En concreto | Laura Itzel Castillo
Hace cuatro años, el conductor de noticias de Univisión, Jorge Ramos, publicó en el diario Reforma un texto que hoy puede ser suscrito a cabalidad: El derecho a preguntar. En él explicó: “Si nosotros los periodistas no preguntamos, no indagamos, ¿quién lo va a hacer? Nuestra principal función social es evitar los abusos de los poderosos y nuestra arma es la pregunta”. En el artículo, el conductor televisivo reveló que cuando entrevistó al entonces presidente Vicente Fox, le preguntó si tomaba antidepresivos como se rumoraba insistentemente. Antes del encuentro, Ramos tuvo sus dudas sobre la pertinencia de hacer o no esa pregunta. Él mismo se cuestionaba si se estaba metiendo demasiado en la vida privada de Fox. Al final, decidió hacer la pregunta porque la salud del Ejecutivo afectaba la vida del país, y en su opinión los mexicanos teníamos el derecho a estar informados. Desde luego, supo de inmediato que a Fox no le gustó la pregunta, pero la contestó. “Ustedes (los periodistas) —le dijo— tienen la libertad absoluta de preguntar y yo la libertad absoluta de responder.”
Felipe Calderón, en cambio, no soportó que la periodista Carmen Aristegui preguntara al aire, en su noticiario radiofónico, si tenía o no un problema de alcoholismo. Mucho se ha dicho al respecto. Mucho se ha escrito también. El primero que se refirió a los excesos etílicos de Calderón fue su propio mentor político: el fallecido Carlos Castillo Peraza. Sin embargo, me parece que el tema fundamental no es que el panista sea o no un borracho. Winston Churchill lo era, y sin embargo, le ganó la guerra al abstemio Hitler.
El problema de fondo es su autoritarismo e intolerancia. Y esos dos elementos de su personalidad y de su praxis política propician un severo daño a la salud de la República.
El despido de Aristegui de su espacio noticioso es una pérdida para todos, aunque Calderón y los panistas aún no lo entiendan. Perdemos, en primer lugar, sus radioescuchas, que ya no tendremos ese espacio plural y crítico que tanta falta hace en los medios electrónicos. En tiempos de canallas como el actual, ese espacio brillaba como ningún otro. También pierde la empresa que cedió a las presiones de Los Pinos. Y desde luego pierde Calderón, que bien habría hecho en leer a Einstein antes de exigir el despido y censura de la periodista. Dijo el famoso científico: “Sólo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y no estoy tan seguro de la primera”.
El problema de fondo de Calderón es que usurpó el poder y es ilegítimo de origen. Y así no se puede gobernar. Por eso es que, tenga problemas o no con la bebida, va perdiendo todas sus guerras: la del narco, la del empleo, la del crecimiento económico, la de la corrupción. Desde luego, no tiene las manos limpias, sino totalmente ensangrentadas. Desde luego, los mexicanos estamos lejos de vivir mejor, como dice su propaganda goebbeliana. Calderón conduce a nuestro país al fracaso.
Fuente: El Universal
Hace cuatro años, el conductor de noticias de Univisión, Jorge Ramos, publicó en el diario Reforma un texto que hoy puede ser suscrito a cabalidad: El derecho a preguntar. En él explicó: “Si nosotros los periodistas no preguntamos, no indagamos, ¿quién lo va a hacer? Nuestra principal función social es evitar los abusos de los poderosos y nuestra arma es la pregunta”. En el artículo, el conductor televisivo reveló que cuando entrevistó al entonces presidente Vicente Fox, le preguntó si tomaba antidepresivos como se rumoraba insistentemente. Antes del encuentro, Ramos tuvo sus dudas sobre la pertinencia de hacer o no esa pregunta. Él mismo se cuestionaba si se estaba metiendo demasiado en la vida privada de Fox. Al final, decidió hacer la pregunta porque la salud del Ejecutivo afectaba la vida del país, y en su opinión los mexicanos teníamos el derecho a estar informados. Desde luego, supo de inmediato que a Fox no le gustó la pregunta, pero la contestó. “Ustedes (los periodistas) —le dijo— tienen la libertad absoluta de preguntar y yo la libertad absoluta de responder.”
Felipe Calderón, en cambio, no soportó que la periodista Carmen Aristegui preguntara al aire, en su noticiario radiofónico, si tenía o no un problema de alcoholismo. Mucho se ha dicho al respecto. Mucho se ha escrito también. El primero que se refirió a los excesos etílicos de Calderón fue su propio mentor político: el fallecido Carlos Castillo Peraza. Sin embargo, me parece que el tema fundamental no es que el panista sea o no un borracho. Winston Churchill lo era, y sin embargo, le ganó la guerra al abstemio Hitler.
El problema de fondo es su autoritarismo e intolerancia. Y esos dos elementos de su personalidad y de su praxis política propician un severo daño a la salud de la República.
El despido de Aristegui de su espacio noticioso es una pérdida para todos, aunque Calderón y los panistas aún no lo entiendan. Perdemos, en primer lugar, sus radioescuchas, que ya no tendremos ese espacio plural y crítico que tanta falta hace en los medios electrónicos. En tiempos de canallas como el actual, ese espacio brillaba como ningún otro. También pierde la empresa que cedió a las presiones de Los Pinos. Y desde luego pierde Calderón, que bien habría hecho en leer a Einstein antes de exigir el despido y censura de la periodista. Dijo el famoso científico: “Sólo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y no estoy tan seguro de la primera”.
El problema de fondo de Calderón es que usurpó el poder y es ilegítimo de origen. Y así no se puede gobernar. Por eso es que, tenga problemas o no con la bebida, va perdiendo todas sus guerras: la del narco, la del empleo, la del crecimiento económico, la de la corrupción. Desde luego, no tiene las manos limpias, sino totalmente ensangrentadas. Desde luego, los mexicanos estamos lejos de vivir mejor, como dice su propaganda goebbeliana. Calderón conduce a nuestro país al fracaso.
Fuente: El Universal
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