lunes, 13 de julio de 2009

Con Calderón, fuga masiva de cerebros






El incremento en la pérdida de capital humano es uno de los saldos negativos de la administración de Felipe Calderón. Desde 2007, México se colocó como el principal expulsor de cerebros en el ámbito mundial


En los últimos años, las regiones de América Latina y el Caribe experimentaron la pérdida sin precedente de su población altamente calificada, es decir, con niveles de licenciatura, maestría y doctorado. Mientras que en la década de 1990 el continente africano ostentaba la mayor tasa de emigración de ese tipo, desde 2007 América Latina y el Caribe asumieron ese lugar: actualmente, el 11.3 por ciento de las personas con niveles educativos altos residen fuera de su país de origen, según cifras del Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (Sela), organismo intergubernamental con sede en Caracas, Venezuela, integrado por 26 países del continente.


La emigración del capital humano, llamada comúnmente fuga de cerebros, no es nueva, sin embargo, “como fenómeno masivo sí lo es, pues en los últimos años registró mucho mayor incidencia y dinamismo que la migración no calificada”, dice el organismo.


En México detonó en el primer año del gobierno de Felipe Calderón, cuando se ubicó como el país con mayor fuga de cerebros del mundo: 1 millón 357 mil 120 personas, según el informe La emigración de recursos humanos calificados desde países de América Latina y el Caribe, elaborado por el Sela y difundido en su sede hace unas semanas. Éste determina que la ausencia de oportunidades laborales con salarios dignos para los profesionistas egresados de las universidades públicas y privadas masificó la emigración calificada. Es el saldo del primer periodo de gobierno del autonombrado “presidente del empleo”.


Jorge Fernández Santillán, director del Centro de Investigaciones en Humanidades del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, señala que la diáspora masiva que coloca a México como el país con el índice más alto en fuga de cerebros “es responsabilidad de los últimos gobiernos que, a toda costa, han impuesto el modelo neoliberal”.


Agrega que “por la falta de trabajo se está expulsando el capital intelectual, y la culpa la tiene el gobierno por seguir implantando el modelo neoliberal: que todo lo dicte el mercado y que el Estado intervenga lo menos posible. Ese modelo, que provocó un grave estropicio, principalmente en los sectores educativo y laboral, hace mucho tiempo que pasó a mejor vida, pero México es el único país del mundo donde se sigue implantando sin interrupciones”.



Ante la ausencia de opciones laborales, “las personas de mayor calificación tienen derecho de escoger dónde realizar sus proyectos de vida, pero principalmente a que sus países de origen les den las oportunidades para hacerlos sentir necesarios al desarrollo y la innovación. Esto es particularmente sensible entre los jóvenes. Si este último derecho no se concreta, entonces la idea de salir es natural”, dice Jorge Martínez Pizarro, especialista de la Comisión para América Latina y el Caribe (Cepal) en temas migratorios, e investigador de ese organismo en su sede, Santiago de Chile.


La Cepal, brazo regional de la Organización de las Naciones Unidas, identifica que, además de las bajas retribuciones, el desempleo abierto y el subempleo, la desalarización y la terciarización –también llamada outsourcing–, consideradas en la denominada “flexibilización laboral” (esquema generalizado en el país a partir del gobierno de Vicente Fox), son factores que propician la fuga de cerebros. Ello, subraya, tiene como consecuencia “la erosión de la masa crítica de conocimiento y la repercusión sobre el crecimiento económico de los países de origen, debido a la pérdida de los recursos invertidos en educación”.


La diáspora del siglo XXI

De 1990 a 2008 la migración “calificada” promedio en América Latina se incrementó 155 por ciento, seguida de África, con 152.4 por ciento, y Asia, con 144.8 por ciento. En México llegó al 270 por ciento, con lo que en la actualidad el 16 por ciento de los cerebros mexicanos reside en el exterior, principalmente en Estados Unidos, país que aglutina a 4 millones 143 mil emigrantes calificados; es decir, el 25 por ciento de los cerebros emigrados a Estados Unidos son mexicanos. Con esa cifra, México es el país con más cerebros emigrados hacia las naciones desarrolladas, siendo al interior de la región latinoamericana y caribeña el país con más migrantes calificados y el sexto a nivel mundial, indica el Sela.


