martes, 22 de marzo de 2011

Decadencia II


Tres siglos de colonialismo confesional cincelado primero en la Reconquista, luego en la Contrarreforma, marcaron como fierro en la frente las características generales de la forma de ser novohispana. Usos y costumbres medievales que sobreviven robustos y sanos a los embates en México de revoluciones tecnológicas importadas y posmodernismos urbanos. Expresiones coloquiales como “para servirle” o “mande usted” revelan que el reflejo servil cala hondo en la reproducción social. En la casa y la escuela se enseña a los niños a que ésa es la forma correcta, respetuosa, de contestar. Los límites entre la formalidad del respeto y el servilismo se pierden. Por eso se confunden.

Agradar al patrón sugiere suavizar la forma de dirigirse a él. Se privilegia entonces al eufemismo, el circunloquio del gerundio y el diminutivo; porque suavizan el dicho. A la pregunta ¿qué haces?, que podría contestarse con un simple y directo pero seco “ceno”, se prefiere contestar “estoy cenando” porque es más suave. Igual el gusto por los diminutivos, porque suavizan. Se describe entonces a alguien no como una persona obesa o gorda, sino como “gordita”. Enano es demasiado brusco, mejor enanito, o chaparrito; o flaquito, o cieguito, o peloncito. O negrito, o morenito; porque si se les llama negros pueden ofenderse, llega a decirse. Es demasiado brusco.

La sociedad mexicana aún concibe las relaciones de patronazgo y clientelares como las determinantes para colocarse y progresar, para la obtención de favores o privilegios. Pocas cosas en México son meritocráticas. De ahí los reflejos por agradar y reducir al mínimo el riesgo de herir alguna susceptibilidad hipersensible.

A la verdad, cuando es inevitable, se prefiere llegar por aproximación indirecta, tangencial. Es mejor evitarla si se puede. La verdad a secas agrede. Y el sistema completo se construye sobre esas bases endebles y sobre preconcepciones que rigen un comportamiento ético que promueve que la responsabilidad sea diluida. No importa la falta que se haya cometido, si hay arrepentimiento sincero la falta será perdonada.

Con bases tan inciertas es casi natural entonces que la institucionalidad completa sea débil. Un sistema de reproducción social y política que no consolida su institucionalidad termina por atentar contra sí mismo. La formación de capital humano pasa a segundo o tercer plano. Sin capital humano es mucho más improbable la creación de capital social. Todo ello perfila y alienta la incivilidad. La cultura del gandallismo se generaliza. Se configura así un sistema tan incierto que la mejor forma de sobrevivir es velar por uno, dudar siempre del otro y chingarlo antes que lo chingue a uno. De ahí a la corrupción como sistema de vida y reflejo de sobrevivencia la distancia es nula.

Es por eso que puede sobrevivir un sistema de impartición de justicia en donde la autoridad no persigue al delito sino que es atraída por éste. Para encarcelar a alguien el Estado no precisa de probar sin lugar a dudas su culpabilidad, le basta con presumirla y que haya un testigo que señale a un inocente para encarcelar a ese inocente. Para Marisela Guzmán, ministerio público que encarceló a J. Antonio Zúñiga, el protagonista del documental Presunto Culpable, fue suficiente que hubiera un testigo que lo inculpaba . Los otros 12 que lo ubicaban en otro lado no los consideró. Ni siquiera investigó. Al juez le bastaba que hubiera un inculpado para concernarlo sin haberse presentado nunca a las audiencias. El procedimiento mismo que se exhibe del juicio de apelación es una irracionalidad extrema. El sistema de justicia está construido para proteger y alentar la corrupción y la impunidad.

Estamos a escasos seis días de que se cumplan 17 años de aquel 23 de marzo de 1994. El día que allá en Tijuana fue asesinado Colosio. Desde hace 30 años en México se suman acontecimientos que comparten el denominador común del dramatismo: asesinatos políticos, matanzas video filmadas, corrupciones documentadas, una implacable precipitación en los niveles de bienestar y el virtual desmembramiento de la fábrica nacional. Los últimos cuatro años de esas tres décadas han sido el reino de la barbarie y de la mentira. En la barbarie, en la falta de ley, o el la existencia de una ley inaplicable por incapaces, la sangre siempre reclama sangre. El asesinato sin castigo conduce al asesinato por venganza. Así, el mal se extiende por la tierra del país. Como una infección, como cáncer en metástasis. Las cinco pestes medievales fueron el terror porque nadie entendía. Hoy en el país nadie entiende y menos el gobierno. Por eso es un gobierno de terror. Un gobierno nacional que habla de leyes, del imperio de la ley, y que hace nada sobre las confesiones de un general cuyo método es matar en caliente. “Si agarro a un zeta lo mato; ¿para qué interrogarlo?”.

Tres días después de haber dicho eso, explicó que “no es una barbarie, son sistemas de seguridad”. A la chingada la ley, a la chingada el Estado. Las invisibles manos de un sistema impune promueven a este hombre de jefe de la policía municipal de Torreón a secretario de Seguridad Pública de Quintana Roo. Y nadie en el gobierno hace nada. Es probable que no lo consideren de su incumbencia, Nada nuevo hay bajo el sol, ya antes el presidente municipal de San Pedro en Nuevo León, Mauricio Fernández, había anunciado que formaba un grupo de rudos. Al jefe de los rudos lo asesinaron a fines de febrero.

Basta una revisión medianamente amplia, nada profunda sobre la situación en que está el país y el futuro previsible para los mexicanos para llegar a la conclusión de que es mejor no seguir por este camino.

lepoldogavito@gmail.com

*Es Cosa Pública

Fuente: La Jornada de Veracruz

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