Jarabe contra la Ley Arizona
Alejandro Saldívar
MÉXICO, D.F., 16 de mayo (apro).- El escenario era un esqueleto de metal que parecía emerger de un lago. La Plaza de la Constitución estaba atestada: rostros hinchados por la euforia del rock más que por la consigna de la tarde: “Todos somos Arizona”.
Una bandera de Estados Unidos servía de impermeable para un cielo repleto de nubes. Gris y opaco. En vez de estrellas tenía suásticas y la frase Arizona=Razismo ocupaba el lugar de las barras. Junto al asta bandera Obama, Fox y Calderón compartían espacio en una estaca.
Algunos jóvenes desdeñaban los asuntos de la tarde: cantan al unísono pero no conocen de fondo el asunto. Ahí recitan engullidos por la lluvia una estrofa de migrante resonancia: Si tuvieras tú que esquivar las balas / de unos cuantos gringos rancheros / las seguirás diciendo good for nothing wetback? / si tuvieras tú que empezar de cero.
Una melodía ríspida de Molotov. Atonal por el efecto de la lluvia en las bocinas. Brrr.. Bruuum. Bzzz. Un par de canciones en contra de las ideologías macabras que no hacen sino exterminar al otro. Y los jóvenes lo toman como jarabe político: gesticulan cómicos, divertidos entre los charcos.
El slam es como un viaje de ultramar en lo que hace muchos años fue un lago. “Brincos, jalones, codazos y empujones” dice la canción. Un joven se limpia la sangre de la nariz con la mano. La mejilla hecha un globo. La capacidad de improvisación de Molotov no atemperaba la tormenta. La desataba.
Un concierto donde los menos agitan banderas. Un concierto donde los cuerpos se remolinan sin saber porqué. Un concierto que sirvió para mandar señales obscenas a Jan Brewer, la gobernadora de Arizona que aprobó que la policía pida credencial de identidad a los migrantes. Como los judíos en la Alemania nazi.
Entre la multitud un joven con mirada de perdonavidas pregonaba: “¡Nosotros no somos Arizona!”. Maldecía cosas entre puñetazos al aire. Iba de un lado a otro. Balbuceaba. Les gritaba a los policías en la cara: “¡Tienen que despertar!”.
En el templete se escuchaba lo contrario: “Arizona siempre y hasta la eternidad será México”. Mientras tanto los condones inflados surcaban el cielo. Las botellas de agua servían como proyectiles.
Conforme seguía la lluvia, la Plaza comenzó a inundarse con espejismos nauseabundos; los policías le arrebataban su mercancía a los ambulantes, hombres tatuados saltaban entre las cabezas húmedas de la gente.
En el escenario las consignas eran contra el racismo, pero el gobierno local perseguía a los comerciantes ambulantes. Decomisaba violentamente su mercancía. Canastas de tlayudas. Botes con frijoles. Impermeables. Cacahuates. Paletas.
Una xenofobia que se desconoce, pero que se refleja en las botas que rompen los charcos como un espejo en mil pedazos.
José Luis de 17 años no sabe qué es la Ley Arizona, pero va a ver a Maldita Vecindad. Cinthya de 14 no tiene idea pero le gustan los Bunkers. Alejandra de 13 piensa que es mejor irse. “Allá hay más trabajo, ¿no?”, dice.
Algunos jóvenes sudaban lluvia. Otros caminan con la espalda mojada. Caminan como equilibristas sobre el hilo de las ilusiones perdidas. Los rockeros siembran una semilla en medio del fango. De los decomisos. Del rock. De las pantallas que petrifican la leyenda “No a la ley Arizona”.
Un migrante y 85 mil jóvenes
Para Francisco Clodoveo Romero cruzar la frontera ya no es como antes. Ahora tiene que pagar tres mil quinientos dólares a un pollero para que lo cruce. Antes pagaba sólo mil quinientos. Dice que ellos son los más beneficiados por la ley SB 1070 de Arizona.
Francisco es corpulento y usa sombrero tejano. Sus calcetines tienen bordadas un par de banderas estadunidenses. Tiene una certeza brutal: “Los jóvenes no entienden la lucha migrante. Ellos no entienden como contribuimos con las divisas. Hay que concientizar. Hace falta más publicidad.”
Y es que la nueva ley SB 1070, criminaliza la inmigración ilegal y le otorga facultad a la policía para que compruebe, ante simple sospecha, si una persona se encuentra ilegalmente en el país; es decir, una autoridad puede acercarse a una persona y preguntarle abiertamente cuál es su estatus en ese país.
Francisco tiene 54 años, su experticia como ilegal comenzó a los 19 años cuando lo deportaron. “Llegaron seis patrullas de la Border y nos alumbraron, si te sigues te disparan, entonces nos regresaron. Los coyotes se burlan de ti, te dicen: pa’ que te agarras a una persona tan pendeja”.
“Algunos sheriff’s con que te vean un rosario, tengas o no tengas papeles te detienen”, cuenta. Según su percepción, “los gobiernos se deben poner al pedo, ya es tiempo de que ayuden a los migrantes, nosotros levantamos a este país (México)”.
Y tiene razón, Francisco es uno de los 400 mil mexicanos que cambian de residencia legal o ilegalmente cada año y tienen como destino Estados Unidos. Francisco nunca ha trabajado en Arizona pero entiende el trajín de cruzar el desierto de Tecate: gente que murió de frío. Un reguero de cadáveres. Víboras. Jóvenes que no pueden pagar un pollero y son utilizados por el crimen organizado para pasar droga…
Entre la multitud de muchachos, Francisco es de los pocos que carga un letrero: Obama escucha / Alto a las redadas…
Fuente: Proceso
Difusión AMLOTV
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