El organismo alerta que la ausencia de oportunidades laborales para los contingentes de profesionales, recién egresados de las universidades públicas y privadas, suscita su emigración. Explica que a nivel mundial, el número de migrantes con nivel de escolaridad alto creció 111 por ciento al pasar de 12.5 millones de individuos en 1990 a 25.9 millones en 2007; mientras que el incremento de los migrantes con nivel de escolaridad bajo fue del 39 por ciento y los de escolaridad media, 76 por ciento. Por lo que “se observa un incremento de los migrantes con nivel de escolaridad alto por encima de los migrantes con nivel de escolaridad medio y bajo”. Es decir, que la tendencia es hacia la expulsión del personal más calificado.


Jorge Fernández Santillán, doctor en ciencia política por la Universidad Nacional Autónoma de México y en filosofía política por la Universidad de Turín (Italia), y autor de libros de filosofía, ciencia política y administración pública, explica el fenómeno migratorio:


“Tiene que ver con que nos encontramos en una etapa en que la fuerza de trabajo sin calificación o técnica ya no es bien remunerada; nos encontramos en la llamada sociedad del conocimiento y lo que crea riqueza ya no es tanto la producción, sino la educación. Hay que tomar en cuenta que dos terceras partes de toda la economía mundial ya son una economía del conocimiento, así que la fuga de cerebros va a seguir incrementándose”.


Cerebros subutilizados

La diáspora del siglo XXI tiene dos grandes efectos negativos: cuando los cerebros abandonan su país, en sí “es una pérdida sólo por el hecho de haberse formado en el país de origen, que éste haya invertido recursos, particularmente si se trata de sistemas de educación públicos, que no están siendo aprovechados” –determina el Sela–; y el segundo: su subutilización en el país destino ya sea porque se desempeñan en ocupaciones que no corresponden con su nivel de calificación o simplemente por inactividad involuntaria.


De cada 10 nativos en Estados Unidos (principal país destino de los cerebros emigrados), en promedio seis consiguen una ocupación acorde con su formación; la probabilidad para los emigrantes se reduce a tres de cada 10. Pero la situación más grave la enfrentan los mexicanos y centroamericanos, en ese orden, ya que “la mayoría de estos migrantes presentan niveles de desperdicio formativo entre el 70 y 84 por ciento”, dice el informe.


El promedio de grado académico de doctor para los cerebros de origen europeo es del 18.6 por ciento, seguido de los africanos, con el 16.3 por ciento; los asiáticos, con 15.5 por ciento; los nacidos en América Latina, con el 11.4 por ciento. A nivel regional, los de países como Nicaragua, Costa Rica, Honduras, Cuba, República Dominicana, Jamaica, Bahamas y San Vicente presentan mayores porcentajes con grado de doctor que la población nativa de Estados Unidos.


En el caso de las regiones Andina y Suramérica, todos los países sin excepción rebasan el 10 por ciento de migrantes con grado de doctor, destacando los casos de Colombia, con 15 por ciento; Chile, 16.2 por ciento; Uruguay, 24.1 por ciento; Argentina, 24.5 por ciento; y Paraguay, con 44.6 por ciento. Pero ni con esos porcentajes logran los puestos que tienen los estadunidenses de menor nivel académico. Aunque sólo el 9.3 por ciento de estos últimos cuenta con grado de doctor, tienen más oportunidades de empleo mejor remunerado.


El desperdicio de talentos o brain waste –concepto que alude al desaprovechamiento de las habilidades o niveles formativos– es uno de los hallazgos más relevantes que hizo el Sela, según el citado informe. Detalla que la incorporación de cerebros en ocupaciones que se encuentran por debajo de su nivel educativo, o que no corresponden con las habilidades y experiencia profesional, afecta, en primer lugar, a los mexicanos: mientras que el promedio de brain waste es del 60.9 por ciento, en el caso de los mexicanos llega al 75 por ciento.


