A ocho años de la caída de las torres gemelas, se derrumban elementos de la versión oficial: un libro de Eric Raynaud –que retoma investigaciones anteriores, algunas de ellas de la Red Voltaire– concluye que ningún avión de pasajeros se estrelló contra el Pentágono y que las torres no se derrumbaron por el impacto de los aviones
Thierry Meyssan* / Red Voltaire
Ocho años después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el periodista Eric Raynaud publica un libro que disecciona la versión gubernamental que Estados Unidos ofreció al mundo. Aunque las autoridades se aferran a su versión de los hechos, ningún experto se arriesga ya a apoyar los detalles de ésta. El enfoque despolitizado de Raynaud permite, efectivamente, la reconstrucción de un consenso en el seno de la sociedad y colmar el abismo existente entre la prensa y el público.
—Usted acaba de publicar 11-septembre, les vérités cachées (11-septiembre, las verdades ocultas). En este libro usted pasa en revista numerosos temas. Pero ¿cuáles son, en su opinión, los elementos más importantes de los que disponemos actualmente y que no se conocían hace ocho años?
—Un hecho esencial ha sido la divulgación del informe de la comisión investigadora instaurada por la administración de Bush-Cheney en el verano de 2004. Sus conclusiones eran tan inaceptables, en el plano intelectual, que han despertado la curiosidad de los pensadores, los científicos, los universitarios, los expertos, etcétera. Los rigurosos trabajos de estos últimos han dado como resultado que hoy, ocho años después de los hechos, están demostrados dos elementos fundamentales: ningún avión de pasajeros se estrelló contra el Pentágono y los derrumbes de las torres gemelas (del World Trade Center) no se debieron a los impactos de los Boeing 767 ni a los incendios provocados por el combustible de éstos. En realidad, la versión oficial sobre los dos hechos esenciales más espectaculares de aquel 11 de septiembre de 2001 está hoy descalificada.
—Es cierto, pero esos elementos ya estaban descalificados antes de la publicación de ese informe. ¿Por qué la publicación del informe cambió la percepción de la opinión pública sobre el tema y dio lugar a las asociaciones de ideas que usted menciona en su libro? Quisiera que se entienda bien el sentido de mi pregunta: ¿Por qué lo que yo (Thierry Meyssan) escribía en 2001-2002 era inaceptable en Estados Unidos y por qué, por el contrario, a partir de 2004 una parte de la opinión pública estadunidense consideró que lo inaceptable era la versión gubernamental?
—En efecto, esos hechos ya eran conocidos. Pero sólo lo eran para aquellos que estaban buscando la verdad, cada uno por su lado. Y estaban totalmente marginados. Las familias de las víctimas, los bomberos de Nueva York, todos los que habían expresado dudas desde el primer día estaban a la espera de ese informe. Ante esa maraña de verdades falsas, de deformaciones de la verdad, de “olvidos” particularmente molestos, toda esa gente saltó a la palestra, por decirlo de alguna manera. Sobre todo porque la credibilidad de gente como David Ray Griffin o Richard Gage y de sobrevivientes que dieron sus testimonios les permitió hacerlo. Desgraciadamente para la administración de Bush, ese momento coincidió más o menos con la aparición de la web 2.0, que fue un instrumento decisivo en esa lucha. Todos, eficazmente agrupados en asociaciones muy específicas y serias, intercambiaban sus informaciones, sus estudios, análisis. La suma de ese enorme trabajo tenía que arrojar como resultado, efectivamente, un cambio en la actitud de la opinión pública ante hechos que se habían vuelto evidentes. Me parece que usted cometió el error de haber tenido razón demasiado temprano sobre el atentado contra el Pentágono. Después de haber tratado de desmontarla por todos los medios, una cantidad considerable de periodistas estadunidenses aceptaron la tesis que usted había presentado. Y ellos mismos lo confiesan hoy en día, como David von Kleist que, después de haber sido un adversario de la tesis que usted expresara anteriormente, se encuentra hoy entre los Truthers (partidarios del movimiento estadunidense por la verdad sobre el 11 de septiembre. Nota del traductor) más activos.
—¿No sería posible considerar las cosas desde otro ángulo? Cuando yo emití las primeras críticas no existía una versión gubernamental coherente, sino un montón de información fragmentaria proveniente de diversas agencias. Siempre me respondían que yo no había entendido nada. Al tratar de unificar toda esa información fragmentaria en una versión única, la Comisión Presidencial se encontró ante la cuadratura del círculo. Su trabajo demostró esencialmente que era imposible contar esa historia de forma coherente. La comisión incluso evitó abordar numerosos problemas, llegando al extremo de olvidar el derrumbe del edificio siete.
