El monumento... al bicentenario
Javier Jiménez Espriú
El secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, nos anunció el viernes pasado en rueda de prensa, entre otras cosas, que el Monumento al Bicentenario se terminaría a finales de 2011.
La inexplicable explicación del porqué de este retraso es una de las intervenciones más pueriles y lamentables a que han obligado a exponerse a un secretario de Educación.
Dijo el funcionario, entre otras cosas, que “ante una pieza de una inédita complejidad constructiva, se cobró conciencia de garantizar la seguridad en su edificación y se mandó a hacer un estudio de prospectiva de ‘larguísimo plazo’, a 200 años, bajo el supuesto de un incremento sustancial de la densidad urbana en la zona y de fuertes vientos”. Señaló que el estudio llevó a los responsables de la construcción de La Estela de Luz a cambiar tres elementos fundamentales: la profundidad de la cimentación, que pasó de 30 a 50 metros, esto con el fin de que sea capaz de soportar ráfagas de viento de velocidad inaudita en 40, 80 y 120 años –sí, así dicen que dijo–; que se tuvo que reconsiderar el tonelaje de la estructura para garantizar la resistencia de la pieza: “Pasamos de 80 a mil 700 toneladas –menuda diferencia–, lo que supuso cambios fundamentales, el diámetro de las columnas pasaron (sic) de 81 a 91 cm, así como el espesor de las paredes tuvimos que duplicarlo de 1.5 pulgadas a 3 pulgadas, el doble del espesor originalmente calculado”. Y así, independientemente de usar a ratos el sistema métrico decimal y a ratos el inglés, muy propio para un secretario de Educación, relató otras lindezas dignas, si aún tuviéramos a Carlos Monsiváis, de su Por mi madre, bohemios.
Mencionó también el secretario que “se trata de una obra de arte de inigualable belleza y no de un edificio común. Es una pieza única de la arquitectura mundial, es una obra sin precedentes, como obra de arte y como pieza de ingeniería. Estamos ante una estructura de 104 metros de alto y 9 de ancho, que será elaborada en una estructura de acero inoxidable que se ha comprado en Finlandia y que se está moldeando y forjando en tubos sobre los cuales se montarán 500 placas de cuarzo translúcido que sólo existe en Brasil y que se están laminando en Italia”.
Independientemente de los juicios de valor, de los gustos, del entusiasmo y del conocimiento de las obras extraordinarias de la arquitectura y la ingeniería del mundo del secretario, resulta increíble que nos señale que “el gobierno federal no apresurará irresponsablemente la edificación de esta obra de arte de la ingeniería moderna –que seguramente de lograrse obtendrá en la próxima convocatoria promovida por Televisa un lugar entre las 7 maravillas del mundo posmoderno–; el hacerlo sería una gran irresponsabilidad”.
Lo que resulta una gran irresponsabilidad es el salirnos al cuarto para las doce con que la obra no se terminará a tiempo, que costará 690 millones de pesos en lugar de los 200 millones presupuestados y que hubo que cambiar todos los parámetros originales.
¿Cuándo se dieron cuenta de tantos errores, cuándo se cobró conciencia? ¿Quién fue el DRO –director responsable de obra– que se los avisó hasta ahora? ¿Fue acaso un ingeniero, o nombraron como ya es costumbre a un historiador o a un doctor en derecho canónico, para el caso? ¿Se fincarán responsabilidades a quien propuso cimentaciones a 30 metros y no a 50? ¿Se fincarán responsabilidades al que calculó 80 toneladas de acero y no mil 700 –pequeño error–? ¿Se fincarán responsabilidades al que presupuestó 200 millones de pesos y no 690? ¿Y al que calculó las esbeltas columnas, y el espesor de las paredes, y al que autorizó el proyecto sin ingeniería? ¿O debemos apechugar con la explicación?
¿Quién resulta responsable de autorizar el que para conmemorar nuestra Independencia se erija un monumento que requiera acero de Finlandia, un hermoso cuarzo que sólo se consigue en Brasil y debe laminarse en Italia, en lugar de emplear lo nuestro, que es mucho y hermoso?
¿Podremos saber quién hizo el estudio de los vientos y su velocidad para los próximos dos siglos, para que a La Estela le hagan lo que el aire a Juárez, cuánto costó y quién y cómo lo autorizó?
La verdad es que los vientos que soplarán dentro de 40, 80 y 120 años en nuestra malhadada ciudad son muy discutibles, pero los que corren hoy en la República no debe haber mucha duda en calificarlos como vientos de ineptitud y de ineficiencia, además de vendavales de insultos y desprecio a la inteligencia de los ciudadanos, que no vale encargárselos al secretario de Educación.
Propongo dos opciones para el monumento: cancelarlo ahora o continuar su construcción con la responsable prudencia que propone el gobierno, pero dedicarlo no al bicentenario de nuestros movimientos sociales, que como quiera habrá pasado ya, sino a la Ineficiencia y a la Ineptitud, cuya Estela de Luz, esa sí amenaza con perdurar otros 200 años.
jimenezespriu@prodigy.net.mx
Fuente: La jornada
Difusión AMLOTV
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