Si bien “la imposibilidad de acceder a un trabajo es expresión del desperdicio formativo, la inserción deficitaria en el mismo es una manifestación mucho más grave del fenómeno”, manifiesta el Sela. En este contexto, el 75 por ciento de los cerebros mexicanos se emplea en actividades por debajo de su nivel educativo: con honorarios reducidos, niveles de calificación inferiores o con menores niveles de productividad, lo que para la Organización Internacional del Trabajo en realidad es una forma de subempleo.


El Sela descubrió otro drama que viven los mexicanos, que los aleja cada vez más del sueño americano: mientras que el promedio de desempleo en Estados Unidos para los cerebros extranjeros es del 3.1 por ciento, en el caso de los mexicanos llega al 3.5 por ciento.


Detectó también que a nivel subregional, “los inmigrantes en Estados Unidos con formación universitaria en México y en algún país de Centroamérica tienen desempeños más pobres, en comparación no sólo con los nativos, sino también con migrantes originarios de otras subregiones. Por el contrario, quienes proceden de Suramérica se encuentran en condiciones laborales más benéficas”.


Al respecto, Fernández Santillán, exinvestigador de la Universidad de Harvard, explica que “la realidad internacional le está cobrando al dogmatismo neoliberal su empecinamiento en mantener al país hundido en el atraso, porque hoy nos encontramos que los centroamericanos y suramericanos se desarrollan específicamente en la sociedad del conocimiento, mientras que nosotros estamos muy mal parados a nivel mundial porque tenemos un gobierno dogmático y una oligarquía que no permite el desarrollo de la sociedad mexicana, y esto está representado muchas dificultades en nuestro país”.


De acuerdo con datos del Consejo Nacional de Población, los mexicanos más calificados residentes en Estados Unidos son 475 mil posgraduados. De éstos, según cifras de la American Community Survey, el 74.4 por ciento (328 mil 261) tiene empleo; el 3.5 por ciento (15 mil 420) está desempleado; y el 22.1 por ciento (97 mil 373) está inactivo.


La American Community Survey detalla que sólo el 35 por ciento se emplea en actividades calificadas: ingenieros, doctores, administradores, educadores, científicos, entre otros; el 27 por ciento, en actividades con calificación técnica: carpinteros, electricistas, cocineros, terapeutas de masajes, agentes de bienes raíces; y el 38 por ciento, sin calificación: empleados u oficinistas de archivo-burócratas, trabajadores de la construcción, representantes de servicio al cliente, cuidadores de niños, limpiadores de casa, empleadas domésticas. El resultado es que sólo tres de cada 10 cerebros mexicanos en Estados Unidos labora en su área de formación.


En contraste con países más pobres como Belice, cuyos cerebros empleados en trabajos con calificación alta representan el 53 por ciento; Haití, que llega al 45 por ciento; y todos los del Caribe –Santa Lucía, San Vicente, Barbados, Trinidad y Tobago, Jamaica, Bahamas, Guyana, Antigua Barbuda y Granada–, que hasta el 67 por ciento logra puestos acordes al más alto nivel educativo.


Se concluye entonces que la fuga de cerebros es cada vez más costosa debido al desperdicio formativo que acentúa una situación paradójica con respecto de la migración calificada, ya que “mientras los países de origen pierden estos recursos humanos, las economías receptoras no logran aprovecharlas adecuadamente”, determina el Sela.


La Cepal coincide en que “el desperdicio formativo profundiza las pérdidas asociadas a la emigración calificada y menoscaba las posibilidades de efectos benéficos asociados al retorno y a la vinculación con las diásporas”.


Gobierno expulsor

El Sela considera que las políticas gubernamentales deben orientarse a minimizar los costos de la migración y maximizar sus beneficios. Detalla que “al persistir el desperdicio de talentos en las sociedades de destino, muy difícilmente podrán emanar efectos de retroalimentación que redunden en beneficios para las sociedades de origen. El desperdicio formativo entonces profundiza las pérdidas asociadas a la emigración calificada y menoscaba las posibilidades de efectos benéficos asociadas al retorno y/o a la vinculación con las diásporas de dichos recursos humanos calificados”.