—De todas formas el informe de la comisión investigadora estaba condenado al destino que finalmente ha tenido: al rechazo puro y simple por parte de los que estaban esperando lo que iba a decir la administración de Bush. Los atentados fueron un conjunto de hechos tan grandes, todos de carácter único, con algunos que parecen lógicos y otros que parecen menos lógicos, que resultaba una tarea imposible. Por cierto, George Bush se había dado cuenta de eso cuando rechazó, desde el principio, la creación de aquella comisión. Y cedió únicamente ante la presión popular, pero lo hizo tratando de minimizarlo: nada de medios, nada de dinero, poco tiempo y un hombre de confianza como director ejecutivo. A pesar de eso, si dos conocidos periodistas que trabajan para las mayores cadenas, entre ellos el corresponsal de la CNN en el Pentágono, dicen en vivo en los minutos siguientes al famoso suceso que “ningún avión se ha estrellado aquí”, parece difícil que una comisión investigadora gubernamental pueda citarlos cuando el gobierno afirma exactamente lo contrario. El problema de la comisión es que las palabras se las lleva el viento mientras que las imágenes y el sonido grabados van a perdurar. Y se pueden consultar. La misma preocupación existe en el caso del edificio siete. En un informe preliminar, la Federal Emergency Management Agency estipula que “no tiene explicaciones sobre las razones de la caída de este edificio de 186 metros de altura”. La agencia gubernamental encargada de continuar la investigación, el NIST, tampoco tiene explicación para esto… Así que se “olvida” la caída de un edificio prácticamente del mismo tamaño que la Torre Montparnasse (de París) a la velocidad de caída libre –6.5 segundos– en un informe de casi 600 páginas. Finalmente, en agosto de 2008, el NIST encuentra una explicación truculenta que no convence a nadie. Se trata, en efecto, de lograr la cuadratura del círculo. Por cierto, el presidente y el vicepresidente de esta comisión expresaron su desacuerdo en un libro que escribieron juntos posteriormente. Al igual que el abogado que fungía como consejero de esa misma comisión, un exfiscal federal, que escribió recientemente en un libro que el gobierno lo había obligado a mentir, para llamar las cosas por su nombre.
—En un asunto de Estado como éste, los testigos dicen ahora lo contrario de lo que habían dicho anteriormente. Usted citaba hace un instante a Jimmy McIntyre, el corresponsal de la CNN en el Pentágono. El 11 de septiembre él es categórico: ningún avión de pasajeros se estrelló contra el edificio. Pero ese mismo Jimmy McIntyre organiza en abril de 2002 un largo programa especial de la CNN en el que asegura que cuando yo me expreso como lo hago es por antiamericanismo y que es imposible poner en duda que el vuelo 77 se haya estrellado contra el Pentágono. La comisión escuchó sólo a dos testigos, que se retractaron, y descartó a todos los que insistían en contradecir la versión de la administración de Bush. A mí me costó mucho trabajo que la gente incorporara a sus análisis el derrumbe del edificio siete. Varios días después de los atentados, aquel hecho había desaparecido de la memoria colectiva. Y observo que la especulación bursátil anterior a favor de la baja, que antecedió al 11 de septiembre, también cayó en el olvido y, como señala usted en su libro, sólo fue mencionada nuevamente debido al escándalo de Madoff. Además, a pesar de todos mis esfuerzos, todo el mundo –incluyendo a los Truthers en Estados Unidos– se obstina en ignorar el incendio del anexo de la Casa Blanca y la comunicación de los atacantes con la Casa Blanca, en la que se usaron los códigos presidenciales, dos hechos ampliamente probados –el primero fue incluso filmado por ABC– y que impulsaron al consejero antiterrorista Richard Clarke a poner en marcha el Programa de Continuidad del Gobierno. ¿Cómo se explican todos esos ejemplos de amnesia colectiva?
—Sí, James McIntyre se contradijo sin el menor escrúpulo en CNN. A pesar de lo cual sus declaraciones del primer momento siguen estando accesibles. En cambio, el otro colega, Bob Plugh, nunca ha modificado en lo más mínimo su versión. El 11 de septiembre de 2001, McIntyre, corresponsal permanente de la CNN en el Pentágono, reporta en vivo que ningún avión se había estrellado contra el edificio. Posteriormente habrá de retractarse para convertirse en uno de los defensores de la versión gubernamental. En cuanto a la memoria colectiva, ya se sabe que es selectiva y que retiene únicamente –me refiero al público– lo que oye o lee en los medios de prensa. Y los medios estadunidenses, a pesar de tenernos acostumbrados a un mejor desempeño, sólo hicieron su trabajo durante los dos, tres o cuatro días posteriores a los atentados. Lo dice el propio Walter Pinkus, del Washington Post, uno de los veteranos más curtidos de la profesión. Hubo un tránsito muy rápido hacia la perorata controlada por el gobierno. Lo dramático es que se habla ante todo de las dos torres gigantes que se habían derrumbado y de los 3 mil muertos. Tuvo que pasar, en efecto, mucho tiempo antes de que se admitiera que el derrumbe del edificio siete tenía una importancia fundamental, y que era incluso el talón de Aquiles de la versión (del gobierno de) Bush. Hoy en día, toda la gente que tiene que ver con el tema sabe eso. Pero es verdad que tuvo que pasar mucho tiempo. A pesar de eso, todavía hoy, cuando usted pregunta de pronto en una conversación con un grupo de personas, en sociedad, “¿cuántos edificios se cayeron el 11 de septiembre?”, nueve de cada 10 respuestas será “dos”. En cuanto al incendio en el anexo de la Casa Blanca y la utilización de los códigos presidenciales, quizá sea un poco temprano todavía. No porque se trate de información sin importancia, todo lo contrario, sino porque, como dicen, puede ser que haya que darle tiempo al tiempo.
