Porfirio Muñoz Ledo
El Zócalo es el corazón del país y también su pulmón izquierdo. Entre nuestras grandes confusiones destaca un hecho central: desde los inicios de la campaña de 1988, ni el Ejecutivo ni su partido han podido celebrar concentraciones populares en el Zócalo. Ello ha sido desperdicio de un bono democrático en el caso de Fox, e incapacidad de convocatoria y movilización de los otros gobiernos.
La ausencia del poder público en la plaza es —desde la fundación de Tenochtitlan— testimonio de su escasa legitimidad. Ha sido, en cambio, reducto y escaparate de protestas sociales, huelgas de hambre y manifestaciones multitudinarias: todas ellas en desafío al gobierno, que las ve, las oye, pero no podría reprimirlas sino a un costo impagable.
La movilización del pasado domingo es fruto de la perseverancia y la organización, sobre un trasfondo de inconformidad y apuesta hacia el futuro. Las voces de las 32 entidades federativas dejaron constancia de una labor inédita de penetración política en todos los municipios de la República.
Ciertamente, con plazas llenas no se ganan las elecciones. Se expresa, sin embargo, un estado de la conciencia pública y la posibilidad de escapar al cerco de la militarización, las cúpulas oligárquicas y el imperio mediático que las expresa. Contiene una representación transversal de la sociedad, de la que adolecen los partidos. Es un acto de solidaridad comunitaria y una invitación clara a la rebeldía ciudadana.
Según el último estudio de Latinobarómetro, México es el país que ha perdido, mayormente, credibilidad en la democracia dentro de la región. Observa la caída más acentuada en cuanto a considerarla el mejor sistema de gobierno y se sitúa en el penúltimo sitio entre quienes estiman que los regímenes plurales pueden enfrentar la crisis. A la pregunta: ¿sin Congreso nacional no puede haber democracia?, la mitad de nuestros conciudadanos contestó que sí y manifestó a las claras que el sistema económico no funciona en las democracias.
Las propuestas de reforma avanzadas apuntan a la concentración artificial del poder, por medio de triquiñuelas constitucionales, que generarían mayorías artificiales a favor de un presidencialismo exacerbado o de teorías y prácticas que conducen irremisiblemente a la supeditación del interés nacional al extranjero y a una suerte de protectorado que ocupe el espacio desertado por las instituciones nacionales.
Los tiempos políticos no se han adelantado, sino retrasado. Hace dos años —ante la pérdida de la soberanía interna y externa del Estado— propuse la sustitución constitucional al Presidente de la República para dar lugar a un gobierno de mayoría. Nadie me respondió sino la injuria. Hoy es indispensable abrir el debate político nacional por encima de las combinaciones partidarias y las alianzas calculadoras.
En el mensaje de López Obrador, distingo su persistencia en un cambio radical: la nueva República. A pesar de las columnas distinguibles sobre las que este proyecto reposaría: nueva legalidad, país productivo, Estado de bienestar y reforma moral, no se precisan todavía los contornos sustantivos de una nueva estrategia.
Es una brújula al revés: lo que apuntaba al norte ahora se dirige hacia adentro. Es también un llamado explícito a la consulta pública y al debate, que debiera ser incluyente en el campo de las izquierdas. Colocaríamos a nuestros adversarios en la defensiva. El pluralismo conquistado no debiera naufragar en un intento de cambio verdadero. El país es extremamente complejo y su reto primordial es reinsertarnos de modo distinto en la globalidad. De lo contrario, todas las soluciones prometidas serían paliativas.
Una generación ha padecido la resaca de la imprudencia y el entreguismo. El cambio de rumbo es inescapable para sobrevivir. Embarquémonos en la aventura del pensamiento crítico. Sepamos escuchar y participar. El miedo a la apertura es la forma más insidiosa en que el pasado nos constriñe. Asumamos en el bicentenario la vocación de ser libres.
Diputado federal del PT
Fuente: El Universal
Difusión AMLOTV
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