miércoles, 11 de mayo de 2011

Poesía y verdad


MANUEL MARTÍNEZ MORALES - MARTES, MAYO 10, 2011

Cuando la insensatez ocupa la vida pública, la poesía tiene la razón.

T. Lessing, citado por Javier Sicilia durante la Caravana por la paz

La respuesta a la convocatoria de Javier Sicilia, invitando a los ciudadanos a participar en la Caravana por la Paz con Justicia y Dignidad, fue en verdad notable. Sobre todo si consideramos que no obedeció a la iniciativa de algún partido político o de una organización social. Se demuestra una vez más que la ciudadanía es capaz de organizarse –como ya lo han mostrado los zapatistas– en torno a sus propias demandas, sin padrinazgos ni tutelas de ningún tipo. Aunque, a pesar del cuidado de los organizadores, no faltaron personajes, grupos y partidos que se montaron en la movilización para intentar –como acostumbran– ganar algunas prebendas del poder.

La convocatoria llamaba a expresarse en silencio pues, según Sicilia, las palabras no alcanzan ya para expresar el dolor, la angustia y la impotencia de quienes nos vemos asediados por una violencia no invocada por nosotros, sino provocada por la insensatez de quienes ejercen el poder. Además, el silencio fue complementado con la palabra poética; combinación que llega más lejos –al corazón, dijo uno de los hermanos Le Baron– que la consigna estruendosa.

El silencio es expresivo y, tanto en la música como en la poesía, a veces dice más que los sonidos, que los discursos. En el caso de la poesía, Rilke ha dicho que ésta “llega allá donde no ha hollado palabra alguna”.

Un hombre dirá que aquí nació / Habrá que preguntar por su episodio. / -Nada, señor, el tiempo es oficial. / Nada sucede.*

La poesía apela a la razón en una forma directa, sin recorrer los laberintos del discurso analítico, acercándonos, en forma peligrosa, a la verdad. Es decir, existe un vínculo estrecho entre poesía y verdad: De que manera nos llovió la muerte desde entonces. / De que manera la esclavitud tuvo sus hijos. / De que manera la soledad se aposentó en mi trono… /Ay mar, ay mar, / qué manera de estar una nación cayéndose a pedazos, / qué manera de no volver a ser/ nunca uno mismo / con su aire y con su casa… / pero la historia es una nota ronca / que no puede ser cantada con violines.

El vocablo náhuatl neltiliztli, traducido por algunos estudiosos como verdad o verdadero, en realidad remite –según Miguel León-Portilla– a la “cualidad de estar firme, bien cimentado, enraizado”. Los tlamatinime, sabios nahuas, expresaban así sus consideraciones y sus perplejidades filosóficas sobre el mundo y los hombres: “¿Acaso de verdad se vive en la tierra? / No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí. / ¿Acaso hablamos algo verdadero aquí, Dador de la vida? / Sólo soñamos, sólo nos levantamos del sueño. / Sólo es como un sueño... / Nadie habla aquí la verdad (neltiliztli)...”. El tlamatinime buscaba el fundamento, la raíz de las cosas (neltiliztli), en el corazón mismo del hombre (yóllotl). Y, sorprendentemente, el conocimiento náhuatl de las cosas y de los hombres se expresaba en forma poética; los tlamatinime eran sabios y poetas, además de ser custodios de los libros “que abrían ruidosamente” y “seguidores del camino de las estrellas” (M. León-Portilla: Los Antiguos Mexicanos).

Meshico es una vieja palabra con millones de espejos / en donde cada quien respira la imagen que le toca… / Alguien cogió macana / y alguien más en el mundo / tuvo miedo.

En muchas culturas el poeta ha sido un comentador de la vida y la existencia, un traductor de la naturaleza; “en su manera inmediata e imaginativa el poeta ha sido siempre un filósofo” (I. Edman: Arts and the Man). El poeta, no importa la cultura y el tiempo en los que nace ni el idioma en que se expresa, habla una lengua universal en tanto que es el portador de una visión de “la raíz y fundamento” de las cosas y de los hombres. Quien asume el oficio auténtico de la poesía se juega la vida en el intento, puesto que la verdad, neltiliztli, constituye el centro de la existencia misma.

Alguien se levantó con hambre a media noche, siempre, / y no encontró qué comer ni qué ponerse, / y en este globo que digo / van metidos los años y los años, / alguien también se levantó con hambre a media noche / y se encontró a los prójimos dormidos.