—No son ésos los únicos hechos que han caído en el olvido. ¿Sabía usted que ninguno de los magnates que tenían sus oficinas en el World Trade Center se encontraba allí aquel día porque estaban en Nebraska, precisamente en la base militar de Offutt, donde Bush se unió a ellos al mediodía? Esa información no estaba en mi libro. La publiqué poco después en el principal diario español, El Mundo, que es también mi editor en España. ¿Por qué la gente sigue sin querer tomar en cuenta todos los hechos?
—Sí, supe que cierto número de “consejos de administración” fueron “descentralizados” del World Trade Center aquel día… lo cual es un elemento realmente importante, sobre todo junto con la información que usted menciona. En eso también creo que cuando la máquina se ponga en marcha –y a mí me parece que está empezando a moverse– todo eso saldrá a la luz. Por mi parte, yo tomé una decisión con mi libro: la de contar lo que realmente sucedió el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, en función de lo que hoy es materia de consenso y con elementos irrefutables que el lector puede verificar por sí mismo. Digamos que creo haber redactado una obra de “sensibilización” sobre lo más espectacular que la gente recuerda de aquellos hechos. Y, según las primeras reacciones que he podido conocer, hay muchos que se han quedado muy sorprendidos. Todo eso es muy duro de admitir, pero es real. Se trata de una etapa. Como yo le decía hace un instante, lo demás tiene que venir detrás; pero es bueno tener todo esto en mente.
—Su libro nos muestra que, aunque algunas instituciones defienden aún la versión gubernamental sobre los atentados o algunos expertos apoyan en general las conclusiones (de esa versión), ningún profesional se arriesga ya a defender ningún aspecto en particular. Por ejemplo, se sigue diciendo que Al Qaeda atacó el Pentágono, pero ya ningún experto se atreverá a decir que identificó los restos de un Boeing en el lugar del crimen. O se habla, e incluso se lleva a la pantalla de cine, la rebelión de los pasajeros del avión desaparecido en Pensilvania, pero ya ningún experto se atreve a citar como auténticas las llamadas telefónicas en las que los pasajeros supuestamente dejaron testimonio de esa rebelión. ¿Cómo explica usted que sigan aferrándose a la versión gubernamental cuando no existe ya ningún elemento que la corrobore?
—Yo creo que simplemente no pueden hacer otra cosa. Yo digo en mi libro que la posición de esa gente se ha hecho ya absolutamente insostenible, pero ¿qué alternativa les queda? Ninguna que no sea persistir en la negación o, en el caso de algunos, ser condenados a varios cientos de años de cárcel. Además, eso es exactamente lo que está pasando: ya nadie se arriesga a defender un punto específico (de la versión oficial). Vi un documental sobre el vuelo 93 y sus numerosas llamadas telefónicas. Es posible que el realizador lo haya hecho de buena fe. Su documental es anterior al proceso contra Moussaoui, donde el propio FBI, al tener que presentar los informes sobre esas conversaciones telefónicas, explicó que en 2001 era técnicamente imposible llamar a tierra con un teléfono celular desde la altitud a la que se encontraba el vuelo 93. Así que, después de una confesión de esa magnitud, es muy difícil encontrar un “experto” que se atreva a discutir eso. No tiene nada de sorprendente que los partidarios de la versión oficial se sigan aferrando a ella a pesar de estar irremediablemente atrapados por pruebas como ésa. En cambio, que los medios de prensa que disponen de esas informaciones mantengan ese juego, ya perdido de antemano, sí resulta mucho más sorprendente –si se quiere considerar esa posición como sorprendente–. Aunque he notado, en los cuatro o cinco últimos meses, algunos síntomas, intermitentes pero perceptibles, en algunos colegas.
