No es tan fácil
Los estrategas del gobierno recomendaron a Felipe Calderón la liquidación de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, porque previamente levantaron una encuesta que resultó favorable a ese fin. Sin embargo, el panista olvidó un principio básico que sus expertos en materia de comunicación política le debieron advertir: la opinión pública es volátil. Ciertamente la repetición del mensaje funciona, pero la propaganda engañosa pierde su efecto cuando el destinatario percibe que ha sido manipulado. Entonces se vuelca contra el autor del artificio.
A Calderón se le atribuye mala suerte. El listado de casos que se echan a perder o fallan, después de que el michoacano tiene alguna intervención, es larguísima. Las más conocidas se relacionan con el deporte. Así, cuando el personaje en cuestión planteó que quería un México ganador, como el que representaba la selección de futbol sub-17, los resultados empezaron a ser desfavorables en todas las categorías juveniles, a tal punto que los jugadores fueron incapaces de calificar a sus respectivos mundiales. Cuando la selección mayor andaba por los suelos, los supersticiosos pedían que el salado se abstuviera de acercarse o felicitar al Tri, porque esa acción ponía en riesgo la eliminatoria mundialista rumbo a Sudáfrica 2010.
De hecho, miles de seguidores de los Pumas supieron que el equipo universitario sería campeón cuando Calderón apareció en el palco del Pachuca durante la final del torneo anterior. Era la única manera en que el Tuca Ferreti, entrenador de la UNAM, podía ganar un campeonato. El problema fue cuando el panista felicitó a los universitarios: a partir de entonces perdió siete de ocho partidos disputados, la peor racha para un campeón en la historia del futbol mexicano.
El propio Ejecutivo llegó a creerse las versiones populares sobre su mala suerte. Por eso, cuando el Tri empezó a jugar mejor, a la llegada de Javier Aguirre a la dirección técnica nacional, el supersticioso panista creyó que la fortuna por fin le sonreía. Vinculó entonces el golpe a LyFC y al SME con la clasificación de la selección nacional al mundial sudafricano. Así, mientras millones de mexicanos celebraban la victoria de los verdes sobre el equipo salvadoreño, durante la noche del sábado y madrugada del domingo, la administración federal puso en marcha el operativo diseñado desde un año antes por el ministro de Policía del régimen, Genaro García Luna.
La operación fue realizada al margen de la legalidad, es cierto, pero resultó tal como se planificó. La maniobra sorprendió por completo a los electricistas. Algunos trabajadores, portando todavía la camiseta verde y con confeti en el pelo, constataron con estupor, primero, y enojo después, que miles de policías armados les impedían ingresar o los expulsaban de sus centros de trabajo. Sus lugares fueron tomados por personal de la Comisión Federal de Electricidad que, según el gobierno, podía suplir sin mayores complicaciones a los “ineficientes e improductivos” sindicalistas del SME.
Fue esta la primera piedra con la que Felipe Calderón tropezó. Lo había advertido la dirigencia del sindicato: los equipos, en su mayoría, son viejos y obsoletos, y sólo la experiencia y pericia de los trabajadores sindicalizados hacía que funcionaran. No les creyeron el domingo. Error grave. Un día después empezaron los apagones, y pocas horas más tarde se generalizaron los cortes de luz en diversas zonas del Valle de México, propiciando el enojo de los usuarios afectados. Entonces empezó a cambiar la opinión pública, favorable en un principio a la postura gubernamental. Y eso no es un asunto de buena o mala suerte, como creen algunos de los cándidos operadores de Los Pinos. El problema es de incompetencia y estupidez.
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