El gobierno justifica la privatización del sector petrolero y su entrega a las empresas trasnacionales afirmando que éste es el camino para crecer, adquirir tecnología y generar empleo. Pero todos los análisis concuerdan: la entrega de los hidrocarburos a las empresas trasnacionales tendrá un efecto débil y temporal sobre el crecimiento, el empleo generado será raquítico y tampoco habrá adquisición de tecnología.
Es decir, tenemos un balance negativo en todos los frentes. Se entrega el control económico y patrimonial de los hidrocarburos, y no se tiene ningún efecto positivo sobre el desarrollo. Mal negocio para el país.
Hay dos lecciones importantes que se desprenden de las experiencias exitosas de industrialización tardía, en especial del caso de Corea del Sur. Las dos lecciones son relevantes para analizar el caso de la destrucción de Pemex y las implicaciones de la privatización de los hidrocarburos. La primera es que el desarrollo industrial se construye fortaleciendo los eslabonamientos inter-industriales, es decir las relaciones que conectan ramas medulares de la actividad manufacturera con actividades auxiliares o periféricas. Este encadenamiento permite a las ramas medulares transmitir al resto de la industria los impulsos dinámicos de su crecimiento. Sin estos eslabonamientos no hay multiplicador de empleo, ni efecto de arrastre para el resto de la economía.
Entre más estrechos son los eslabonamientos, más fuerte es la transmisión de efectos a lo largo de todo el entramado industrial. En cambio, cuando los eslabonamientos son débiles, la cadena de transmisión es endeble. En el caso extremo tenemos a la industria maquiladora, con una muy débil conexión con el resto de la industria. Eso explica por qué cuando crece la industria maquiladora, como en los últimos años de los 90, el efecto de arrastre sobre el resto de la economía es despreciable.
Desde finales de los años 80 se intensificó el proceso de contagiar el síndrome de la industria maquiladora a toda la industria mexicana. Por eso se han debilitado todas las relaciones inter-industriales y hoy la cadena de transmisión de efectos es casi inexistente.
La apertura del sector energético a las empresas trasnacionales no fortalecerá la red de eslabonamientos inter-industriales. La construcción de plataformas, refinerías, oleoductos y plantas petroquímicas podrá utilizar algunos insumos de la industria mexicana, sobre todo en lo que se refiere a estructuras metálicas y pailería. Pero los componentes de mayor contenido tecnológico, como válvulas, bombas e instrumentos de control serán importados. Por eso los efectos multiplicadores de crecimiento y empleo hacia la industria mexicana serán muy limitados. Y nada podrá hacer el gobierno para inducir a un incremento en el contenido nacional en las operaciones de las empresas trasnacionales: como ya lo hemos señalado anteriormente, el capítulo XI del Tratado de Libre Comercio para América del Norte prohíbe la imposición de este tipo de requisitos de desempeño.
La segunda lección es que la adquisición de una capacidad tecnológica propia, endógena, requiere de inversiones y de una política tecnológica. El sendero para adquirir capacidades tecnológicas es distinto en cada caso, en cada proceso y en cada producto. Pero siempre hay un denominador común: adquirir capacidad tecnológica es el resultado de un esfuerzo deliberado y continuado.
El discurso del gobierno no deja lugar a dudas. Nunca habla de adquirir capacidad, sólo se refiere a la adquisición de tecnología. Es obvio que no es lo mismo. Una empresa puede adquirir una máquina herramienta de control numérico, pero no por ello habrá adquirido la tecnología para producir esa máquina. Y es que a los funcionarios de este gobierno, como a los de los últimos cuatro sexenios, el tema de la adquisición de capacidades tecnológicas les tiene sin cuidado (probablemente ignoran lo que significa).
A partir de 1982 Pemex fue impedido de realizar las inversiones que se necesitaban en materia de desarrollo tecnológico. Los canales de aprendizaje y asimilación de tecnología que se habían construido a través del Instituto Mexicano del Petróleo (IMP) fueron desmantelados poco a poco. En los años 80 el IMP estaba por encima de todas las firmas brasileñas de ingeniería petrolera juntas. Hoy Petrobras ha adquirido una fuerte capacidad tecnológica mientras el IMP ha sido relegado a un papel secundario en los proyectos de Pemex. La explicación es sencilla: el IMP fue relegado al papel de gestor y administrador de proyectos, con una intervención periférica en los pocos grandes proyectos de Pemex. Con la reforma energética el IMP se hundirá irremediablemente. La tecnología de las empresas trasnacionales seguirá siendo una caja negra para la industria mexicana.
Conferir el control de los hidrocarburos a las trasnacionales no traerá crecimiento, ni empleo, ni adquisición de tecnología. Eso sí, se cerrarán las puertas a un proyecto de industrialización. En la trágica visión del gobierno México debe ser siempre un país proveedor de materias primas y de mano de obra barata.
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