—Usted puso especial cuidado en recapitular hechos sin ofrecer ninguna interpretación. Tres hipótesis se distinguen a menudo: o la administración de Bush no tenía conocimiento previo de los atentados o tenía conocimiento pero permitió que se perpetraran, o está implicada en su realización. ¿Cómo se sitúa actualmente la opinión pública en Estados Unidos?
—La posición de los Trutherts, como David Ray Griffin, uno de sus inspiradores, con quien tuve la oportunidad de reunirme, es muy clara: “It’s an inside job”, me dijo sin pestañear. Es decir que se trata de un golpe preparado desde adentro, la tercera hipótesis que usted menciona. Estábamos solos, tomando un café, y me impresionó esa confidencia porque venía de un hombre tan preciso como prudente y astuto en sus declaraciones públicas. Aunque dejo casi siempre que mi lector se forme su propia opinión, tengo que decir que mi convicción al cabo de años de estudios sobre este tema es que la administración de Bush estaba perfectamente al corriente de lo que iba a suceder. No son pruebas lo que hace falta. Pero también un sector de esa administración –del lado de los neoconservadores, claro está– había “acompañado” los atentados. No me imagino a un grupo de islamistas manejando toneladas de nanotermita e instalándolas a su gusto por los tres edificios destruidos. Pero la convicción de Griffin me impresionó, porque yo sé que él tiene mucho que escribir aún sobre el tema, y que tiene informaciones de primera mano.
—En Estados Unidos, el Movimiento por la Verdad sobre el 11 de septiembre de 2001 reclama la “reapertura de una investigación”. Esos ciudadanos estadunidenses parecen pensar que se trata de un hecho de crónica roja que pudiera ser juzgado algún día por tribunales civiles y que la razón de Estado no existe. Sin embargo, sea cual sea la interpretación que podamos dar a esos hechos, está claro que esos atentados no sólo rebasan el marco del derecho nacional estadunidense, sino que caen en el campo del derecho internacional, y que la administración de Bush ha hecho de todo para esconder la verdad, ya sea directamente o a través de la comisión investigadora presidencial. ¿Qué significa entonces ese reclamo de una investigación judicial?
—Yo soy exactamente de la misma opinión que usted. Lo sucedido el 11 de septiembre no fue otra cosa que la fabricación de una justificación para emprender operaciones ya planificadas contra Afganistán y, después, contra Irak. Y en mi opinión, ese tipo de cosas cae dentro de la jurisdicción de un tribunal penal internacional. También pienso que los líderes del Movimiento por la Verdad tienen en mente eso mismo desde hace tiempo. Pero, mientras tanto, los cientos de miles de Truthers anónimos tienen, por su parte, sus propias cuentas que saldar en el terreno judicial y han trabajado como locos para eso: abrir una nueva investigación nacional, lograr que sean condenados todos los que mataron o dejaron matar a 3 mil estadunidenses. Es evidente que eso puede ser un inicio ideal para pasar a una fase internacional, pero también es cierto que se corre el riesgo de que se convierta en una etapa muy, muy larga. ¿A pesar de ello, piensan los líderes de los Truthers insistir en ese sentido antes de una nueva investigación seguida de grandes juicios? Me parece que no es imposible. Y, en todo caso, nada se opone a una acción de ese tipo, dados los argumentos y pruebas de los que actualmente disponen.
—El 11 de septiembre es un hecho estadunidense de consecuencias mundiales. Usted prefirió tratar ampliamente el Movimiento por la Verdad en Estados Unidos y dedicar unos pocos párrafos a las reacciones en el resto del mundo. ¿Significa eso que lo único importante o creíble es lo que pasa en el corazón del imperio?
—Por supuesto que no. Yo escribí este libro precisamente porque los hechos mundiales que fueron consecuencia del 11 de septiembre me parecen absolutamente insoportables. Simplemente, adopté como punto de vista el que en Francia no se conoce suficientemente la génesis de este catastrófico principio del tercer milenio. En la Europa francófona, en particular en Francia, sólo se habla de aquel hecho a través del anatema, del insulto y la imprecación. Yo quise proporcionar elementos que sirvan de base a una discusión sana, entre adultos, sobre un hecho que cambió totalmente el mundo. Así que es muy evidente que yo observo con la mayor atención lo sucedido y lo que está sucediendo, la intrusión en el Medio Oriente y los próximos blancos del plan, Rusia y China, por ejemplo. Traté de poner a la gente al tanto de lo que realmente sucedió el 11 de septiembre de 2001. Ahora es probable que me dedique a estudiar otros aspectos del problema. Hay tanto que escribir…
*Analista político francés. Fundador y presidente de la Red Voltaire y de la conferencia Axis for Peace. Última obra publicada en español: La gran impostura II. Manipulación y desinformación en los medios de comunicación (Monte Ávila Editores, 2008)
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