JAIME HERNÁNDEZ
Sólo Felipe Calderón cree que el país marcha bien. Sólo él cree que el país mantiene un paso firme en el crecimiento y el desarrollo. Pero nada más lejano de la realidad: el país sigue deshaciéndose y las condiciones para una gobernabilidad mínimamente aceptable se han erosionado peligrosamente. Y como nunca, la sociedad se encuentra en grado extremo de vulnerabilidad. El Estado de derecho en México que tanto se pregona es más bien una ficción, ya que los poderes fácticos continúan imponiendo sus dictados y sus leyes ¬–no escritas desde luego–, sobre toda autoridad y ley formal. El penúltimo informe de gobierno de Felipe Calderón sólo revela la existencia de un país en desastre nacional, donde el crecimiento está paralizado; y una sociedad inmersa en una crisis de seguridad donde la esperanza no aparece por ningún lado.
El respeto a los derechos humanos, fundamentales para apuntalar un estado democrático, pese a tener avances formales en la Constitución, han tenido graves retrocesos como nunca. Desapariciones forzadas, asesinatos masivos, desempleo crónico y endeudamiento público y privado condicionan y laceran la existencia de la mayoría de los mexicanos. Éste ha sido el costo que hemos tenido que pagar por aceptar la imposición de un presidente espurio. La sola presencia del Ejército en las calles, realizando tareas policiacas, constituye un elemento que desentona con cualquier régimen que presume de legalidad. Y la advertencia de Calderón: “La lucha contra el crimen organizado, hasta el último día de mi mandato”, más que una buena noticia suena a un mal presagio.
Autoridad autista
Pese a los supuestos avances que anuncia Calderón en educación, salud, vivienda, agua potable, empleo, los verdaderos problemas de la nación no tienen que ver con la inseguridad pública –que opaca sus “logros”– sino con el tema de la impunidad, la justicia y la igualdad social. Combatir la inseguridad pública de forma material, con simulacros y ejercicios de fuerza, a nada ha conducido. Los casi 45 mil asesinatos y la violencia que han producido “las organizaciones criminales entre sí” –según Calderón–, sólo demuestran a una autoridad autista, que está ausente, y un estado de cosas donde lo que impera en realidad es la venganza y la justicia por mano propia.
Han sido las intenciones ocultas del gobierno las que han llevado al país al desastre que actualmente vivimos, ya que el verdadero propósito de Calderón nunca fue brindar seguridad pública y combatir el crimen organizado, pues en tal caso hubiera combatido la delincuencia que es solapada o que se genera incluso desde el mismo estado. No. El verdadero propósito de Calderón fue obtener legitimidad en el cargo luego del fraude electoral del 2006, y de paso disuadir con la presencia del Ejército el descontento social y la movilización cívica. La ilegitimidad de origen de Calderón nunca ha podido desvanecerse del imaginario popular.
Ahora o nunca
Posiblemente debemos prepararnos para lo peor. Este último año de mandato de Calderón se realizará bajo la premisa de “ahora o nunca” y tratará de impulsar las reformas estructurales que “requiere el país” y que “permitan el desarrollo nacional”; principalmente la reforma laboral y la privatización del sector energético con el fin de acentuar las políticas neoliberales. Recordemos que no se construyó siquiera una nueva refinería de gasolina. De paso intentará sacar adelante su Ley de Seguridad Nacional para dejar el Ejército en las calles en los próximos veinte años y crear en los hechos, una “policía única”, similar a la de Colombia que permitió derechizar a este país.
El quinto informe de Calderón demuestra una manipulación de cifras y datos, como la de casi lograr la “salud universal” de los mexicanos, y lograr la creación de 500 mil nuevos empleos, aun cuando la mayoría de ellos son mal pagados y eventuales. Lo peor del desastre nacional que va dejando Calderón en su paso por la presidencia lo constituye el crecimiento de la pobreza: más de 12 millones pobres en grado extremo y más de 21 millones de personas sin recursos para alimentarse de manera adecuada.
El quinto informe de gobierno de Calderón representa una vez más una ofensa a la inteligencia de los mexicanos, pues lejos de hacer una revisión de actos y asumir una autocrítica de su gestión resulta ser un acto apologético de las acciones emprendidas. Estos últimos años han sido de tragedia nacional.
Comandante supremo
Acostumbrado a manosear las conciencias a través de los medios sometidos al Estado, Calderón dijo que “pese a la violencia vendrá un nuevo México seguro, próspero, justo y democrático, donde las familias vivirán en paz y se habrá erradicado la pobreza extrema”. Pero además, desaseado como lo ha sido en materia electoral, dijo que en las elecciones del 2012 será “escrupuloso en la observancia de la ley para que la contienda se celebre con equidad e imparcialidad”. Pero hace menos de un año Calderón ratificó su idea de campaña del 2006 —de que Andrés Manuel López Obrador era un peligro para México—, por ser “válida y cierta”.
Con este penúltimo informe de Calderón se presenta de forma natural el declive de un mandatario que nunca lo fue, de un presidente que se empeñó en serlo y con profunda vocación, pero de su partido; y de un jefe de Estado de facto, pero sin estatura de estadista. De un ciudadano que siempre quiso ser el comandante supremo.
Fuente: La Jornada de Jalisco
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