viernes, 9 de octubre de 2009

Nomás falta el epitafio




Nomás falta el epitafio

DE SUPREMO COMANDANTE de las Fuerzas Armadas mexicanas a comisario de barandilla policiaca aldeana, sin respeto por el ser humano: El Napo, El Concord, El Canicón, El Puma, El Caramuela, El Vicentillo -hijo de El Mayo-, El Doctor, El Pozolero del Teo, El Teo, La Burra, El Doctor, La Perra, El Chivo, El 19 y medio, El Arqui, La Minsa, La Troca, El Cede, etcétera. Que tan ilustres remoquetes pueblen los partes del nuevo Sistema Único de Información Criminal para efectos de correr la voz entre corporaciones policiales, pasa.


voces
Pero que el jefe de Estado y de Gobierno -líder indisputable del partido en el poder por añadidura- fustigue y fatigue a los miembros del sedicente honorable Congreso de la Unión con esa monserga de caló -propia de la desaparecida Alarma, que ahora resulta casi respetable-, inserta en el texto del informe presidencial sobre el estado que guarda la Administración Pública Federal, como que es un despropósito institucional, cuando los legisladores no son capaces de leer siquiera un serio punto de acuerdo de no más de cinco líneas. Pero así están las cosas en esta nuestra desvertebrada y desvalida Patria.

De acuerdo con la antigua Ley Federal de Radio y Televisión, normativa de las concesiones que el Estado otorga para la operación de esas industrias, es penalizable la apología de la violencia, pero también la corrupción del lenguaje. Desde el primer año de gestión del panista Vicente Fox, la Secretaría de Gobernación fue obsecuente con los concesionarios de esos medios, de los que la legislación dice tienen como función social contribuir al fortalecimiento de la integración nacional y al mejoramiento de las formas de convivencia humana, de dónde viene su codificación como actividad de interés público, dada su relevancia sociocultural. Pero del foxismo todo se podía esperar, habida cuenta la supina ignorancia del guanajuatense putativo, a la que se añadió después el peritaje vaticano sobre sus perturbaciones mentales. Con el presidente Calderón, presunto miembro de la generación combatiente en la “victoria cultural del PAN”, según la proclamaba el último ideólogo de ese partido, Carlos Castillo Peraza, la desviación adquiere la categoría de una imperdonable transgresión ética.

No es esa, una cuestión de poca monta: Si se apela a la corrupción del lenguaje, es obvio que lo que se pretende, mediante esa transgresión cultural -atentatoria contra la dignidad política-, es encontrar un código de comunicación con el lumpen, y esto, que implica la adopción de un método populista con tufos fascistoides, entraña la renuncia a educar constructivamente a la población infantil y juvenil de nuestros días, que algunos escritores, con acercamiento a la sociología, describen desde hace tiempo como la generación X. X, no como enigma, sino como percepción de la pérdida de identidad, de esperanza y de objetivos vitales.

Esa renuncia al imperativo cultural humanista, la explica Policarpo Caveros Camarros, en Rango psicológico del gobernante, de esta manera: “El homo politicus pone al servicio de su voluntad de poder todos los valores de la vida. El conocimiento es para él un instrumento de predominio: saber es poder. La ciencia que despierta el máximo interés del homo politicus es la ciencia del hombre y de la sociedad. Su conocer a la gente es una especie de saber maniobrero. Interpreta al hombre como un mecanismo instintivo manejable por el temor del castigo y por la esperanza de recompensa. Para él, el hombre es un medio: en el caso mejor, es un medio para su propio bien.

“Tiene atrofiado el órgano de la objetividad y de la verdad; ésta deja de ser la ley más alta, y degenera en un medio técnico al servicio de los designios políticos. En la riqueza de bienes útiles ve un instrumento, una fuente de fuerzas motivadoras de influencias sobre los demás. En lo estético también encuentra un medio de afirmar su influencia. Por eso las insignias del poder tienen algo de deslumbrador, de reverendo, de sugestivo. En sus relaciones con la comunidad es hombre de énfasis, que busca imponerse por encima de todo: por eso no suele tener cordialidad auténtica, sino desprecio por los hombres. Es lo antagónico del homo socialis.

“En alas de una vasta fantasía se lanza a proyectos e ideas de mundial repercusión sin ponderar con espíritu realista hombres y circunstancias. Así, embriagado por las creaciones de su poderosa fantasía, viene a dar de bruces con la realidades de la vida”.

Con eso está dicho todo: Un retrato hablado al que poco se puede agregar, salvo el epitafio.

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