Lunes, 03 de Enero de 2011 00:00
Escrito por Guillermo Knochenhauer
Al mundo occidental le aqueja una profunda crisis moral, la cual tiene que ver con el culto al individuo, al mercado y al dinero. Éste último se ha convertido en el referente de éxito y aceptación social que todo mundo persigue, desde luego la gente trabajadora pero también la delincuencia organizada.
Jean Francois Gayraud, comisario policía francés y autor de libros acerca del modo en que operan las mafias en el mundo, sostiene que la simbiosis entre el poder político y el crimen organizado se da porque ambos persiguen lo mismo: dinero. (“El G9 de las Mafias en el Mundo”, Ediciones Urano, Barcelona, 2007).
Gayraud sigue como una de sus líneas de reflexión el desplazamiento de valores y compromisos políticos por parte del dinero, entronizado como organizador de la modernidad. Este fenómeno se habría agudizado con el fin de la guerra fría, como si después de la caída del muro de Berlín, los políticos y empresarios poderosos del mundo hubieran considerado que ya no tenían que convencer a la sociedad de nada ni asumir compromisos con la equidad, la justicia o el bienestar.
El mundo ha quedado “desprovisto del noble atractivo de las ideas y regido por el principio organizador del dinero”, dice Gayraud. En ese ambiente, “¿cómo se nos puede escapar que el capital es el motor y el ideal común de las sociedades legal y criminal?”
La cuestión tiene una respuesta severa: mafias y poder político se identifican en la finalidad de enriquecimiento, al grado en que las autoridades dejan de distinguir la nítida diferencia de medios para conseguirlo. En el dinero, las élites mafiosas y legales encuentran más puntos en común que divergencias, sostiene Gayraud, quien atribuye a ello el fenómeno de cohabitación cada vez más extensa y profunda entre las mafias evolucionadas y las élites políticas y económicas en las naciones en las que operan.
“Por su riqueza, su inserción simbiótica en la economía globalizada y por su proximidad a los poderes políticos y económicos, las mafias constituyen una élite social, forman parte de la clase dominante legal. Existe una burguesía mafiosa, similar a la burguesía de la industria textil o de la informática. Esta clase alta de la organización criminal incluye al mafioso en sentido estricto y a todos sus acólitos que prosperan en la ambigüedad entre la legalidad y la ilegalidad”.
El argumento es que la delincuencia se ha instalado en el centro de los sistemas políticos y económicos de varias naciones por lo cual, las mafias dejaron de ser una anomalía para convertirse en “el indicador de la evolución criminal del mundo”. En varios países europeos, de gran peso en el mundo, como Italia, “la era de las ideologías está dando paso, de forma tan discreta como cierta, a la era criminal” dice Gayraud.
México no es un caso al que se refiera Gayraud, no por otra cosa sino porque le parece que la delincuencia organizada en nuestro país no alcanza el grado de sofisticación de una mafia. Nuestros criminales no aspiran a ejercer el poder político e influir en las políticas públicas, sino simplemente a coludirse con las autoridades para mantener su impunidad.
Hay que reconocer que en ese propósito han contado con la complicidad de autoridades que se identificaron con los criminales en su amor al dinero. Hay que reconocer también que aunque no tengamos en México mafias con la raigambre y sofisticación de las europeas, la ambigüedad entre la ilegalidad y la legalidad es ya parte de nuestra normalidad, y en el fondo, de manera más burda.
Y si juzgamos por el bajo nivel de los debates en los que se enfrascan nuestros partidos políticos en su lucha por el poder, ¿qué tan lejos estamos de tener que reconocer que se ha perdido la era de las ideologías y que en ese vacío de valores, principios y propuestas se de paso a la era de los principios y reglas criminales?
Un indicador esencial de que el 2011 pueda ser mejor que este año que hoy termina, es que recuperemos, como país, el valor de las ideas y del compromiso solidario sin los cuales, es imposible abatir la impunidad, restaurar el estado de derecho y las libertades que debe garantizar.
Fuente: La Jornada de Morelos
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