lunes, 13 de julio de 2009

Todos somos Le Barón




Denise Maerker
Atando cabos

Todos somos Le Barón


Quienes asesinaron a Benjamín Le Barón sabían lo que estaban haciendo. Ese hombre que cuestionaba con su sentido común y su valentía el imperio del miedo que tan eficazmente han construido era un peligro para ellos y un ejemplo para nosotros.
Benjamín se había convertido en un símbolo. Desde que la comunidad de mormones de Galeana decidió que no iban a negociar ni a pagar rescates para no convertirse en víctimas permanentes de los grupos del crimen organizado, el caso se convirtió en un ejemplo nacional de resistencia pacífica. Mormones y no mormones de la zona acudían a Benjamín para que los aconsejara en casos de extorsión, robo y secuestro. Benjamín tenía línea directa y frecuente con la procuradora de Justicia del estado y convenció a muchos para que denunciaran. Por eso su muerte ha sido un golpe tremendo para quienes creyeron en Benjamín y en las autoridades. “Si lo mataron a él, qué va a ser de nosotros”, confiesan asustados desde el anonimato. Algunos piden dejar un testimonio grabado para que se difunda sólo en caso de que los maten. Y es que ven pasar las semanas con preocupación: no sólo mataron a Benjamín, sino que las autoridades no hacen nada con la información muy precisa, nos explican, que ellos confiados les entregaron.

Los que asesinaron a Benjamín sabían lo que estaban haciendo porque su asesinato tuvo el efecto esperado. En Le Barón dudan sobre la estrategia a seguir.

El sábado el general Espitia, comandante de la quinta Zona Militar, se reunió con los mormones. Escuchó sus reclamos, su miedo. Se comprometió a poner dos retenes ese mismo día, uno en Galeana y otro en Le Barón. Pero no fue suficiente. Los Le Barón se sienten vulnerables. —Ustedes se van y ellos regresan, ¿cómo nos defendemos?—. El general les explicó que la ley mexicana les permite tener armas de pequeño calibre y hasta cinco armas en cada casa. Y para quienes quieran tener calibres más grandes les recomendó inscribirse en grupos de cacería. Lo escucharon atentos.

Pero el sueño de Benjamín no era ése. Él no imaginaba una comunidad armada hasta los dientes, llena de falsos cazadores y donde sus jóvenes se convierten en policías estatales para poder portar armas y defender a los suyos.

Ese no era el sueño de Benjamín y no puede ser el nuestro. Benjamín le exigía a las autoridades que asumieran su responsabilidad: que les garantizaran seguridad y el cumplimiento de la ley.

En Galeana se está jugando un capítulo más de nuestra batalla común para hacerle frente a la violencia y a la corrupción. No los dejemos solos.

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