lunes, 7 de septiembre de 2009

De cínicos y embusteras

Lydia Cacho
Plan B


No es casual que Beltrones (PRI), Di Costanzo (PT) y Legorreta (PVEM) justificaran que ocho diputadas y dos diputados hayan renunciado el primer día a sus curules para heredarlas a familiares y amigos. El hecho de que estas personas se hayan presentado dolosamente a una elección sabiendo que entregarían el puesto a terceros, representa un fraude electoral.

Los partidos y sus candidatas se burlan de las normas del IFE; se mofan del desgaste de sus colegas al asignar candidaturas. Y presumen su habilidad para darle vuelta al sistema y violar la equidad democrática.

Desestiman la importancia de la ley de paridad de género en las elecciones, porque no entienden que es un instrumento eficaz para cambiar costumbres discriminatorias. Como estos políticos no aprendieron que no es un asunto de cuotas mujeriles sino de representatividad plural, avalan los retrocesos.

La idea es tan sencilla que asusta. El mundo está conformado por la mitad de mujeres y la mitad de hombres. Durante siglos la cultura estableció que ellas se dedicaban a lo privado y doméstico y ellos a lo público y político. Los paradigmas cambiaron y la sociedad comprendió que no hay razón humana, o divina, que impida que esas dos mitades estén representadas y tengan voz en todos los ámbitos; incluyendo el Congreso.

La paridad política ha generado debates absurdos, como el de si las mujeres merecen, o no, el 25% de los puestos de elección popular. La trampa en esta discusión consiste en creer que las mujeres deben justificar su presencia en el poder, mientras los hombres simplemente están y ya. Algunas argumentan que son lindas supermujeres, que sí entienden de maternidad y de violencia, que llevarán al Congreso la sensibilidad de los intereses femeninos. Si bien es cierto que han sido mujeres quienes propusieron las leyes contra la violencia intrafamiliar y de género, quienes evidenciaron la pornografía infantil y los derechos sexuales y reproductivos, así como la trata de personas; también hay mujeres que han penalizado la terminación legal del embarazo, avalado la militarización, que justifican la corrupción y culpan a las mujeres de ser violentadas. Lo mismo hay legisladores con sentido de justicia y equidad que los hay racistas, sexistas y misóginos. Lo democrático es que la población esté representada, tanto por intereses como por género. No cabe duda que urge mayor estatura moral en las y los candidatos, y que sean mitad y mitad por ley.

Las llamadas “juanitas” desestiman la importancia de la paridad y evidencian las trampas del poder. Les hicieron la chamba a sus hombres, unos demasiado ocupados para la campaña, otros incapaces de ganar.

Ni el IFE ni el Congreso de la Unión pueden actuar como en República bananera argumentando que los resquicios de la ley permiten el fraude; deben sancionarlo.

El alegato de los cínicos es que si está podrido que se siga pudriendo. Lo que urge es diagnosticar, abrir, desinfectar y sanar. Esta es una buena oportunidad para replantear los mecanismos de paridad electoral.

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