Corrupción
No hace mucho, un ex presidente reconoció que la corrupción es consustancial al funcionamiento del régimen. Ante la ausencia del Estado de Derecho, ésta se vuelve la regla, el factor que lubrica los engranes del sistema. Transparencia Internacional acaba de dar a conocer su índice de percepción de la corrupción 2009, aplicado en 180 países. Al ocupar el lugar 89, México está justo a la mitad del camino de Somalia a Nueva Zelanda.
Es una salida fácil concebir a la corrupción como un mal exclusivo de la clase política o de las instituciones. Los mexicanos nos mostramos duales ante ella: somos víctimas y copartícipes. Dimensiones aparte, es corrupto tanto quien da una mordida, como el que especula en la bolsa de valores; el que compra una película pirata, y el que establece precios monopólicos del cine; el que transita en sentido contrario y el que desvía recursos de obra pública. Así como hay una corrupción escandalosa en los más altos niveles del poder, también hay una a nivel micro, discreta y cotidiana.
Es de sorprenderse la capacidad que hay en nuestro país para encontrarle averías a la ley. Mientras que la tradición anglosajona se sustenta en la confianza, la nuestra se basa en la suspicacia. Por eso la Constitución de EUA es apenas un listado de premisas, y la inglesa ni siquiera está escrita, mientras que la nuestra es tan densa que podría ser utilizada como arma blanca. El problema es que la desconfianza incrementa exponencialmente los costos públicos: se llega al extremo de crear comisiones para vigilar al vigilante y auditar al auditor.
Para el investigador Agustín Basave, la corrupción se generaliza cuando es funcional. Ello ocurre cuando es mayor el beneficio que el costo de la deshonestidad. Es, por desgracia, nuestro caso. Si la impunidad es su oxígeno, comencemos por invertir los incentivos: que se haga más rentable cumplir la ley que violarla.
Fuente: El Periódico
Difusión AMLOTV
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