Esta semana a la que llaman santa, de ocio obligatorio para muchos (entre los que estoy incluida), viajé a mi tierra norteña, a la última ciudad en la que estuvo mi hogar y en la que viven mis hijos y mis nietos: Monterrey. Digo última, porque nací en Saltillo y muy pequeña aún llegué a Chihuahua con mi hermano y mis padres, y allí nació mi hermana menor. Poquitos años más tarde, en Monterrey vi pasar esos años apacibles y dichosos de los que antes escribí.
Aquí en Monterrey, en donde siento el gozo de estar con mis dos hijas, con mi hijo menor y con mis nietos… en este mes, en este abril radiante y esplendoroso, junto al tesoro feliz que guardo en la memoria, se aposenta de pronto el recuerdo de la felonía, del zarpazo brutal que sufrimos todos, cuando el gobierno del sátrapa Echeverría, el 18 de abril de 1975, se llevó a mi hijo Jesús a sus cárceles clandestinas, como lo hizo con cientos de hombres y mujeres en todo el suelo patrio mientras duró su mandato. Y heredó la idea de esa práctica infame, la desaparición forzada (crimen de lesa humanidad), a todos los priístas que pasaron por la Presidencia de la República…
Y los dos últimos, los del “cambio imposible”, adoptaron la práctica y pretenden cambiarle el nombre llamándola levantón y, claro, culpar de ello al “crimen organizado”… Pero ¡el diablo que se los crea! Porque lo que es el noble y generoso pueblo mexicano, que además es inteligente, sabe que no es cierto y se pregunta qué hacen los soldados en calles y caminos, en desacato a la Constitución, y le duele que el mal gobierno enfrente al “pueblo uniformado” contra él, el pueblo pobre, el desempleado, el hambiento, el inconforme… y por estos días, aquí en Monterrey y en los otros municipios del estado, suele escucharse una añeja frase acuñada también por el pueblo: “Cuando la perra es brava hasta a los de casa muerde”, en clara y directa referencia a las desapariciones forzadas de varios ciudadanos que trabajaban en la policía y en el departamento de tránsito, como el comandante de la policía de Apodaca, Nuevo León, Juan Manuel Ortiz Rodríguez, secuestrado desde el 26 de febrero de 2009.
Julián Urbina Torres, de 47 años, agente de tránsito del municipio de Monterrey, y sus hijos Giovanni Urbina Aguilera y Julián Eduy Urbina Aguilera, de 25 y 26 años, respectivamente, desaparecieron desde el 26 de septiembre de 2008.
Andrés Batres Sánchez, Gustavo Castañeda Puentes y Melchor Flores Hernández (apodado El Vaquero Galáctico), los tres muy jóvenes, desaparecieron el 25 de febrero de 2009, y los dos colaboradores de Televisión Azteca, Gamaliel López Candanosa, reportero del citado canal, y el camarógrafo Gerardo Paredes Pérez, están desaparecidos desde el 10 de mayo de 2007.
Y cómo dejar de mencionar en este recuento de crueldad y de injusticia las desapariciones de Hilario Vega Zamarripa, de su hermano David, del cuñado de ambos y de la treintena de trabajadores petroleros de Cadereyta Jiménez, Nuevo León, denunciadas en este espacio no hace mucho, cuyas familias, al igual que todas las de las víctimas de esta práctica infame, sufren y sufrimos ese dolor terrible.
¡Y no es solamente Nuevo León! Por el país entero camina la injusticia que lleva de la mano la represión. Un alarido de dolor se escucha por todo el territorio.
Hay dolor en miles de hogares por el hambre, la enfermedad, la miseria… este otrora hermoso mes; aquel luminoso y perfumado abril, a lo largo de los años ha ido ensombreciendo sus días, pero a pesar de todo me atrevo a decirle a este pueblo del cual me honro de ser parte: lucha, no cejes, no te detengas; tiñamos de brillante verde la esperanza con nuestra voluntad de lucha; sacudamos a los pesimistas hasta que recobren esa voluntad; increpemos a los poderosos cuando traten de atropellar derechos, empecemos de nuevo este mes para devolverle el esplendor que la sevicia le ha robado… Ojalá podamos recuperar la justicia y decir de nuevo: “abril, radiante abril, esplendoroso abril”.
Dirigente del comité ¡Eureka!
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