martes, 14 de julio de 2009

Caso ABC: enfermos de miedo








Caso ABC: enfermos de miedo
SILVIA NúñEZ ESQUER

HERMOSILLO, Son., 13 de julio (apro-cimac).- Sofía Jeanette Mexía es una de las mujeres cuya vida cambió abruptamente desde el pasado 5 de junio. Un día normal de trabajo se convirtió en la pesadilla que la persigue cada noche que intenta dormir, acto imposible, pues quedó afectada desde esa terrible experiencia.

El techo de lámina de los tres cuartos que conforman la casa donde vive con sus dos hijas y dos hijos, no da tregua, el calor es intenso. El pequeño aparato de refrigeración que compró luego del incendio de la guardería ABC para que su hijo pueda superar las crisis de asma, acrecentadas por la inhalación de humo durante el incendio que cegó la vida de 48 niñas y niños, permanece apagado, en espera de que algún día la "mufa" de la electricidad sustituya los "diablitos" que alimentan la electricidad de la casa.

"La refri" se la recomendó la neumóloga que atendió a Abraham Adrián en el hospital infantil del estado de Sonora; "en el DIF", dicen todavía las madres al referirse al otrora hospital del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia.

La casa que habita no es suya. "Dame 40 mil pesos y te quedas con la casa", le dijo el dueño en un intento por terminar ese status de visitante permanente, pues se la prestó para ella y sus hijos. Tal vez en un afán de no alimentar la provocación de que la necesidad haga que esta familia comandada por una mujer decida declararse posesionaria, como ocurre con frecuencia en las invasiones periféricas de Hermosillo.

Sofía Jeannette no cuenta con esa cantidad, no tiene servicio de luz, ni tampoco dinero para tomar la decisión de comprar la casita. Esa pequeña habitación que le ha dado cobijo desde que llegó de Empalme, Sonora, de donde es originaria.

El tinaco también es prestado. Ni siquiera está sobre el techo, sino al frente de la casa, protegido, guarecido de esa orfandad vecinal que, llegada la noche, hace que su casita y la de enseguida, pegada a la suya, las haga convertirse en una isla entre tanta oscuridad, del extenso baldío que las rodea.

Trabaja en Bodega Aurrerá, en el sur de la ciudad. Su horario es de 7 de la mañana a 4 de la tarde; empezó en el departamento de panadería. Luego del incendio y de sus constantes faltas para atender a su bebé de dos años de edad, la reubicaron a intendencia.

Pero eso no le importa, ella quiere trabajar y ganar mil 200 pesos a la quincena, aunque sea para comprar el agua purificada, pagar sus camiones, y proveer de alimentos a sus hijas e hijos.

Es de noche y para llegar hasta su casa, debe caminar desde la parada del transporte público, al menos una cuadra y media rodeada de oscuridad, nada más.

El suyo es el trayecto que muchas de las madres de la guardería ABC debieron recorrer a diario para llevar y traer a sus hijas e hijos al lugar que creían seguro. Es el sur de la ciudad, el extremo, donde las luces citadinas son aquello, lo lejano, lo que nunca han disfrutado, lo que se ve de noche como una esperanza, como un anhelo prohibido, que les hace recordar que la toma de la electricidad todavía está muy lejos.

Nuevo Hermosillo, Las Lomas, La Y Griega, Real del Carmen, Invasión Altares, Piedra Bola, son sólo algunas de las colonias del sur de la ciudad en donde las madres, día a día, confinaban a sus hijos en una de tantas guarderías para trabajar y poder, en algunos casos como en el de Sofía, solas, sin más ayuda que su fuerza de trabajo, la cual comparten entre su empleo regularmente mal remunerado, y las tareas de la casa, darles un mejor porvenir.

Como "madre del incendio", hoy día se encuentra en el limbo del Seguro Social. Como otras más, Sofía se convirtió también en enfermera de por vida, pues su hijo Abraham Adrián, quedó afectado en su salud respiratoria para toda la vida, según el diagnóstico de la neumóloga que lo atendió en el Hospital Infantil del estado.

Sus noches se reparten entre el despertar súbito, que la hace cuestionarse angustiada si su hijo está vivo o no, y los momentos en que se debe levantar a atender a su hijo que se ahoga con la tos del asma que se incrementó a raíz de la inhalación del humo tóxico de la guardería ABC.



El miedo

El mal físico de su hijo no es lo único que preocupa a Sofía Jeannette. El niño, a quien el Seguro Social no quiere indemnizar, ni dar una pensión de por vida por las afectaciones en su salud, también se le enfermó "de miedo".

El niño, antes juguetón y "bueno" para dormir, hoy permanece despierto como luchando por no cerrar los ojos y recordar algo que lo tortura y que no lo deja conciliar un sueño tranquilo.

