DF y autonomía
A pesar de la reforma de 1996, el DF no ha logrado ser estado. Un año después, la regencia dejó de ser una oficina de la Presidencia y la ciudadanía conquistó el derecho de elegir a sus autoridades. No obstante, permanecemos en una zona gris.
Hechura híbrida e incompleta, en el DF tenemos un jefe de Gobierno, pero éste no designa, sino tan sólo propone al presidente a los titulares de seguridad pública y procuración de justicia. Si bien contamos con una Asamblea Legislativa, sus atribuciones están cercenadas: a diferencia del resto de las Legislaturas locales, la nuestra no puede emitir una Constitución. En vez, tenemos un Estatuto de Gobierno aprobado por el Congreso de la Unión. Es más: somos la única entidad con una Comisión tanto en la Cámara de Diputados como en la de Senadores. Y para terminarla de amolar, una de ellas es presidida por la panista Gabriela Cuevas con la clara intención de hostigar al GDF. Además, a diferencia del resto de los estados, nuestros legisladores no deciden el techo de endeudamiento. Adivinen quién lo hace. ¡Acertaron! Los congresistas federales. Y lo peor es que los priistas utilizan esta facultad para chantajear: Si no apoyas mi iniciativa, te reduzco el monto de tu deuda, sin importar que estén en marcha obras cruciales como la línea 12 del Metro o el mantenimiento del drenaje. Por otra parte, los municipios le llevan amplia ventaja a las delegaciones, pues cuentan con cabildos, policía, bandos y facultades recaudatorias.
Esto no es fatalismo del destino: es el temor de una clase política preponderantemente conservadora que se resiste a crear el estado 32. La razón: el DF es la región más progresista del país. La Federación castiga a nuestra ciudad por las preferencias políticas de sus habitantes. Se han reavivado los prejuicios que el aldeanismo ha albergado contra el centro del país. La autonomía no será un regalo sino otra conquista. Por eso, ¡chilangos de todas las delegaciones, uníos!
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Fuente: El Periódico
Difusión AMLOTV
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