Mons. Christophe Pierre
Nuncio Apostólico
Presente
Mèxico, Distrito Federal; 30 de enero de 2009
Dentro de seis meses, el 30 de julio de 2009, se cumplen 198 años del fusilamiento del Padre de la Patria, Miguel Hidalgo y Costilla. La ejecución, ustedes dirían asesinato si de unos de sus mártires se tratara, fue precedida de un juicio infamante y de una defenestración. Ésta incluyó la tortura, consistente en rasparle las yemas de los dedos, la palma de la mano y parte de la cabeza con un cuchillo.
Meses después de su ejecución, el Cura Hidalgo fue excomulgado por el obispo electo de Valladolid, Manuel Abad y Queipo, excomunión ratificada y apoyada por diversos jerarcas de la época, entre ellos el Arzobispo de México.
Cierto es que previo a la ejecución, se sentenció a la excomunión y pena de muerte, al ser acusado de alta traición, sedición, crímenes, asesinatos y conspiración.
La sentencia fue de “excomunión y muerte para Miguel Hidalgo “por profesar y divulgar ideas exóticas (sic), partidario de la Revolución Democrática Francesa, por disolución social al pretender independizar a México del imperio español”. En consecuencia, por traidor a la patria.
La sentencia fue emitida por Ángel Abella, comisionado juez para la ocasión, y la defenestración y tortura fue ejercida por el Obispo de Durango, Francisco Javier Olivares y ejecutada por el doctoral Francisco Fernández Valentín.
La excomunión emitida por el Obispo electo de Valladolid, Manuel Abad y Queipo es del 24 de septiembre de 1810. En ella acusa a Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Abasolo de perturbadores del orden público, seductores del pueblo, sacrílegos y perjuros. Particularmente lamentable es la excomunión al Cura Hidalgo, la repetimos textual:
“Sea condenado Miguel Hidalgo y Costilla, en donde quiera que esté. Que sea maldito en la vida o en la muerte; en el comer o en el beber; en el ayuno o en la sed; en el dormir, en la vigilia y andando, estando de pie o sentado; estando acostado y andando. Que sea maldito en su pelo, en su cerebro, que sea maldito en la corona de su cabeza y en sus sienes. Que el hijo del Dios viviente, con toda la gloria de su majestad lo maldiga y que el cielo, con todos los poderes que en él se mueven, se levante contra él, que lo maldigan y condenen. Amén, así sea, amén”.
El texto es excesivo e inaceptable, respira odio, maldad, intolerancia, sevicia y absoluta parcialidad, muy lejos de la tolerancia, el respeto, el amor y la fraternidad que cualquier religión debería promover.
Ahora bien, ésta no fue una posición excepcional. La política institucional de la Iglesia Católica fue contraria a nuestra Independencia. El Papa Pío VII emitió su encíclica Etsi longissimo condenando los movimientos libertarios en América, el 30 de enero de 1810 y, nuestra Independencia, fue reconocida por el Vaticano hasta 1836.
A casi 200 años de sucedido, y siendo Don Miguel Hidalgo y Costilla el Padre de la Patria, y dado que la Iglesia Católica pretende participar en los festejos del Bicentenario de la Independencia, es mínimo necesario que ésta reconozca su yerro y emita una disculpa pública por sus conceptos contra nuestro prócer y contra los héroes que nos dieron Patria y retire la excomunión citada.
El Movimiento Rebelde, del cual formamos parte, estará viniendo periódicamente por la respuesta que esperamos se dé antes de que se cumplan ciento noventa y nueve años de su fusilamiento.
“¿Quién dijo que todo está perdido?
Yo vengo a ofrecer mi corazón”
Gerardo Fernández Noroña
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