Fuente: La Jornada de Zacatecas
• Latinoamérica en los ojos del halcón
Redacción
Jorge Luis Ubertalli
–Primera parte–
BUENOS AIRES, Argentina. Una todavía cálida brisa soplaba en nuestra ciudad porteña aquel 18 de marzo de 2002 cuando un matutino divulgó aquella noticia: ese día el aviador argentino Martín Roberto Allen, quien piloteaba un avión OV-10, se había estrellado en la localidad colombiana de Montañitas, departamento de Caquetá, donde se ubica la base militar colombo-norteamericana de Tres Esquinas.
¿Qué hacía allí Allen y por cuenta de quién piloteaba aquel avión? Contratado por la empresa Dyncorp, que llevaba a cabo acciones militares en Colombia por mandato del gobierno de Estados Unidos, se hallaba rociando con glifosato, un potente herbicida, 20 hectáreas de coca en la vereda de La Ceiba, cuando los aires no tan buenos en los que navegaba cedieron bajo su avión.
Su solitaria incursión en Colombia por cuenta y parte de Dyncorp, empresa utilizada en los años 80 para trasladar armas desde Estados Unidos a Centroamérica y desde allí cocaína hacia Estados Unidos en el marco de la guerra sucia antisandinista, no lo era tanto.
Ese día el entonces diputado Miguel Angel Toma, presidente de la Comisión de Defensa de la Cámara Baja, declaró la intención de formar aquí pilotos militares colombianos de helicópteros.
Sus afirmaciones concordaban en todo con declaraciones formuladas por el otrora canciller del presidente Eduardo Duhalde, Carlos Ruckauf, el 29 de enero de ese año, quien le garantizó al entonces secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, el entrenamiento de militares colombianos en el país a cambio del respaldo de Washington para lograr auxilio económico ante la crisis.
Los malos no pueden dejar de serlo
Entre bambalinas se establecieron acuerdos entre partes, y quienes en los 80 entrenaron en Honduras y los que ahora, asimilando sus enseñanzas, persiguen al pueblo catracho, se dedicaron en esos años, esta vez en “democracia”, a enviar a Colombia a sus cachorros para luchar, ahora sí, contra el “narcotráfico” a través de empresas como Dyncorp, tercerizadoras de la guerra norteamericana en Colombia desde 1994 mediante contratos llevados a cabo entre el gobierno local y el Departamento de Estado.
Dyncorp, cuyos propietarios son y fueron miembros de los servicios de inteligencia del Pentágono y la Agencia Central de Investigación (CIA, por sus siglas en inglés) y de las Fuerzas Especiales de Operaciones (SOF), que en 1999 también obtuvo un contrato en Ecuador.
Mediante dicho contrato se adjudicó el aprovisionamiento del Puesto de Operaciones de Avanzada (FOL) de la base norteamericana de Manta, hoy desmantelada por el presidente Rafael Correa, y un año más tarde fue acusada de enviar cocaína y heroína a Estados Unidos desde Colombia. Sin embargo, sigue tercerizando la guerra contra el narcoterrorismo en ese país, al igual que la otra media docena de empresas norteamericanas afincadas allí.
En agosto de 1999, en pleno auge del gobierno de Fernando de la Rúa, cuyo cuñado, el almirante Basilio Pertiné, ex director de la Aviación Naval, teñía de azul marino y otros colores castrenses los derroteros gubernamentales, llegó a nuestro país el general colombiano Harold Bedoya Pizarro.
Comandante de Ejército de la octava Brigada en 1988/89 y de la cuarta Brigada en 1990, Bedoya Pizarro se había vinculado al cártel de Medellín –el mismo al que perteneció el actual presidente Alvaro Uribe– a través de Gonzalo El Mexicano Rodríguez Gacha, paramilitar y traficante de cocaína que operó en Puerto Boyacá, localidad ubicada en el departamento del mismo nombre que se halla entre Arauca, Santander, Cundinamarca y Casanare.
Puerto Boyacá, una región ganadera y petrolera operada fundamentalmente por la Texas Petroleum Co., en cuyos terrenos se entrenaron paramilitares vinculados al cártel antes nombrado bajo la supervisión de agentes israelíes y el SAS británico, entre otros, y que contaron con el apoyo de Bedoya Pizarro; no fue el único destino represivo y blancuzco de este general.
Sin embargo, su periplo narco-paramilitar no se tuvo en cuenta cuando arribó aquí, invitado por colegas que no le iban en zaga en cuanto a sus hazañas. Fue recibido con gran honor por los almirantes retirados Ramón Troitiño, ex titular de la Infantería de Marina y defensor del terrorismo de Estado de los años 70, y Raúl Fitte, ex jefe de la Aviación Naval hasta 1977 y ferviente anticomunista.
También lo abrazó el capitán de fragata retirado Miguel V. García, quien organizó su alojamiento en el Hotel Naval, y asistieron a sus conferencias brindadas en el Centro Naval el Círculo de la Fuerza Aérea, el Círculo Militar y el Centro Argentino de Relaciones Internacionales (CARI), diputados justicialistas y radicales, empresarios y oficiales de las fuerzas armadas. (Continuará)
* Periodista y escritor argentino, colaborador de Prensa Latina
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