Viernes Contemporáneo
Armando Ortiz
Los intelectuales, la estirpe de Esaú
Aquí estoy que simplemente
me voy a morir (de hambre)
¿y de qué provecho me es
una primogenitura?
Esaú
Mario Bendetti, quien acaba de fallecer decía en uno de sus discursos sobre “El escritor y la crítica en el contexto del subdesarrollo” que el intelectual debe de estar vinculado con su realidad. Hay escritores, decía Benedetti, “que escriben con la transparente intención de ser ‘leídos’ por la crítica”. Para Bendetti resultaba muy “indecoroso que el escritor escriba con miras a las preferencias y los mecanismos del crítico”. Eso que dictaba el uruguayo hace treinta años es una realidad que hoy día ha colocado en la ignominia a muchos de nuestros escritores e intelectuales que ante la realidad que les circunda han preferido ser simples amanuenses del sistema que los acoge. Por eso el mismo Benedetti no estaba de acuerdo con el llamado boom literario que a finales de los sesenta llevó a algunos escritores latinoamericanos a conquistar territorios europeos: “Nuestro privilegio, ese privilegio que tanto entusiasma a algunos de los autores del boom, más bien debería dejarnos tristes y angustiados, porque con ese privilegio estamos usando en exclusividad un patrimonio que es de todos”.
Uno de esos escritores que formaron parte del boom literario fue el renegado peruano y ahora ciudadano español Mario Vargas Llosa. Metido a la política, derrotado por Fujimori, Vargas Llosa decide salir de Perú y hacerse ciudadano español. A diferencia de los verdaderos luchadores sociales, él no lo es, renunció, prefirió salir de su país y condenar a Perú a que padeciera el gobierno de Fujimori. Pero no dejó de hacer política pues desde su trinchera siguió radicalizando su posición y se convirtió en uno de los escritores más conservadores de su generación.
Su experiencia en derrotas electorales la quiere capitalizar en martirio. Ahora que ha sido detenido en Caracas por migración, sale y enjuicia al gobierno de Chávez. Su voz, que hubiera pasado desapercibida ahora cobra fuerza y para muchos su testimonio tiene validez. Pero Vargas Llosa hace rato que vive, lo mismo que Fuentes, en la comodidad de la inacción. Escriben, como dice Benedetti, para ser leídos por los críticos. Respingan cada vez que sienten agredido su concepto de democracia, pero guardan ominoso silencio cuando la democracia alterna es violentada de la peor manera, como sucedió en México en el 2006. Entonces el escritor de La ciudad y los perros no creyó que nuestra democracia lacerada mereciera un sólo artículo de su pluma. Con la llegada del Pan al gobierno, México ya no le parecía “la dictadura perfecta”.
Vargas Llosa fue invitado a Venezuela al Encuentro Internacional Libertad y Democracia que convocara el Centro de Divulgación del Conocimiento Económico por la Libertad, al que pertenecen opositores al régimen de Chávez. Invitados también están los mexicanos Jorge Castañeda y Enrique Krauze; ya se imaginará usted el nivel de debate.
Tanto Castañeda como Krauze padecen la misma sordera, ceguera e indolencia del intelectual que se deja acoger por el sistema. Existe una cultura de la dominación que ha formado élites, grupos literarios y de intelectuales que se benefician por mantenerse al margen de la realidad, aunque más beneficios se les otorgan al ponerse de parte del poder. Castañeda fue cómplice de Fox, lo sigue siendo de Calderón. Krauze estuvo presente el día que Calderón llamó a la campaña Vive México a la que también asistieron personajes de la farándula; apenas se distinguía entre ellos. En su momento se unió al grupo que hizo feria de calificaciones en torno a la figura de Andrés Manuel López Obrador y participó llamándolo “Mesías tropical”. Por supuesto su phatos los desautoriza para hablar de democracia. Quieren ser candil de la calle mientras son penumbra en su casa.
Los intelectuales en nuestro país, salvo honrosas excepciones, han dejado que, los comunicadores, los lectores de noticias, los que se hacen llamar periodistas, sean la conciencia de este país. Como Esaú, han cambiado su primogenitura por un plato de guisado rojo. Su estómago ha sido más importante que su cerebro; su apetito más voraz que su indignación. Ni imaginar que en sus artículos, ensayos o cuentos publicados en sus revistas exclusivas piensen en los marginados, en la pobreza y el hambre de su país, en la injusticia y la impunidad. Los hombres de poder son el objeto de su análisis. Antes bien les preocupa cómo se siente un presidente, un gobernador, un senador o un diputado cuando observan la desgracia de su país; ¿qué emoción les causa mirar el pintoresco paisaje de la desesperanza? se preguntan. La miseria sólo existe para ellos en el extranjero y es más preocupante la miseria humana que la miseria que se palpa en las calles y en las casas. Hacen un análisis de nuestro dolor, de nuestros corajes y calculan nuestras reacciones. Pero eso no sirve para nada. Por eso ellos ya no sirven para nada.
Armando Ortiz aortiz52@hotmail.com
(fuente: newsver)
lunes, 8 de junio de 2009
Los intelectuales
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