Aquellos últimos tlamatinime, enfrentados con los 12 frailes que llegaron al México antiguo tras los conquistadores con el propósito de continuar la tarea de éstos, tan conscientes eran de esta verdad que en la defensa de su cultura así se expresaron: “Tal vez a nuestra perdición, tal vez a nuestra destrucción, / es sólo a donde seremos llevados / Más ¿a dónde deberíamos ir aún? / Déjennos pues ya morir, / déjennos ya perecer, / puesto que ya nuestros dioses han muerto. /...Tranquila y amistosamente / considerad señores nuestros, / lo que es necesario. / No podemos estar tranquilos, / y ciertamente no creemos aún, / no lo tomamos por verdad, / (aún cuando) os ofendamos / ...Haced de nosotros/ lo que queráis”.

La poesía conduce a la verdad en una forma peligrosa pues habla al corazón, yóllotl, que en náhuatl significa también movilidad o “la movilidad de cada quien”. Y fue la poesía, esta combinación de palabra y silencio, la que nos convocó a la movilización por la paz con justicia y dignidad: Todo el que pasa por la calle / tiene en su haber una paloma, / hay que ser consecuentes/ con los hombres que pasan y nos miran / y no comprenden nada. / Al menos si dejamos de decirles / negro y crimen / y chacales de miedo agazapados en las puertas / y se murieron tu padre y tus hermanos / y tu niña y tu hijo / y tú no sabes nada / y es que otra mañana / estalló su polvorón la muerte.

Si algo hay universal en el hombre no es la razón, sino la capacidad de reír, llorar, temer, amar, sufrir; es decir todo lo que nace allá en las profundidades del corazón (yóllotl), aquello que los poetas pueden ver y comunicar, tal vez lo único verdadero (neltiliztli) en esta vida:

En el hollín del aire / se han quedado libres / los olores de muerto. / Un millón de muertos / para que se llenen los libros de lecciones. / Un millón de muertos / y nadie supo nada. / Abran el cajón de la esperanza, nos ahogamos, / nos van a encontrar ya congelados de horror cuando/ amanezca / abran la puerta, / abran todo lo que se pueda abrir en este siglo…

Creo en lo expresado por Javier Sicilia, en medio de la multitud que lo acompañó en la Caravana, cuando dijo que todavía había esperanza, que esa muchedumbre –pletórica de solidaridad, de dignidad, de amor– que se expresaba y dolía en memoria de sus muertos, era el México verdadero:

Pues al camino entonces, / que se siga descorriendo el tul de la montaña.

Hay que atender también la palabra zapatista que se ha expresado en solidaridad con Javier Sicilia, y con todos aquellos lastimados por esta “guerra” insensata desatada desde la cúpula del poder político, sin otra finalidad más que intentar alcanzar una legitimidad ya perdida.

En un comunicado leído el día 7 del presente, en la Plaza Catedral de San Cristóbal–donde concluyó la marcha zapatista– por el comandante David, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) afirmó que la lucha actual es entre quienes quieren la vida y quienes quieren la muerte, y nosotros elegimos luchar por la vida, es decir, por la justicia, la libertad y la paz.

Pero decir así las cosas es decir que en el país/ existe el odio/ y aquí nunca hemos tenido más que amor/ los unos a los otros…

El gobierno dice que la única estrategia buena es la que ensangrienta las calles y los campos de México y destruye familias, comunidades y al país entero, pero quien argumenta que tiene de su lado la ley y la fuerza sólo lo hace para imponer su razón individual, apoyándose en esas fuerzas y esas leyes, y no es la razón propia de individuo o de grupo la que debe imponerse, sino la razón colectiva de toda la sociedad, aseveró David.

Pero decir así las cosas es negar que la paz / exista en nuestra tierra, / y no puede ser / porque la paz / la hemos llenado de banderas. / ¿O alguien, antes, quisiera añadir un comentario? / ¿Cómo que todas las mañanas nace pequeño un árbol?

La razón de una sociedad se construye con legitimidad, con argumentos, con razonamientos, con capacidad de convocatoria, con acuerdos; porque quien impone su razón propia sólo divide y confronta y es así incapaz de razón colectiva y por eso debe refugiarse en la ley y la fuerza.

Porque aquí nada sucede, / el tiempo es oficial. / Una bandada de mariposas / hace funcionar los engranajes.

Tener miedo de la palabra de la gente y ver en cada crítica, duda, cuestionamiento o reclamo un intento de derrocamiento, es algo propio de dictadores y tiranos y ver en cada dolor digno una amenaza, es de enfermos de poder y avaricia, afirmaron los indígenas zapatistas.

Una muchacha linda / lleva la ropa de la patria / y nos hace una seña / y acudimos, / y ella desaparece / como un beso / plantado a las estrellas.
¡NO MÁS SANGRE!

(*) Los versos intercalados en el texto son fragmentos del poema Nada sucede aquí, de Alejandro Aura.

Fuente: La Jornada de Veracruz

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