Pulso crítico
J. Enrique Olivera Arce
La calma chicha domina el escenario político de Veracruz. Tras la espera a que los tribunales resuelvan lo conducente sobre la elección de gobernador, pedida por el Maestro Fidel Herrera a los acelerados, la feria de las listas de los listos que ya le habían armado el gabinete al Sr. Duarte de Ochoa, se aplacó o, cuando menos, por el momento, no entra en los temas de interés mediático. Con razón o sin razón, rumores y especulaciones, a nivel de piso, se concentran en las últimas decisiones del aún titular del ejecutivo estatal.
La interrogante que ronda en los espacios públicos, parques y jardines, tertulias de café y corrillos palaciegos, es una sola: ¿Los cambios en el gabinete actual, anunciados por Herrera Beltrán, están pensados para beneficiar, o perjudicar, al Sr. Duarte de Ochoa, o a quien, Dios nos libre, se desempeñará como gobernador interino?
Sin la especulación y el rumor no se puede vivir en Veracruz, así esté la entidad en calma.
Y mientras se discute si la Constitución Política de la entidad será reformada a modo, para que Reynaldo Escobar Pérez pueda librar el filtro de la actual Legislatura, éste, viejo y mañoso zorro, pacta con algunos medios para que su nombre figure como favorito para ocupar el cargo de Procurador en esta y en la administración pública estatal del sucesor de Herrera Beltrán. Enturbiándose y encrespándose las tranquilas aguas de la espera obligada, como si la calma chicha precediera a ominosa tormenta.
Javier Duarte de Ochoa entendió el mensaje. No hacer olas sobre el proceso de entrega y recepción hasta que así lo decida el que dicen aún manda en Veracruz. Tomás Ruíz se quedó con el bat al hombro, alcanzando únicamente a intercambiar palabras amistosas con el actual secretario de planeación y finanzas. No tengo aún instrucciones del jefe, le diría amablemente Don Salvador Sánchez.
Mientras que Don Ranulfo Márquez, cariñosamente “Tonicho”, en medio de la rechifla, lanza bolas de humo para distraer a las galerías. “No habrá cacería de brujas”, dice el dirigente estatal, mientras limpia la casa de alimañas menores y cubre costos de facturas donde así conviene al partido de la fidelidad. La deuda de Veracruz es de 9 mil millones y no de 47 mil, afirma desmintiendo a los voceros de la oposición; si los ayuntamientos no tienen para pagar a empleados y proveedores es culpa de los alcaldes, no de la SEFIPLAN.
Todo en calma. Fidel no quiere sorpresas en los próximos cien días en que habrá de hacer sentir su presencia hasta el último minuto de su mandato. Si se ha de evaluar su desempeño al frente del ejecutivo estatal, que sea la historia, a su tiempo y no antes. Parando así, en seco, a los que frotándose las manos esperaban que la entrega y recepción arrojara datos suficientes, y de peso, para poner en la picota al hijo distinguido de Nopaltepec. El tradicional “Muerto el Rey, Viva el Rey”, quedó en suspenso, más no así la valoración que del mandato del Maestro Fidel Herrera, hace un buen de ciudadanos que, sin estar obligados por el cortesano protocolo, exhiben públicamente las heridas de compromisos y promesas no cumplidas o bien, las laceraciones de medidas de política que beneficiando a los menos lastimara a los más necesitados.
Javier Duarte toma nota de ello y habla y habla sobre como habrá de enderezar entuertos. De cómo se debe gobernar para todos, para que fluyan inversiones, se facilite la creación de fuentes de trabajo y se generen cientos de miles de nuevos empleos, siempre acorde a lo que disponga el Sr. calderón Hinojosa, del que se manifiesta su amable y atento servidor, por lo que pudiera ofrecerse. Un ojo al garabato y, el otro, a las no muy claras intenciones de su benefactor, amigo y padrino, que le acerca a decenas de solícitos servidores públicos, currículo bajo el brazo, dispuestos a servirse del próximo festín sexenal y, de paso, allanarle el camino al patrón de ser este tocado por la diosa fortuna en el 2012.
Calma chicha, brumosa y salpicada por la lluvia, en la que, parafraseando a García Márquez, se viven los últimos cien días del patriarca que, sabiendo de intereses pero no de amigos leales, va de la ceca a la meca llevando a cuestas la agonía de su soledad.
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