Sigue sorprendiendo
A Marcelo Ebrard le bastaron poco más de 40 minutos para convencer a Rafael Acosta, alias Juanito, de solicitar licencia como jefe delegacional de Iztapalapa, inmediatamente después de rendir protesta, el 1 de octubre próximo. El tragicómico personaje se había rehusado una y otra vez a cumplir la palabra empeñada de dejar el cargo a Clara Brugada, legítima ganadora de la contienda, pero el jefe de gobierno capitalino fue capaz hacerlo entrar en razón. ¿Cómo le hizo? El asunto es un misterio, pero seguramente no tardará mucho en salir a la luz pública, pues lo único que no se sabe es lo que no se hace.
Marcelo sigue sorprendiendo por su eficacia. El de Juanito es el segundo golpe político a su favor en unos cuantos días. El primero, como ya se abordó en este mismo espacio, fue la maniobra que atrajo a diputados locales de otros partidos al PRD, para así obtener la mayoría absoluta en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal. El ardid propició que su ex colaboradora, Alejandra Barrales, fuese electa presidenta de la Comisión de Gobierno durante todo el trienio.
Pero el de Juanito parecía un caso más difícil. Parafraseando a Andy Warhol, el personaje en cuestión tuvo sus quince minutos de fama y se perdió. También se creyó poderoso, sin serlo, y desafió a sus promotores. Y es que el poder –por pequeño que sea--marea a los inteligentes y vuelve locos a los imbéciles.
Hombre rudimentario y gandalla, de perfil claramente delincuencial, Juanito encarna con toda claridad la definición marxista acuñada en el 18 Brumario de Luis Bonaparte: lumpenproletario. Eso lo convierte en un individuo fuera de control, capaz de cualquier cosa.
Pero Marcelo le hizo, al parecer, una oferta irrechazable. Y Juanito ofreció una conferencia de prensa en donde dijo que siempre sí renunciaba para ceder su lugar a Brugada, aunque aclaró que sólo por 59 días y que estaría vigilante de cómo gobierna… Aseguró no tenerle miedo a nadie y que su decisión estaba fundamentada en problemas de salud. Dos infartos habrían influido en su posición, pero también el conservar la paz en la delegación… Y, desde luego, unos cuantos cargos para sus colaboradores.
Quienes conocen de cerca al gobernante del Distrito Federal saben que éste difícilmente revelará los métodos que empleó para lograr sus propósitos. De ninguna manera reconocerá sus tretas. Sin embargo, muy pocos dudan de que es capaz de jugar rudo. Cierto que los medios que se emplean son tan importantes como el fin perseguido, pero en última instancia pesa más lo segundo. Al menos así es para Marcelo Ebrard, como va quedando cada vez más claro.
Que se preparen las tribus perredistas que lo han desafiado y enfrentado, porque no tarda en ir por ellas.
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