jueves, 26 de marzo de 2009

La mala noche de la política



La mala noche de la política

JAVIER SICILIA

 Para todos es evidente que la degradación de la democracia sobrepasa día con día la búsqueda de un pensamiento político. Los mexicanos, como siempre y en todo, llegamos tarde a la fiesta democrática, para darnos cuenta de que ella había dejado de existir cuando nosotros creíamos habitarla. Basta con subrayar que las grandes políticas que nacieron de la democracia –como lo mostró la indecencia de Sarkozy pidiendo la extradición de una delincuente y paseándose con su top model por las instituciones como un actor de Hollywood en los corredores de Cannes– pretenden regir el porvenir de las naciones con gestos mediáticos extraídos de la publicidad y de los canales televisivos. 
Gran parte de nuestros políticos –la fotografía que presentó la primera plana de La Jornada el martes 10 de marzo no tiene desperdicio: un alto funcionario de la seguridad pública y un secretario de Hacienda que, haciendo valla, miraban con lascivia a Karla Bruni que pasaba frente a ellos– quisieran ser Sarkozy: caminar al lado de una top model, convertida en primera dama, y tener la osadía de presionar a un gobierno para que les devuelva a una criminal. El lujo y el poder de los caciques mexicanos, pero con el rostro de la democracia y de la extensión global. Seguramente un imitador del francés, como Peña Nieto, miraba, al lado de La Gaviota –no una top model internacional, pero sí una palpitante estrella de Televisa–, el arribo de la pareja francesa como el presagio de un porvenir.
Pero no necesitamos ir tan lejos en la igualación que generan la globalización y los espacios mediáticos para mirarlo. Una buena parte del país ha comenzado su campaña electoral para las elecciones intermedias, y, junto a los onerosos gastos de campaña en un país cada día más miserabilizado y copado por la violencia, podemos ver el espectáculo de esa degradación de la democracia. Los políticos que quieren representarnos, no sólo son en general desconocidos por nosotros, sino que carecen de cualquier pensamiento político. Si lo tuvieran, los conoceríamos. Venidos de los fondos de esos infiernos laicos que son las burocracias partidistas e institucionales, o de las oscuridades de las familias enriquecidas, su presencia entre nosotros se reduce a rostros que sonríen como si anunciaran dentífricos y a eslóganes publicitarios. 

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