3 pesos de los 39.50 restantes en comprar un boleto del Metro, abórdelo, en Indios Verdes transborde hasta Centro Médico, y de ahí rumbo a Observatorio para bajarse en Tacubaya y luego hasta Barranca del Muerto.
En sólo una hora recorrió usted la ciudad de punta a punta, le ofrecieron bolígrafos, manitas para rascarse la espalda, discos pirata, maquinitas para quitar las bolitas de peluche de los suéteres, calculadoras chinas y le agarraron las nalgas seis veces. Supuestamente, en una hora entra a trabajar en una construcción que se encuentra en El Pedregal de San Francisco, camina hasta el Periférico y toma el micro –cuesta 3.50 pesos-.
A las 8 en punto ya está en la obra. Nada más para sentir más lo que es la piel de pobre pídale al maestro de la obra que le dé chance de chambear ese día, a prueba. Bueno –dirá el maestro- pero chin-goce de sueldo.
Acepte usted y ayúdele a construir una barda ladrillo tras ladrillo hasta que el maestro descubra que se le da mejor la economía que la construcción –lo cual no es mucho decir-. “Ira” –le va a decir el mai -la neta eres muy pendejo para la plomada mejor ayúdale a El Chinicuil con la mezcla. El Chinicuil lo tortea –“así nos llevamos aquí, carnal”- y lo pone a cargar botes de mezcla hasta la una y media. Lunch brake. Hace hambre. Camina hasta una tienda de esas llamadas de conveniencia –han de decirles así porque están convenientemente distribuidas cada cuadra y media-. Compra una lata de atún 10 pesos, un refresco de 600 mililitros de 7.50 y en la tortillería -que también es de conveniencia porque suben el precio del kilo a como les conviene- adquiere medio kilo para engañar el hambre por 6 pesos.
Luego del banquetazo –comió sentado en la banqueta- una jetita hasta que el maestro grita: “Órale huevones”. La tarde es más relajada. Nomás hay que quitar la cimbra del colado de la mañana. Al cuarto para las 6 toma el micro que lo deja en Barranca del Muerto, le quedan 6 pesos y le falta una hora para llegar al punto de reunión –Indios Verdes- donde dejará de ser pobre por un día. En eso una patrulla lo detiene. ¿Qué traes en el morralito, mi buen? Nada.
“Nada, eso dicen todos, ¿verdad pareja?” Revisan el morral donde trae la cuchara de albañil, los patrulleros la juzgan arma blanca porque trae yeso. La confiscan y le quitan los 6 pesos. ¿Y ahora? No le queda más remedio que contratar una línea de crédito –pedir prestado-. El viejo truco de me asaltaron voy hasta Indios Verdes, ayúdeme para el Metro. Ponte a trabajar, huevón.
Hasta que un alma caritativa se compadece de él. Una hora y media después de lo convenido, el funcionario de nuestro programa piloto, ya está en el confort de su automóvil y bajo la protección de sus escoltas. Al día siguiente volverá con su fino traje a su oficina, seguirá con su sueldazo pero, tal vez, en su rostro haya un gesto de humanidad.
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