Los especialistas en migración calificada auguran que, no obstante que los países destino no ofrecen futuros muy prometedores para los cerebros mexicanos, la tendencia a abandonar el país irá a la alza, ya que, explican, la política neoliberal del gobierno de Felipe Calderón es el principal factor de fuga actualmente.


El problema, identifica Gustavo López Castro, miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) en el área de migración, “es que México no tiene una política migratoria de Estado; sólo se responde coyunturalmente en tiempos de elecciones, en las temporadas de crisis económica en Estados Unidos, en circunstancias de urgencia, en las oleadas temporales de transmigrantes (que usan a México sólo como paso). Pero no hay una política que, por ejemplo, aporte una perspectiva transversal a las políticas de salud, educación, derechos humanos y administración de la justicia”.


El Sela recomienda que para frenar la fuga de cerebros y evitar la dependencia científica del extranjero, los gobiernos deben invertir como mínimo el 1 por ciento de su Producto Interno Bruto (PIB) en actividades de ciencia y tecnología, como motor de desarrollo con inclusión social en los países de origen; además de desarrollar “una auténtica política de Estado en materia de recursos humanos altamente calificados”.


Pero la administración de Calderón –siguiendo la política de Fox de convertir a México en un país maquilador en el que la innovación prácticamente quedó descartada– destina apenas el 0.4 por ciento del PIB (unos 3 mil 958 millones de dólares). La cifra lo ubica como el país más rezagado en inversión en investigación y desarrollo, entre las naciones que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos.


El reciente informe OECD Regions at a Glance 2009 ubicó también a México en el último lugar en cuanto a personal destinado a las áreas científicas y tecnológicas y en registro de patentes. Así que la decisión gubernamental de no invertir en desarrollo científico y tecnológico “aleja al país cada vez más del contexto internacional”, explica Fernández Santillán.


Gustavo López, doctor en sociología por la Universidad de Toulouse-Le Mirail, subraya que “el proceso de globalización, que implica la circulación libre de capitales y mercancías, debería permitir la libre circulación del trabajo también, pero, sobre todo, implica la responsabilidad del Estado de incentivar con políticas públicas el desarrollo educativo y científico y, al mismo tiempo, las posibilidades de empleo para los egresados universitarios. De manera tal que los licenciados, maestros y doctores tengan acceso a satisfactores sociales y económicos que les permitan tener una vida digna en su país. Pero el actuar miope y utilitarista del gobierno federal lo hace desincentivar la investigación científica”.


Fernández Santillán, miembro del SNI, coincide en que “mientras nuestro gobierno siga rechazando el apoyo a la ciencia y tecnología, y a la educación en general, vamos a seguir viendo por un lado la emigración masiva de gente sin educación a la que se le va a pagar cada vez menos, y también la sustracción de los recursos humanos más calificados”.


El reto, además, explica Jorge Martínez Pizarro, de la Cepal, “es cómo el gobierno va a retener o retornar los recursos humanos calificados, sin medidas represivas, con trabajo y reconocimientos, o más realistamente, cómo va a vincularlos al país sin obligarlos a regresar a un medio que suele no ofrecer oportunidades y al que ellos mismo podrían contribuir a abrirlas a futuro”.


López Castro cita un ejemplo: “Platicaba con Juan José, un historiador egresado de una universidad de México –le apena que diga de cuál universidad salió– que vive en Manhattan. Me decía que anhela regresar al país, y lo único que quiere es tener un empleo remunerado, siquiera por la mitad de lo que gana preparando ensaladas en Manhattan, y tener seguro social, y la posibilidad de comprar una casa. Le pregunté cuánto es lo que aspira ganar, me dijo que 15 mil pesos al mes. Es decir, ni eso gana un profesionista en México, y es responsabilidad del gobierno” el crear las condiciones para que los gane.

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