"Se ha vuelto muy estresado, se levanta llorando en la noche gritando: ¡no, no, no!, desde el día del incendio", describe su madre. Y es que tanto Abraham como su mamá estuvieron ahí cuando se desarrolló la crisis. Uno, despertado violentamente por las maestras para ser rescatado de una muerte inminente, y la otra, por llegar a recogerlo y encontrarse con la escena de la guardería en llamas.

"Nunca me podré olvidar de las escenas que vi, cuando sacaban a niños que se les arrancaba la piel quemada en pedacitos", afirma con la voz quebrada por las lágrimas que salen sin permiso. Hoy día, dice que el mero hecho de recordar le lastima, es algo que cambiaría si pudiera.

Como muchas mujeres, Sofía Jeanette llegó a la guardería ABC para ser usuaria, motivada por la necesidad de un lugar seguro en donde dejar a su hijo, al no contar con familiares en esta ciudad. Sus demás hijas e hijos son estudiantes de primaria.

Buscó en una y otra guardería, circulando en una bicicleta que después le robaron de su casa, recuerda. La Sedesol fue una de las posibles opciones, pero no tuvo el dinero necesario para conseguir todos los documentos que le pedían. Las particulares cobran más de lo que ella gana en un mes.

El rumbo de la guardería ABC es el mismo de Bodega Aurrerá, por lo que resultó la solución para inscribir a Abraham. Su primera experiencia con guardería fue al llevar a su niño a la del parque industrial, también cercano al sector.

Pero otra vez, el factor económico la hizo cambiar de lugar, pues gastaba mucho en camiones, lo que llevó a buscar otra opción. Desde que tenía un año, el bebé fue cuidado en la guardería que el 5 de junio se convirtió en trampa mortal para unos, y en el verdugo de los pulmones y de la tranquilidad de otros.

Las noticias del incendio le llegaron por el altavoz de su trabajo. Su habitual sonrisa se le congeló a mitad de la tienda, cuando sus compañeros le avisaron de golpe que la guardería de su hijo se estaba quemando.

No recuerda más, pero le cuentan que salió corriendo sin escuchar a nadie. Sólo viene a ella la imagen de un carro, dueño de un claxon que lastimaba los oídos, que después, concluyó, estuvo a punto de atropellarla.

Al llegar nadie le dijo que había niños a salvo, fuera del inmueble en llamas y que se encontraban en una casa vecina, algunos bien, otros no tanto. Lo siguiente fue un estado nebuloso producto de que su presión se bajó a tal grado, que tambaleó, por lo que alguien le dijo que se calmara, y que fuera a ver los niños refugiados en la casa cercana.

Al recibir la noticia de que se los llevaron por intoxicación de humo, sólo dijo desesperada: "No, mi hijo tiene asma, no puede respirar humo, le hace daño". Su visión en ese momento fue la de madres y padres que regresaban a la guardería gritando "¡No está! ¡No está!, ¿Dónde está?", lo cual acrecentó su ansiedad y empeoró su crisis de salud.

A su hijo lo había salvado una amiga trabajadora de Banco Azteca que ese día no llevó a su hija a la guardería, pero que al ver el humo se acercó y al divisar al bebé de Sofía, lo tomó y no lo soltó hasta que se lo entregó en sus brazos.



¿Gracias a Dios?

La experiencia le ha traído trastornos que ni con los tranquilizantes que hoy toma, suministrados por el Seguro Social, los ha podido calmar. El presenciar el traslado de niños en brazos de rescatistas, con el rictus inequívoco de la ausencia de vida, la marcó. Es un shock que ahora deberá enfrentar mientras lidia con la enfermedad agravada de su hijo.

El IMSS la tiene muy decepcionada con su actuación, no obstante que ella siempre ha tratado de conseguir trabajos que le proporcionen el servicio médico para ella y para sus hijas e hijos. Los médicos son fatales, dice.

Uno de ellos le preguntó que si estaba enojada, ante su reacción cuando éste le "diagnosticó" que tanto ella como el niño estaban bien. Y cuando ella comentó de su estado emocional, el médico sólo le preguntó que si antes había padecido de los nervios, y le recetó tranquilizantes.

Al preguntar en el módulo de Atención Especializada si como madre afectada tendría derecho al algún tipo de ayuda económica, le respondieron que el apoyo sería sólo para quienes habían perdido a sus hijos, por lo que ella no lo obtendría y que debería "dar gracias a Dios" de que su hijo estaba vivo.

Esa decepción y la frialdad con que el médico del IMSS le hizo la otra pregunta, mirando el monitor de su computadora: "¿A qué viene? El niño no se le quemó", la impulsó a demandar al Seguro Social.

Sofía se pregunta ¿dónde quedó al apoyo al futuro de México? ¿Dónde está?

Hoy día es una de las madres y padres de la guardería ABC que han entablado la lucha por atención especializada, seguro y pensión de por vida a las instituciones responsables de que tantos, entre ellos su hijo, el antes feliz Abraham Adrián, hoy vivan enfermos de miedo.

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