lunes, 11 de octubre de 2010

Andrés Manuel retoma el centro neurálgico del debate nacional

Pulso crítico

J. Enrique Olivera Arce

El ciudadano Felipe de Jesús del Sagrado Corazón Calderón Hinojosa, como cualquiera otro en nuestro país, está en plena libertad de pensar y de expresar sus ideas, por cualquier medio a su alcance, en los términos y con las limitantes que la legislación vigente establece. Luego lo que a el le venga en gana expresar no debería ser motivo de escándalo y desgarre de vestiduras, como está aconteciendo en atención a los términos en que califica al polémico político tabasqueño Andrés Manuel López Obrador.

Otra cosa muy distinta es que el ciudadano Calderón, en su carácter de presidente de la República en funciones, emita públicamente su opinión sobre el controvertido tema de las alianzas electorales, dando por sentado que Andrés Manuel ha sido y siga siendo “un peligro para México”, y, de paso, afirme que quienes comulgan con las ideas del tabasqueño sean “sus fanáticos”, “extremo super radical”, “especie de feligresía”, “que no tiene nada que ver con el mexicano común que trabaja, lleva a sus niños a la escuela, y quiere vivir en paz y tranquilidad”.

Para el ciudadano común, es legítimo el acogerse la libertad de expresión, derecho inalienable dispuesto por la Carta Magna que nos rige a todos por igual, sin más limitantes que aquellas que la propia ley establece. Como presidente de la República, al ciudadano que ostente tal investidura, tal libertad le está acotada, adicionalmente, social, económica y políticamente por lo que mejor convenga a la Nación.

De ahí que habría que preguntarse si Felipe Calderón, con sus públicas declaraciones en contra de Andrés Manuel López Obrador, actuó como presidente de la República, o como ciudadano común, asumiéndose como militante beligerante de un partido político en específico, que ve en el político tabasqueño más que “un peligro para México”, una amenaza latente para las aspiraciones del PAN de mantener para sí el poder presidencial.

La respuesta la tienen los varios millones de mexicanos, incluidos senadores y diputados federales, que ya se están manifestando en contra de las afirmaciones de Felipe Calderón, al considerarse que actuó como un militante más del PAN y no como presidente de la República, en tanto contribuye a enrarecer el clima político, reactivar polarización social, e inmiscuirse en asuntos de la absoluta competencia de un sistema de partidos políticos ya de sí en franco deterioro.

Precisamente auspiciando y propiciando aquello que menos conviene a la Nación, en un país que requiere con urgencia de unidad, concordia y estabilidad política, frente a los efectos de una crisis que tiene a México al borde de la calificación de Estado fallido, y viviéndose una situación de emergencia en gran parte de México, a consecuencia de los efectos de fenómenos naturales que lastiman a miles de familias

Andrés Manuel López Obrador en esta ocasión ha sido cauto en su respuesta. El amor al prójimo que une y no el odio y la mentira que separa y divide, son sus palabras frente a la provocación de un presidente de la República que no sabe estar a la altura y responsabilidades a que su investidura le obliga.

Lo que no podemos asegurar es si la misma cautela y ponderada respuesta, domine en el amplio escenario de millones de esos mexicanos a los que Calderón califica como “fanáticos”, “extremo super radical”, que conforman esa “especie de feligresía”, que convencida acepta y sigue, no al hombre, con sus debilidades y fortalezas y confrontado con el sistema, sino a las ideas e intencionalidad de cambio que por todo el país difunde López Obrador, coincidentes con el sentir generalizado de un ya basta al estado de cosas que está hundiendo a México.

Porque una cosa es el hombre, el ciudadano común, con sus anhelos, contradicciones, convicciones, renovadas y legítimas aspiraciones a ocupar la primera magistratura del país y, otra cosa son aquellas ideas que trasmite y que prenden en multitud de ciudadanos que, valorando al país que en suerte les ha tocado vivir, atienden más a lo mediato de su vida cotidiana y futuro cercano, que a la incertidumbre de un retroceso histórico ofertado por el gobierno calderonista, o un más de los mismo, ofertado por el sistema formal de partidos políticos que padecemos en México.

¿Qué es un peligro para México, a decir de Calderón? Habría que ver cual es el México que ve en Andrés Manuel una amenaza y cual México constituye para muchos, el país al borde del desastre en el que, los que menos tienen, habrán de pagar los platos rotos. Para estos últimos, Más que ver en Andrés Manuel como un peligro, lo siguen como oportunidad de una renovada esperanza de transformación y cambio. La ambivalencia del discurso de López Obrador, no lo aclara. Por un lado se asume como un reformista radical confrontando al sistema capitalista como tal, arremetiendo contra “la mafia” burguesa, doméstica y trasnacional y, por el otro, como un bien intencionado y honesto político “de izquierda”, que propone cambios sustantivos en el gobierno en beneficio del pueblo llano. Tal ambivalencia o incongruencia discursiva, indudablemente genera lo mismo rechazo que aceptación.

La verdad de las cosas es que López Obrador no es un “revolucionario radical”, en el sentido socio-histórico, tampoco un reformista al estilo de Chavez o Evo Morales. Apenas aspira a darle un rumbo cierto al futuro de un país que ha perdido la brújula, privilegiando con visión social el crecimiento, desarrollo y bienestar de los más.

En consecuencia, Felipe Calderón estaría obligado a explicar el porqué considera que el tabasqueño sea “un peligro para México, y a cual México ve amenazado con las ideas y propuestas de quien ya desde ahora, pretende marginar de la contienda electoral del 2012.

Por lo pronto, dentro del marco de la fracasada “guerra” que bajo los auspicios y dirección de Calderón Hinojosa, desparrama miles de muertos por todo el territorio nacional, generando desconfianza, inseguridad, incertidumbre e intranquilidad social, Andrés Manuel López Obrador políticamente retoma el centro neurálgico del debate nacional sobre el futuro de México. El maridaje entre la obcecación enfermiza y ausencia de visión de Estado de Calderón y la corrupción y oportunismo del chuchismo perredista, se han encargado de que así sea.

Paréntesis aparte, a mi juicio ya es tiempo que Andrés Manuel defina su militancia partidista. No puede seguir con un pie dentro del PRD y otro fuera de su partido, sin que ello genere confusión y falsas expectativas, a la par que inyecta, en vano, oxígeno a una dirigencia cupular entreguista y tan reaccionaria de un partido que, en la mayor parte del país, es ya un muerto insepulto.

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Difusión: Soberanía Popular

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